SÍ, SOY VIEJO, ¿Y QUÉ?..
Creo que fue Ernesto Cardenal quién dijo que “una sociedad que ignora a sus mayores es una sociedad decadente”… La nuestra es, sin ningún género de dudas, una sociedad que ignora a los viejos. Esta observación puede obtener rechazo (de hecho lo vá a obtener) porque se me contestará que nuestros mayores no están ignorados, que están atendidos y cuidados. Bueno, es una manera de ver las cosas. Existen muchas maneras de ignorar a las personas, muchas formas de ladearlas, de arrinconarlas… de apartarlas de aportaciones importantes, de alejarlas de dónde no conviene. Y una de ellas es mantenerlos entretenidos en intrascendentalidades; archivados en un dorado cajón con nombre de Hogar; ocupados en el repetido ocio del Inserso, como el hámster que consume su estar entre el alpiste y la rueda que le proporciona su jaula.
Los antiguos griegos, hacedores de una cultura y fundadores de una civilización, sabían que el mejor sistema educativo se basaba en sus Ancianos y en el Ágora. Allí los juntaban con los jóvenes; allí fomentaban la “polis”, el gobierno, el sistema democrático, los valores, y las distintas escuelas filosóficas y de pensamiento. Eran la base y el fundamento. No existe mejor educación que la basada en la experiencia, y la experiencia solo la pueden aportar los mayores… Si las organizaciones humanas en toda la Historia han contado con sus Consejos de Ancianos, no han sido por honrarlos a ellos, sino por rentabilizar su sabiduría. Menos las modernas, las actuales, que han decidido prescindir de sus aportaciones ahogándolos en aparentes regalías entre celofanes de colores.
Aseguran los sociólogos que vivimos un mundo en crisis de valores – no hace falta esforzarse mucho para constatarlo – y puede que algo tenga que ver el efecto de tal causa. No digo que sea la principal, pero sí quizá una de las más importantes. Sin embargo, la principal decadencia a la que apunta la frase de Cardenal, no está tanto en la ignorancia que se hace de los mayores, como en la ignorancia que los mayores hacen de sí mismos… Me explico: la auténtica y peor decadencia reside en que los mayores nos lo hemos creído y aceptado; lo hemos asumido, y nos hemos adocenado como ovejas en el preparado redil. Nos hemos dejado gentificar como un subproducto votante. Y hemos renunciado a nuestro genuino potencial por un plato de narcotizadas lentejas… Hemos consentido convertirnos en crema pastelera con que adornar nuestra propia masa para servir su mesa. Y esa voluntariedad, mansa y pasiva, es nuestro más ruin y suicida tiro en la sien.
No hay nada más ridículo y patético que un ser humano en que él mismo huye avergonzado de su propio tiempo y de su propio contexto…Y así es como nos comportamos. Vestidos y ceñidos de lo que ya no somos; ridículamente maquillados de lo que fuimos; e imitando lo que nunca hemos llegado a ser. Adoptamos la superficialidad y despreciamos lo primordial… Somos como tristes teleñecos tuneados por intereses económicos, y manejados por intereses políticos, que se dejan hacer y zamarrear como mercancía caducada, aunque interesada. No somos nada, y por eso nos llevan en manada. Nos han hecho mirar hacia fuera, cuando nuestro verdadero YO está, es, y reside, hacia dentro.
Y miren lo que dice Jüng a tal respecto: “quién mira hacia fuera, sueña; quién mira hacia dentro, despierta”… Esto es, he consumido la mitad del espacio de este artículo en golpear la campana para despertar a durmientes, e ignoro si habrá servido de algo. En realidad me temo que esto no vale para nada. Ni los que han dispuesto que esto sea así, ni los que se han dejado disponer para que esto siga así, van a reaccionar en la misma medida, aún por dignidad propia.
Es más, si recibo algún tipo de contestación (que éste es de los que se reciben calladas por expuesta), estoy seguro que será reprobatoria y discriminatoria. De rechazo por sentidas ofensas, que es el marco común del autoretrato. Cuento con ello… Pero sepan que me desmarco de ese marco, que me salgo de tal cuadro; que no me siento identificado en ese esquema que se nos ha dado y hemos aceptado. Que tan solo me admito como un mayor, como un viejo si quieren, que estoy orgulloso de mi patrimonio de vida y no renuncio a él por adoptar y adaptarme a estúpidas imágenes de mí mismo. Ni quiero ser homologado en la complaciente inanidad de la vacuidad. Así, pues… “óigan, ¿hay álguién ahí?..”, arrostraré las consecuencias y arrastraré las pendencias, pero me rebelo contra un estatus de la única forma que puedo hacerlo: proclamándolo y no participando.
CODA.- Una de mis nietas, adolescente ella, se sorprende de verme leer un libro que, dice, ha intentado leer ella. No le cuadra. Le pregunto si ha entendido el mensaje de lo leído, si le ha gustado… “Sí”, me contesta evasiva, pero es una afirmación dubitativa que deja dicho un claro “no”. Se ha sentido descolocada, y no le insisto. Ha sido educada en un sistema en que los mayores, los abuelos, no aportan ni enseñan nada; donde nuestros lugares naturales son nuestros aparcaderos (hogares) de la tercera edad, al igual que ellos tuvieron sus aparcaderos infantiles en la suya primera; que lo nuestro es estar en el recreo preceptivo del último viaje. Pero no leyendo lecturas que no nos corresponden… No se nos ve como transmisores naturales de conocimientos y experiencias, que es lo que puede – y debe – aportar a su sociedad, mientras ésta sepa hacerse receptora de sus saberes.
La Coda es prorrogable hacia atrás, en el almanaque, pues me ha hecho recordar un acto escolar dedicado por el colegio a la familia, en el que “suplanté” a mi hijo en el protocolo representativo. Como, en lo que me tocó participar, aludí a la parte más interesante de mis innumerables charcos sociales en los que me he embarrado, la profesora me preguntó si estaría dispuesto a acudir a las aulas para ilustrar a los chavales sobre tales temas. Me extrañó aquello, pero asentí… Al cabo del tiempo me la encontré en un supermercado. Me reconoció y saludó muy amablemente, y me recordó el hecho. “Mi propuesta fue rechazada”, me dijo, y el motivo: “para no sentar precedentes”. Vaya que sí – me contesté a mí mismo – un muy mal precedente… Posteriormente ocurrió algo parecido respecto a un instituto, esta vez respecto al libro EL TENIENTE GALINDO, sobre hechos verídicos en personajes reales vinculados a la Historia, a nuestra Historia. Muy bien acogido por el profesor, pero mejor apeado por la dirección… “No procede”.
Demasiadas casualidades como para no ser causalidades, ¿no les parece?..
Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com
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