OPTIPESIMISMO

 

Hay quien me dice que soy un pesimista, en plan “mala follá” (a eso no suelo hacerle el más puñetero caso); y hay quién me lo dice afectuosamente, y a ese sí que le contesto en igual de cariño con un “…bueno, podemos hablarlo”… Y podemos hablarlo porque optimismo y pesimismo tan solo son conceptos, y los conceptos contrarios participan el uno del otro en mayor o menor medida; no son conceptos puros. En este caso no existe el optimista puro, como tampoco existe el pesimista puro. Como dice Javier Cercas, “aquí no hemos venido a pasarlo en grande, aquí hemos venido a sobrevivir como se pueda”, y eso no es pesimista ni optimista, sino una visión realista.

Y eso se debe, piénsenlo bien pensado, a que el optimismo es deficitario porque necesita de la esperanza; y el pesimismo no necesita de nada, por lo tanto, es más realismo que su compadre. El secreto está en saber vivir a pesar de todo, esto es, a no dejarse ganar por ninguno de los dos extremos, y permanecer en lo posible en el fiel de la balanza… Una verdad no reconocida, por ejemplo, es que cuántas más esperanzas tengas, más desdichado te puedes sentir, porque más decepciones llevarás; y, por el contrario, cuánto menos esperes (que de ahí viene esperanza, de esperar) menos infeliz serás. Yo me esfuerzo en no esperar nada de nada ni de nadie, y a tratar de conformarme con lo que me llega. Si esto es “opti” o es “pesi” se lo dejo a los entendidos.

Pero hago mío el soneto del poeta Ricardo Reis: “Quien nada espera / cuanto le depare el día / por poco que sea / mucho será”.- Tengan por seguro que respeto a cuántos alberguen esperanzas, si así les place hacerlo, faltaría más… Veo casos y cosas en personas que, si no la tuvieran en ingentes dosis, no me explico cómo podrían tirar p´alante, y eso me infunde un enorme respeto.  Lo que pasa es que, si he de ser honesto conmigo mismo y sincero con ustedes, tengo que reconocer que si no les sale la bola del bombo con su número, bien pueden también ser candidatos al suicidio. Creo que fue Oppenheimer el que dijo que “se suicidan más optimistas que dejan de serlo, que pesimistas que nunca dejan de serlo”… Y no me digan que no tiene un trasfondo de cierta verdad.

El optimismo excesivo puede llegar a ser un pecado, incluso un ridículo. Por ejemplo: a nuestro Ministro de Exteriores, J. Manuel Albares, un periodista con mala leche le preguntó si él creía que Venezuela era una dictadura, y nuestro insigne, que siempre anda como el palo de una fregona y con la barbilla apuntando a los cumulonimbos porque tiene un alto complejo de bajito,  le contestó que él no era un politólogo, en lugar de un sencillo “sé muy bien lo que es, pero lo que pienso no puedo decirlo”, o algo así, que hubiera quedado perfectamente bien Así que el gacetillas le soltó, “pero yo sí que lo soy”… El hecho de que un político ejerza de político sin ser un poco politólogo es ser un muy mal político. Eso es algo así como ser piloto sin conocer lo que es un avión, sin necesidad de ser un estricto mecánico.

Nuestros políticos patrios podrán tener la esperanza de ser políticos hechos y derechos algún día, pero su optimismo en ello resulta excesivo en la realidad actual. A la vista está. La media de mediocridad es desesperante, por volver a nombrar a doña Esperanza… Un poco de realismo y reconocimiento de sus limitaciones no les vendría mal, y a los españoles nos haría mucho bien. El grueso de la ciudadanía no somos políticos, pero sabemos que la política no es insultarse y ponerse zancadillas entre ellos, porque a quién ofenden y hacen trastabillar es a España… Lo cierto es que pecan de un exceso venenoso de optimismo: llegan a creerse lo que no son, y muchísimos de ellos nunca llegarán a ser. He aquí el resultado de un optimismo desaforado.

Dice el escritor I. Peyró que “uno tarda media vida en conocerse a sí mismo, y la otra media en tratar de reponerse del susto”… Humor aparte, yo creo que uno emplea toda su vida en tratar de conocerse, y no llega ni a reconocerse (no es que sea mi intención contradecirle, sino solo complementarle). En la vida todo lo empezamos tarde, pues estamos muy entretenidos en hacer la pascua a los demás y a sacar tajada de ello. En realidad uno es el último en saber que es un perfecto idiota, y para entonces ya hay mucha gente que incluso puede que nos lo haya perdonado. Del mismo autor saco que “hay que orientar la vida hacia el norte de ser un abuelito plácido, y no un viejo cascarrabias”.

Pues cuanto lo siento, amigo Ignacio, pero el ser abuelito ya es ser viejo, y si ser plácido significa ser complaciente, yo prefiero ser cascarrabias… Puede que éste sea el ejemplo manufacturado por la corrección y el buenrollismo del optimista y del pesimista: que eres como el abuelito de Heidy, pues practicas el optimismo; que eres crítico con la realidad, pues practicas el pesimismo. Simplismo puro. Craso pero conveniente error de una sociedad roma, mansa y amansada… Yo reivindico – ruego, por favor, me lo permitan – el cascarrabismo de pura cepa y medalla de oro. Un viejo cascarrabias es un viejo aún vivo y coleante, que no se deja adormecer por los cantos de las jodidas y jodedoras sirenas; un viejo inconforme, que protesta por lo que considera protestable; un viejo que no se deja guiar por las pautas del Inserso; al que no le cuelan lo que los demás tragan.

En este mundo, si eres un halagador, eres un pelota; si eres un pelota, es que eres un trepa; y si eres un trepa, acabarás siendo un Judas para tus propios… Es una cuasi-norma que siempre he observado en los sujetos que la han practicado. Es un defecto humano, pero no tiene por qué ser una ley de vida, no sé si sabré explicarme para que ustedes puedan entenderme. Un servidor siempre ha tenido claro algo: cualquier cosa que digamos siempre molestara en parte a ese gremio irritable que llamamos “los demás”. No sé si este pensamiento habrá que calificarlo de pesimista u optimista, pero me trae sin cuidado.

Ninguna de ambas opciones/nociones de pesimismo y optimismo ha de ser un freno para el librepensamiento en el ser humano. El problema es cuando nos ofendemos y nos sentimos insultados cuando se expresa un pensamiento contrario, que es lo que se nos achaca a los que no nos callamos y de lo que se nos acusa y con lo que se nos ataca… Llega un momento en que te das cuenta que en tu vida ya nada va a mejorar como no seas tú mismo; y entonces ves que lo que los otros llaman corrección para ti es un correctivo… Así que coges tu mochila de vida, aligeras el peso inútil que te lastra, y andas lo más ligero que puedas el resto del camino que te queda por andar. Que no es mucho. Y los demás, pues que piensen lo que quieran…

miguel galindo sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com

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