ESTO ES LO QUE HAY...
Contaba Elvira
Lindo que si usted va a una librería y pide, a un suponer, algo de Graham Greene,
y el vendedor se encoje de hombros y pone cara de tonto, es tan solo una
persona que la han puesto a vender libros, pero si asiente, conociéndole,
aunque en ese momento no disponga, entonces es un librero. Es la diferencia
entre un atendedor y un entendedor. Entre alguien que está y alguien que sabe.
Entre un despachador y un conocedor. Siguiendo entre libros, el impostor no
sabe/no contesta, mientras que el profesional lee en diagonal cuantas novedades
le vengan, comenta, aconseja y sabe lo que lleva entre manos. Es uno de los
oficios más completos y complejos, más difíciles, y también más escasos.
Pero es que en el ramo del
comercio en general, hoy casi solo existen despachadores, y hay pocos, muy
pocos, entendedores. Los pequeños comercios se han contagiado de lo peor de las
grandes áreas, y no han sabido conservar el dependiente profesionalizado que
sabía y entendía de lo que vendía, conocía el producto, y podía responder
cualquier pregunta o consulta del cliente. El zapatero, el ropero, el mercero,
el librero… eran expertos y eruditos en lo suyo, y de su fiabilidad y garantía
dependía la confianza de su clientela. Pero de esa raza ya casi no existen, o
quedan unos pocos restos en extinción. Dicen que ya no se pueden mantener, pero
yo creo que no hemos sabido mantenerlos. No es lo mismo.
Del sector de libreros, por el
que hemos comenzado la murga de esta semana, recuerdo mucho, acaricio de vez en
cuando, y añoro siempre, la pequeña librería del pueblo en la que me crié.
Allí, siempre en el mismo rincón, al calor soleado de las ventanas, después de
comer, invariablemente, nos reuníamos un grupo de charladores. Un número
determinado de personas para hablar de docenas de distintos temas, y, por lo
tanto, de docenas de diferentes libros. Era nuestro “café y partida” del
mediodía. Esas tertulias eran tan gratificantes y nos enriquecían tanto que nos
esforzábamos en informarnos y en aportarnos conocimientos mutuamente… A mí, al
menos, me ayudó muchísimo a conocer y amar los libros que luego vendía. Siempre
lo he echado de menos.
Pero es que esto tan bonito, que
puede ser extensivo a otras profesiones u oficios, y que, incluso, podría ser
rescatable, lo hemos apartado por “no práctico”, y lo hemos arrojado al erial
de lo baldío para las aspiraciones y por las ocupaciones actuales. Cuentos de
antes. Viejas batallitas. Pérdidas de tiempo. Y, sin embargo, nos hemos
empobrecido en la misma medida hasta un grado en que llegamos a considerar
normal que un/una dependiente no tenga la más mínima idea de la naturaleza del
artículo que vende. Y que se nos mire como a un perro verde por hacer preguntas
que solo atañen a la información del género en cuestión. Es cierto. Me ha
sucedido con mucha, muchísima… demasiada frecuencia.
Hoy las cosas son así, me dicen…
Tú eres el raro, no ellos. Y me temo que llevan razón. Hoy ya no hay aprendices
de nada porque nada hay que aprender. ¿Para qué?.. Nosotros te creamos la
necesidad, nosotros te publicitamos el producto y nosotros te lo ofrecemos. Tú
solo tienes que comprarlo. Y el otro solo tiene que vendértelo. Fin de la
historia. ¿Por qué quieres informarte?.. ¿para qué?.. ¿qué puñetas necesitas
entender?.. ¿de qué te sirve saber?.. Usar, gastar, tirar y volver a comprar.
No hay que saber nada más… Y, en cuanto a libros, nosotros pondremos de moda el
que tienes que comprar para leer o para regalar. Pero tú… ¿para qué perder tu
valioso tiempo en pensar, cuando nosotros ya pensamos por ti?.. ¡No, hombre,
no..!.
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