POBREZA

No hay nada que asuste más que la pobreza. Primero, porque, cuando vemos a un pobre de necesidad, nos vemos en un espejo posible. Nadie está libre. Y segundo, porque tendemos a pensar que ese pobre puede querer quitarnos lo que tenemos (es lo que nos pasa con los inmigrantes)… Este sentimiento florece cuando los pobres de fuera vienen a intentar ganarse el pan y nosotros no les dejamos que se lo ganen. A eso lo llaman aporofobia. En las ciudades, a las puertas de las grandes catedrales del consumo, sentados en el suelo, entre sus andrajos, con sus vasos de plástico tendidos, invariablemente algún cartel con un “Estoy Enfermo” o cualquier otra excusa, o el más directo de “Por caridad, tengo hambre”, pero nunca, jamás, con el “soy drogadicto de vino de cartón y con hijos a mi cargo”, como ejemplos varios ilustrativos.
Una mañana, al cruzar la plaza de la Iglesia de mi pueblo, en un banco arrebujado al sol, había un mendigo de unos 50 o 60 años… “¿Puede usted ayudarme a llegar hasta allí, por favor?”, señalándome tembloroso el portal de una ya exentidad bancaria desaparecida por absorción, claro… Le dije que sí, se apoyó en mi brazo y arrastró dificultosamente los pies guiándome hacia el lugar. Le pregunté durante el penoso trayecto por qué no podía andar: “tengo un reuma malo, y estoy muy débil; hace un par de días que no como”, me contestó. Al llegar, protegido por la entrada del edificio, tenía cuna caja de cartón con diversos objetos, una bolsa de plástico con ropa andrajosa, y un par de mantas raídas y mugrientas en el suelo.
Era “su” domicilio habitual, con su ajuar a la vista, que, salvo otro más pobre que él, nadie le iba a robar… Extrañamente, no me pidió limosna alguna. Doblé la esquina hacia el bar más cercano, donde me aviaron un chusco convertido en un par de bocadillos, un refresco y un cartón de leche, lo que le llevé junto a los euros sobrantes del billete – un lavaconciencias tan miserable como él y yo mismo – y le pregunté si había ido a Cáritas, allí cerca… “Sí, y también al cura, pero ya nadie me arrima nada”; seguí inquiriendo: ¿y los servicios sociales, la policía municipal?.. “No sé dónde están, y la policia, demasiao que me deja estar, mira para otro lao y todavía no ma´echao”… Tiré de móvil y llamé a los del Ayuntamiento, donde me informaron que “no tenían ni idea de tal cosa, ni sabían nada para tales casos”, más o menos… Me dieron ganas de llamar al alcalde, pero lo dejé estar, no quise complicarle la vida, ni yo comprometerme cobardemente, la verdad…
Esta es la situación real. “Yo nada puedo hacer” nos decimos a nosotros mismos, pero tampoco nos molestamos por algo que nos espanta y nos repele, o le tenemos prevención… Al final, nos anestesiamos con lo que abunda, y no nos sentimos interpelados. “Yo ya pago una cuota aquí o allá”, nos decimos, o bien a Cáritas, o a Conciencias sin Fronteras, o donde sea… O a lo mejor nos despachamos con una excusa como una exclusa, al estilo Yahvé: “que mueva el culo y trabaje, si pasa hambre es porque quiere”. Pero en esto existe una ignominia general que nos incumbe a todos: ong´s, administración, ciudadanía, y a toda la sociedad por completo.
Hace no tantas décadas, esto no sucedía aquí. Existía una voluntad que superaba la indiferencia; una vergüenza que movía a la justicia (no confundamos con la caridad), y yo mismo – que no soy ningún ejemplo – formaba parte de ese sistema, de esa estrategia, de ese lo que fuera… Era incompleto, imperfecto, sencillo y humilde, pero en ese mismo pueblo nadie dormía al raso, todos comían lo necesario, se les atendía sus necesidades primarias y se les buscaba solución posible a su problema: desde salud a trabajo pasando por movilidad. Y estaba “prohibido” el pedir o dar limosnas. Todos los estamentos (Ayuntamiento, Iglesia, Policía, Cáritas, Serv. Sociales) estábamos organizados, involucrados y se trabajaba solidariamente hacia un objetivo: erradicar la mendicidad de las calles.. Y no lo creerán, pero el proyecto funcionaba de puta mater tuam.
Decimos, porque así lo creemos, o lo queremos creer, que evolucionamos; que el tiempo pasa por y para mejorarnos, que cualquiera antes pasado fue peor… Falso, absolutamente herrado con hache; una mentira piadosa, o alevosa; un interesado embuste. No es cierto. Lo que pasa es que hemos criado costra en nuestras conciencias, y hoy vemos como normal lo que debería avergonzarnos como seres humanos… Hoy vamos una vez al año al RadioMaratón de caridad (yo mismo lo fundé con esos otros, y hoy me considero un pobre fracasado), igual que vamos a la misa una vez por semana, y ya nos creemos la leche en sopas. Según resultados concienciales, al menos. No pudimos dejar nada en pie de aquello; no fuímos capaces; fuímos útiles mientras duramos, e inútiles porque nos fuimos.
“Siempre tendréis a los pobres entre vosotros”… es una muy dura frase de Jesucristo mal comprendida, porque se utiliza como excusa justificatoria de la pobreza (incluso muchos sacan tajada y nómina de ella). Cristo lo dijo porque los seres humanos somos tan cobardes que nunca la erradicaremos; pues es la peor pobreza de toda pobreza: la del espíritu, y esa conlleva el egoísmo suficiente como para abonar la pobreza material, la insolidaridad, la desigualdad y la injusticia social como eternas consecuencias.
Porque esa, y no otra, es la cuestión: no se trata de caridad, se trata de puñetera justicia. Nosotros hemos hecho de la caridad un oficio y un beneficio. Si desaparece la pobreza desaparece nuestra excusa de “salvación”, dejamos de ser buenos católicos (lo de cristianos es otra cosa)… La justicia es un derecho de cada persona, se logre o no, que tampoco, pero la Caridad es Igualdad, hermandad, proximidad, ecuanimidad, cercanía, el ”no quieras para los demás lo que no quieras para ti”, y su complemento, que aún nos es más difícil: “quiere para el otro lo que quieres para ti”… Ya digo, otra cosa.
Y claro, si no podemos lograr la justicia, muchísimo menos la caridad… Por eso la hemos rebajado a un sentimiento, cuando debería ser un sentido. El mayor y mejor sentido. No una práctica devaluada, sino un valor en sí mismo; algo que transcienda el ejercicio ininterrumpido de actos injustificados (de aquí viene in-justicia) que contínuamente programamos… Ninguno, nadie, es mejor mientras tengamos un solo pobre al que darle un pedazo de pan de nuestra alacena, unos céntimos de nuestro bolsillo, unas palabras de nuestra hipocresía.. A eso se refirió Jesús con sus palabras: tendremos pobres con nosotros mientras nosotros también seamos unos pobres fariseos. It ist the questión.
Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com
Comentarios
Publicar un comentario