ALGO QUE CONFESAR
Hace años empecé a escribir un libro basado en remembranzas, un tanto autobiográfico, que encabecé como URIEL, y que se quedó a medio novelar… Por ahí anda, trasegado en alguna carpeta de archivo perdida entre los trampantojos de mi viejo ordenador. Está inacabado e inactivo sin motivo aparente alguno, aunque me barrunto la causa de la parálisis sobrevenida, una especie de esclerosis emotiva.
Se me murió mi amigo Cándido, y me quedé huérfano de su cercanía y de sus recordanzas, motivadas por su participación personal en mis artículos de día a día… Me tenía muy mal acostumbrado con sus llamadas tan a menudo, comentando los contenidos de mis escritos. No sé si por querencia, por apetencia, por compromiso (que no creo) o por simple regusto, o mal gusto; me llamaba cada tres o cuatro días, y le daba pomada, o acíbar, según, a mi ego, que tenerlo lo tengo, no crean ustedes, y que eso me hace acusarme a mí mismo de un defecto que, en el fondo, no me gusta padecer.
De mi época de tardía niñez y primera juventud aún me queda alguno por allí, como Tinín, que de tarde en tarde contacta conmigo, y me habla del entonces y del ahora… Como también tengo algunos pocos más de otras hornadas últimas, con los que intercambio agradecidos cambios de impresiones sobre temas que me ocupan y me preocupan… No muchos más en mi entorno esquivo, pero que entiendo perfectamente que no sea proclive a mis rarezas de pensamiento. Es más: estoy conforme con tal perspectiva, lo crean o no, ya que soy un minoritario entre minorías.
Pero decía que con mi añorado Cándido extendíamos la temática a vivencias pasadas del ayer común, y la conectábamos con nuestra propia historia pequeña, hija de una Historia más grande; y podíamos pasarnos sus buenos cuartos de hora/móvil desmigajando la nutrida y nutritiva madeja de la que nos alimentábamos mutuamente, quedando siempre enredados en la promesa de vernos y seguir desliando retazos venidos a cuento de nuestros no-cuentos… Y también decía que cuando marchó al otro lado de esta existencia – no confundir con vida – interrumpí de golpe la elaboración de ese Uriel que ya no sé si verá la luz, o se quedará enganchado en las telarañas del olvido.
No me pregunten por qué motivo, o a qué se debe ese efecto de la memoria, o del acicate o desgana a escribir una determinada obra… Ignoro la causa del fenómeno, pero el caso es que es así, y de tal modo ha resultado. No sé si algún curtido psicoterapeuta podría escarbar en los entresijos de un subconsciente que me motiva o me desmotiva para una misma tarea, pero ahí lo dejaremos, tal y como ha sucedido. El impulso que sentía murió con mi amigo Cándido, y ese apenas centenar de páginas que también mueren por algún lugar, no parecen merecer la tenencia de continuidad que, a lo mejor sí tienen, o a lo peor no tienen.
Sea como fuera, así de inconscientes son los hechos de mis cosas. Y si hoy, en este artículo, lo hago público confesándoselo a ustedes, es más por mi deseo de compartir tales vivencias, que, por otra parte, puede que sean más comunes de lo que podemos pensar… Y si así no fuese, pues entonces todos ganamos algo ya que yo nada pierdo. De hecho, estoy convencido de que el escribirlo es una suerte de catarsis beneficiosa para quien la practica. Ya me entienden: una especie de autoexorcismo, o algo parecido… Como confesarse con uno mismo teniendo tras la puerta del quiosco sacramental a cientos de sordos y mudos fantasmas reales e irreales.
Algunos de esos, en realidad no-fantasmas, aquellos que, aún y a pesar de todo, suelen leerme y seguirme, saben que, de vez en cuando, me veo encaramado a la máquina de H.G.Wells retrocediendo en el tiempo a recuerdos que, o bien porque contienen alguna moraleja digna de ser comentada, o bien por el mero placer de darlo a conocer, lo traigo a esta bitácora diaria… Es como, sin darme cuenta, mojara la brocha en el bote de pintura equivocado para la pared que estoy pintando, y si no me freno, es porque hay unos cuántos/as seguidores/as de mi programa radiofónico a quiénes les encantan estas chuches retrospectivas, y no me voy a permitir desperdiciar los pocos “megusta” que aún cosecho.
Por lo tanto, aún de vez en cuando, me consentiré a mí mismo estas “regresiones espontáneas” que me vengan al consciente, aunque solo sea en memoria y brindis de mi nunca olvidado amigo Cándido. Siento como que se lo debo. A lo mejor, ¿quién sabe?, me inspira desde donde esté (que estar, está) para reanudar mi interrumpida relación con ese abandonado proyecto de nuestro pasado más común y compartido por falta de anclaje… quizá que de su anclaje… Es que yo creo que, por donde anda ahora, transciende el pasado-presente-futuro, dándome a mí sopas con onda en éste cada vez más puñetero mundo. Y es que siempre fue por delante mío.
Todas estas consideraciones que hoy me tomo la libertad de hacerles a ustedes, solo tienen un solo y único objetivo: experimentar con mis experiencias, o lo que es igual, trasladar mi experimento al exterior de mí mismo. A ver qué leches pasa, aparte del tiempo, que ese, para no existir, siempre pasa… Al hilo de todo esto me viene a la cabeza una cita bíblica: “porque no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido que no haya de salir a la luz.” (Marcos, 4.22).
Lo cual me consuela en éste mi afán de airear lo que no debe ser enterrado. Todo conlleva su propia riqueza y sus propias lecciones; y su propio mensaje y sus propias conclusiones. A veces, las vivencias de crío es un bálsamo para cuando se es mayor; lo que ayer se aprendió viene al rescate del hoy; y el pasado es la respuesta a nuestro presente…Pregúntenselo a sí mismos. Yo me busco en lo que dejé a medio y aún no me he encontrado…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com
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