SEAMOS JUSTOS

Imagínenselo y créanlo. África subsahariana se arrastra inexorablemente hacia el Mediterráneo como última esperanza de subsistencia. Familias enteras. Les va la vida quedándose, así que les da igual jugársela viniendo. No es una exageración, sino una realidad, si dibujo con palabras lo que está pasando con sangre: muertos en la travesía del desierto, donde encontramos cadáveres de madres abrazando a los de sus hijos. Muertos contra las murallas levantadas en Ceuta y Melilla y defendidos por nuestros comprados perros guardianes marroquíes. Muertos en el mar, ahogados y hambrientos. Continuas tragedias en Lampedusas continuas...

           Nos lamentamos, nos rasgamos las vestiduras, ¡qué pena y qué vergüenza!, proclamamos contritos… Pero, ¿nos duele de verdad?. No lo sé. Tengo mis dudas razonables. Porque luego también decimos que nos están invadiendo, que nos están quitando el trabajo, que vienen a delinquir, que se están comiendo nuestro pan, que tienen más derechos que nosotros… ¿En qué quedamos entonces?.. ¿Es pues mejor que revienten por el camino antes de “invadirnos”?.. ¿Sí?.. Pues no seamos hipócritas en dolernos falsamente. ¿No?.. Pues no podemos rechazarlos y admitirlos a la vez. Mejor, antes de hablar, pensemos que conveniencia y conciencia no siempre van de la mano y actuemos en consecuencia. Pero no podemos mantener una bandera en una mano y la contraria en la otra.
                Y no crean que no reconozco el riesgo que esto supone. Y que no veo el problema que es acoger la indigencia en nuestra situación de pobreza. Porque nos estamos convirtiendo en un país de pobres gobernado por unas docenas de ricos, digan lo que digan quiénes lo digan. Lo sé muy bien. En España tenemos más de 600.000 familias completas sin ningún tipo de ingreso. Nada. Cero… Con más de tres millones de niños subalimentados. Después, casi 900.000 jubilados que están malatendiendo con su exigua pensión a hijos y nietos. Y luego una gran, enorme, masa de la antigua clase media que apenas puede llegar a fin de mes. Son datos reales. Verídicos. Tan reales como el reconocimiento por Hacienda de un fraude fiscal de 100.000 millones de euros al año. Tan verídico como que el 75% de esa evasión está protagonizada por reconocidas empresas, grandes fortunas, poderosas familias e ídolos mediáticos. Tan real y cierto como que las 33 primeras empresas que cotizan en el Ibex tienen sus fondos en paraísos fiscales. Tan real y doloroso como que en España han aumentado un 13% los millonarios sobre tanta y entre tanta pobreza. Yo diría que se han hecho ricos con tanta pobreza.
                Pues bien… Nosotros somos con respecto a esos millonarios exactamente lo mismo que los del Sahel con respecto a nosotros. Un cada vez más grande abismo nos separa. Las diferencias se van haciendo enormes, brutales… me atrevo a decir que casi inhumanas. La brecha es cada vez más profunda. Se va ensanchando en nuestra sociedad, entre nosotros mismos, y se va abriendo entre nosotros y los pueblos más pobres del más pobre continente. Y si nosotros, los pobres de Europa, de España, clamamos por la injusticia e insolidaridad social de nuestros potentados y financieros, los pobres del tercer mundo suplican la misma justicia y solidaridad de los que para ellos somos ricos. No nos engañemos. Y que tampoco nos engañen. Es exactamente el mismo egoísmo, la misma ceguera, la misma maldad, el mismo atraco…
                La diferencia, si acaso, está en el grado de desesperación. La nuestra es de haber perdido algo, la suya es de no haberlo tenido nunca. La nuestra es reciente, la suya es endémica. La nuestra, esperan los que la han diseñado, que vaya desde la rabia y la reivindicación a la conformidad y la sumisión, por el contrario que ellos, que vienen de una sumisión y caminan a una rabia cada vez menos contenida. Son distintas razones pero un mismo factor de necesidad. Diferentes matices, pero la misma sensación de que algunos alguienes nos han robado algo. Para unos, lo necesario para vivir bien, para otros, lo necesario para vivir.

                Es difícil, muy difícil. No me llamo a engaño. Pero no culpemos a las víctimas, si no a los que las provocan. No vayamos contra los pobres, sino contra los que fabrican la pobreza. No pensemos que vienen a quitarnos el pan y el trabajo, cuando los que nos lo roban son los que así lo tenían planeado. Y no digamos que vienen a delinquir, porque tienen que comer, cuando a los verdaderos delincuentes los conocemos todos. Al menos, intentemos ser justos.

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