RESURREXIT

 

Sigo leyendo, pausadamente, porque este tocho hay que leerlo con la lentitud que precisa el pensamiento racional sobe el intelecto personal, el libro de Javier Cercas sobre ese extraño encargo que el difunto Francisco encarga a un ateo – que yo creo que no es – sobre su concepción de Dios… El autor lo define como una novela, pero es un híbrido; una novela es clasificada como obra de entretenimiento, y esto es más bien de “entendimiento”. Además, este ateo no es el que no cree en Dios, como solemos definir al ateo, sino el que lo busca; no es el que lo sigue, sino el que lo per-sigue. Esto es: no cree en el Dios definido, pero quiere creer en el Dios “definible”… No es lo mismo, ni mucho menos.

Y es, precisamente, en ese sutil, pero importante detalle, donde me identifico con él, si no en todos sus planteamientos, sí que en buena parte de ellos… Uno de sus principales “atranques” reside en esas palabras del Credo católico (no me atrevo a calificarlo de cristiano) en que cita a la “resurrección de la carne”. Se le hace muy cuesta arriba al autor que, tras la muerte física, y como su propia madre creía a pies juntillas, y cientos de millones lo creen así también, se iba a encontrar con su difunto marido, o padre, etc. O con nuestros deudos y amigos, en una resurrección a cuerpo y alma… “Pues no vamos a caber tós los que fueron, aún somos, y más que vendrán”, que dicen muchos – doy fe – esgrimiendo la razón más razonable, y permítanme la redundancia (falta de espacio perfectamente calculable).

Yo también siempre lo he creído tal cual. No tiene lógica. No se mantiene en su correcto sentido humano del siglo XXI, pero sí en el siglo X… Aparte de que la materia, la sangre y la carne, las vísceras, lo orgánico, hasta el mismísimo Jesucristo decía lo “del polvo al polvo”; que nada vale de fuera, si no lo que contenemos dentro; que lo importante es el espíritu, no el cuerpo, no la masa, no la materia. Ni siquiera templo alguno ni las piedras con que se levanta, y que “serán removidas hasta sus cimientos en el final de los tiempos”… De ahí esa más que dudosa importancia que la Iglesia otorga a sus Resurrecciones materiales, y por delegación, a nuestra propia, futura, y personal, resurrección en masa y en totus a la mesa..

Pero lo que la religión no explica (aunque yo creo que lo sabe y se lo guarda, pues la información es poder y, cuanto más secreta, más poder), sí que lo puede explicar la ciencia, y en concreto, repito, naturalmente otra vez, la física quántica… El movimiento entrópico universal, la primera ley de la termodinámica, el principio de la creación y/o transformación, en fin, puede aclarar sobradamente esa sutil posibilidad de que todos resucitemos. No es ningún dislate, ni tampoco ningún disparate…

El cosmos (la Creación, si así se sienten más cómodos) está en expansión desde que Dios montó el cambalache y Stephen Hawkings lo explicó en su teoría (que ya no es teoría) del Big-Bang. Vale. Y también queda demostrado el principio – primero filosófico, y luego científico – que todo lo que tiene principio tiene su fin; que cuánto ha sido creado tiene su final; que el increado, o Dios, es el único “que no tiene principio ni fin”, como decía el catecismo Ripalda. Por eso también se dice sobre que Él es “el principio y fin de todas las cosas”. Y aquí entra absolutamente todo, incluidos nosotros mismos, ¿lo tienen?..

Pues no lo suelten y sigan siguiéndome el razonamiento, por favor. La base de la cuestión es que de la energía nace la masa, y de la masa nacen las formas. Vale. Pero nunca, jamás, se afirma, ni en la religión ni en la ciencia, que se repitan exactamente los mismos patrones… de hecho, es absolutamente al contrario: que nada, absolutamente nada, es igual. Tan solo existe una sola y única cosa inalterable: el origen, el punto cero, la fuente, el Logos, o sea, aquello que los humanos conocemos por Dios. El resto, muta, cambia, se transforma (mutas mutandi), sigue el ciclo establecido de energía / masa / forma / energía, y rula que te rula que va rulando…

Entonces, y según eso, ¿quién niega que nuestros cuerpos no “resuciten” – aunque yo prefiero decir “evolucionen” – en otras formas menos densas y pesadas, más ligeras y etéreas, y sutiles, conforme cumplan ciertos patrones evolutivos?.. La naturaleza es infinita en recursos… Nada ni nadie afirma que sea tal cual hemos sido o nos hemos conocido, pero tampoco negar que podamos reconocernos entre nosotros mismos. Y eso no lo dice el Credo, eso lo imaginamos nosotros; y la Iglesia deja que lo imaginemos porque ella sabe que creer es crear, y la interesa mucho hacernos creer lo que creemos. A eso se la llama preeminencia, eminencia…

Sin embargo, hay en este Credo una coletilla en la que sí que creo, y que casi lo explica todo: “…y en la vida de un mundo futuro. Amén”. Esa es la clave de bóveda. Los mundos se suceden unos a otros continuamente, incluso muchos se incluyen entre ellos mutuamente (los llamamos “dimensiones”). Recuerden la famosa y conocida frase de Paul Elouard. Hablamos del motor evolutivo original, del Uno, que no es moco de pavo… Y el elemento primordial y primigenio es la Energía, que es de naturaleza espiritual, y es único en el Todo, si bien que personal en todos y cada uno de nosotros…

…Y ese espíritu sí que tiene capacidad sobrada y suficiente de reconocerse a sí mismos en esos millones de miríadas de entidades creadas a su propio través. Y el misterio está en que esos “otros”, o esos “demás”, son tan partes de nosotros mismos como nosotros de ellos. Incluso individualmente. La razón y la explicación es esa misma, que, a estas alturas del relato, está ante nuestras narices: que todos somos lo Mismo, aun siendo nosotros mismos. La evolución es colectiva, nos guste o no nos guste… Lo que ocurre es que las religiones, las Iglesias, que saben y conocen por lo sobrado todo este tinglado, lo callan para seguir teniendo la dependencia del personal, de la “gens”, en sus manos… Luego, a cada secreto se le bautiza con su particular Dogma, y que el invento siga sumando, que es lo que vale mientras el confesionario aguante.

        Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com

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