JUSTICIA
Ya dije en ocasiones anteriores
que la justicia no deja de ser una abstracción más. Igual que el concepto de
cultura, o como el de moral, del que algún día hablaremos… Como cualquier otra
noción intangible, es algo inmedible e inaprehensible, y solo se puede obtener
un reflejo aproximado a través de una normativa, una legislación… Cuando se
habla de un determinado sentido de la justicia, o de un principio de justicia,
olvidamos a menudo que los principios y los sentidos varían según los tiempos,
las culturas y las personas. Y nuestra forma de captar la justicia,
reconozcámoslo, no puede desprenderse de cierto sentimiento de retribución, de
compensación, de satisfacción, o incluso, si se me permite, de venganza. O sea,
aún solemos entender la justicia más desde un aspecto de egoísmo que de
generosidad.
Aquí, en España, sufrimos una clara politización de
la justicia. A veces hasta vergonzosa. Nos manipulan, por otro ejemplo, para
poner el grito en el cielo por la derogación de la doctrina Parot a la vez que
nos escamotean las auténticas razones de
la cagada, culpando a quién no tiene la culpa de la misma… Y, sin embargo, no
somos capaces de ver las verdaderas imposturas que translucen de nuestro propio
sistema de justicia. Ahí tenemos una imposición de tasas judiciales que hace
imposible acceder a la justicia a los económicamente débiles, basada en la
mentira gallardoniana de “el importe de
las tasas será destinado a mejorar la asistencia jurídica gratuíta y los medios
con que cuenta la administración de justicia”, entre otros embustes, cuando
esos fondos se desconocen su cuantía y hasta su destino. O legislar la
prohibición de insultar a un policía que nos ha agredido o escrachear a un
político que nos ha jodido.
O por ejemplo también, que el Consejo General del
Poder Judicial, máximo órgano legislativo del estado, se lo repartan entre PP y
PSOE impune y escandalosamente. ¿Cómo van a prosperar las investigaciones
sobres tramas de corrupción perpetradas por los mismos partidos?.. Aparte, por
supuesto, de convertir en un auténtico cuento chino la tan cacareada como falsa
independencia del poder judicial y de la administración de justicia.
Por eso, la dignidad de una justicia digna descansa
sobre la dignidad de los jueces, sus dignos profesionales. Los legisladores no
deben ser los políticos ni los gobiernos porque entonces los jueces se ven
obligados a aplicar leyes con marcado interés político, en detrimento, a veces,
del propio interés general y espíritu de justicia que debiera ser defendido.
Nuestro país tiene jueces competentes, buenos profesionales de la justicia,
pero si éstos no tienen buenas leyes para trabajar, la culpa no es suya.
Escribía Montiel en uno de sus artículos que “cuando el Derecho es inaccesible para la
mayoría, o lo gestionan delegados del gobierno y de los partidos, puede decirse
que la justicia es una ficción”. Yo diría que incluso podría decirse que la
justicia es una injusticia. De ahí que la justicia, se entienda como se
entienda o lo que por ella se entienda, debe ser absolutamente independiente de
cualquier buen o mal gobierno. Una justicia que es tributaria del poder
político deja de ser justicia para llegar a ser otra cosa…
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