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TORRE-PACHECO, MURCIA, Spain
Escribidor, más que escritor, empresario, Juez de Paz de mi pueblo, colaborador de la fundación Entorno Slow, certificado por Global Reporting Initiative como técnico para sellos RSC - Responsabilidad Social Corporativa -, vicepresidente de COEC (Confederación Comarcal de Organizaciones Empresariales) y presidente local, tonto útil, etc...

lunes, 11 de noviembre de 2013

CIUDADANOS en MOVIMIENTO

Artículos como Las dos Españas, Parot o no Parot, Seamos Justos, Europa, etc. hacen que la gente me envíen e.mails o me paren por la calle con un mismo e invariable comentario: “llevas toda la razón, pero ¿qué podemos hacer?.. Son todos iguales”, con un indisimulado sentimiento de fatalismo. Y yo siempre contesto igual: “romper la tendencia habitual del voto hecho costumbre”. Lo peor que podemos hacer es instalarnos en la resignación. Aún con un modelo pervertido de sistema electoral como el nuestro se puede dar el campanazo. Solo hay que hacer funcionar la democracia que aún se conserva intacta pese a las limitaciones impuestas a la misma. Para eso el ciudadano ha de formarse e informarse, y liberarse. Informarse en la libertad que otorga la genuina y auténtica cultura ciudadana, y liberarse de la esclavitud que supone el adocenamiento y las trampas de las adormideras sociales. Y, claro, actuar en consecuencia… 

                Ya no sirve el cuento de las ideologías. Las derechas, las izquierdas y los ísmos están vaciándose de contenidos ideológicos y llenándose de intereses espurios. Solo son etiquetas que sirven al partido, muy alejados del bien común y muy cercanos al pesebrismo de sus dirigentes. La corrupción generalizada que invade la política es resultado de ello. Y ese desencanto de la ciudadanía es el caldo de cultivo más apropiado para el advenimiento de los salvapatrias y de los nuevos e iluminados nazismos. La regeneración democrática y política son hoy más necesarias que nunca, y los partidos, en su ceguera, no están por la labor de devolver al pueblo la capacidad de representación directa y de decisión que le ha sido sustraída para trasladar el poder que emana de él al endogámico del partido.
                Es lógico y natural que la ciudadanía se sienta estafada por discursos repetidos que se intercambian según se esté en la oposición o en el gobierno, y que luego se incumplen sistemáticamente una vez llegado a un muy bien organizado enroque de poder. Es ya un juego caduco y tramposo que cada vez engaña a menos gente. Pero la desilusión que empuja a la abstención en las urnas es el combustible que alimenta este viciado sistema de alternancia, que solo busca eternizarse desde el pensamiento automático y dirigido de sus “incondicionales” de siempre, logrando  el movimiento contínuo.
                Por eso, cuando irrumpe en este panorama algo como el Movimiento Ciudadano, cuyo discurso no son las ya ajadas ideologías políticas, sino un nuevo modo de entender esa política, es como una corriente de aire fresco. Este movimiento, liderado por Albert Rivera, que tan valientemente y en solitario está plantando cara en Cataluña a las manipulaciones independentistas de Más y sus abertzales, y que contrasta con el pasteleo de socialistas y compadreo de pepistas, y que se atreve a exponer un programa tan ineludiblemente necesario como el de su “compromiso ciudadano”, suena como a recuperación de las primigenias fuentes en que bebe la auténtica democracia, como a un intento de reconquista de la ilusión perdida, a algo así como si se quisiese devolver al pueblo lo que le pertenece y que, en un momento de la historia reciente, se le hubiera robado.
                Este movimiento me recuerda un poco a aquella multitud de pequeños partidos independientes que florecieron en nuestros pueblos y que fueron asfixiados y fagocitados por los todopoderosos y prepotentes grandes partidos. Querían servir al pueblo antes que a los intereses propios de tales partidos. Y eso no interesaba. Era peligroso… Y se me ocurre que si ese Movimiento Ciudadano fuese capaz de aglutinar todos aquellos minúsculos grupos de ciudadanos que hacían la guerra por su cuenta, podría forjarse una respuesta rotunda y eficiente a ese profundo malestar instalado en toda esa multitud de personas que me dicen por mis artículos: “nada se puede hacer, esto no hay quién lo arregle…”

                No es mi deseo hacer apología de nada ni de nadie. Me he equivocado tantas veces que bien pudiera equivocarme de nuevo. Solo quiero dar a entender que hemos de empezar a exigir que no piensen por nosotros, que no nos usen para elegirse a sí mismos, que no nos utilicen como excusa para sus enjuagues políticos y para montarse sus interesadas guerras de siglas. Que dejen de engañarnos. Nada más quiero dar a entender que comencemos a pensar por nosotros mismos… Solo eso.

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