MAL QUE BIEN
Me vuelven a preguntar por el Bien y el Mal… He montado muchos artículos sobre ambas definiciones y, sin embargo, tengo la sensación de no haber escrito nada, de no haber hecho ni dicho un ápice sobre ello… Y puede que haya reunido muchas letras sobre el tema para, al final, no comunicar más que impresiones vacías de contenido. No lo sé. Solo ustedes habrán de valorar, pero es que son dos nociones opuestas de una sola y única cosa, y hablar de los contrarios diciendo que son lo mismo resulta una aparente contradicción difícil de entender. Pero no quiero que ninguna petición sincera se quede sin una contestación. Fuese la que fuera.
Yo solo concibo una única y sola fuerza, y es positiva, pues es la de la Creación, la genuina, la auténtica, la original, la que podemos llamar Amor, aunque luego el concepto, en su uso, lo rebajemos y degrademos a lo más abyecto… Es el mal el que nace directamente de ese Bien como una especie de amor equivocado, mal entendido y peor aplicado; un amor enfocado en uno mismo, un amor egoísta. El odio es la antítesis del amor; la envidia la otra cara del odio; y ambos dos no son más que el mismo amor en descomposición; el detritus del amor una vez manipulado y prostituido, la ganga del buen metal. Pero la materia prima y prístina del mal no deja de ser el bien, al fin y al cabo.
Luego la fuente de ambos dos es solo una, es la misma para las dos fuerzas antagonistas. La diferencia está en que el bien (amor) está enfocado en el dar, en la entrega, en ayudar al que necesita ser ayudado, en la generosidad y desprendimiento; está dirigido al exterior… Y el mal lo está en el tomar, en la recogida, en aprovecharse del que necesita de ti, en el egoísmo y la absorción; está dirigido al interior. De hecho, así se construyó la figura de Lucifer. No es otra cosa que la existencia de una fuerza centrífuga y una fuerza centrípeta, la una nacida de la otra y que pugnan por extenderse en un equilibrio inestable e imposible.
No se entiende cuando se dice que el Bien es más fuerte que el Mal, cuando se experimentan ambas fuerzas; ni cuando igual se afirma que, al final, el Bien vencerá al Mal, viendo uno lo que está pasando en el mundo y en las sociedades humanas… Sin embargo, tales afirmaciones obedecen a una lógica innegable: el bien se genera a sí mismo, “cuánto más amor deis, más amor tendréis”, dice una antigua y sabia escritura.
Sin embargo, por el contrario, el mal carece de fuente, se alimenta de vibraciones ajenas; es una fuerza de naturaleza vampírica que precisa de servidores de amor corrompido para subsistir, y de ahí mismo su debilidad… Por eso, si algún día le falta la fuerza negativa de la que se nutre, el mal desaparecerá por sí mismo, mientras el bien, la fuerza original, permanecerá. El principio es sencillo: lo que es consumidor muere, mientras lo que es generatriz perdura. Al final tan solo quedará la única fuente de la que todo salió al principio de todo… No queda otra.
Esa es la “física”, por llamarlo de alguna manera, del Bien y del Mal, pero luego está, claro, la “filosofía” de ese Bien y ese Mal, y aquí es donde saltan las chispas, los malentendidos, las fes torcidas – y retorcidas – y los problemas… Y esta dimensión de creencia filosófica fue inventada e introducida por las religiones, a las que les convenía muy mucho la personificación concreta del mal en un antagonista de Dios, así que se creó al Di-ablo; y se estableció un anticulto, que no deja de ser un culto: el satánico, desde la misma idea de base religiosa de la que nacen ambos dos.
Lo del “poner una vela a Dios y otra al Diablo” es una vieja frase que ilumina un hecho concreto: en las iglesias se honra y exhorcisa a la vez, porque es un reconocimiento del mal (interno) frente al también reconocimiento del bien (externo); el primero en secreto, y el segundo en excreto… De hecho, en su ínterin, existen sacristías donde sacerdotes sabedores de tales conocimientos practican ambas demagurgias y liturgias sin cortarse un pelo, y muchas veces son más cercanos y próximos de lo que creemos.
Ante esta estrategia, la gente respeta por miedo, teme, reconoce (todo esto supone una especie de acatamiento, de adoración) al diablo, lo cual lo mantiene vivo, alimentado y activo… El miedo y la sumisión es la vitamina que fortalece al maligno, que capta a sus fieles acólitos de la misma cofradía de “creyentes” ritualistas y ciegos. Unos son practicantes de la luz; otros son claramente de la oscuridad; y otros muchos, los más, se dejan llevar por el gris intermedio de la tradición, la práctica ignorante y la susurrancia. Pero todos ellos CREEN en un Demonio, y porque creen en él, también lo CREAN.
Desde los más antiguos conocimientos siempre se ha aconsejado un antídoto sencillo y poderoso: ignorarlo. No creas en un fantasma que tú mismo has creado. Por mucho azufre, vientos helados, movimientos de cosas y parafernalia de casos que mueva a tu alrededor, dile en sus apestosos morros: “tú no existes; eres una creación nuestra, y desaparecerás igual que apareciste si dejo de creer en ti”… En realidad, los únicos que se condenan son los que, voluntariamente y sabiéndolo, se postran y sirven a una idolatría. Y esto lo es, como también lo es cuando se adora lo supuestamente contrario de la misma forma y manera. Esto es así, piensen lo que piensen, lo crean o no… En definitiva: Dios creó al Hombre, y el Hombre creó al Diablo.
Dejo dicho y escrito todo esto, porque las cosas son más sencillas de lo que nosotros mismos las complicamos; y no siempre lo aparente es lo real… Discurran ustedes la metáfora que no es metáfora: el ser humano es la criatura que, fabricando con su mente y sus manos su propio ídolo, es capaz de adorarlo como si fuera el ídolo quien lo ha creado a él… A partir de aquí, mediten en cuántos tótems, tronos y peanas, y procesiones varias, hemos levantado en representación de lo que ignoramos, más de lo que en realidad sabemos.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
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