IMAGINEN EN LIBERTAD
La verdadera libertad, la auténtica y genuina libertad, reside en la imaginación. Ni siquiera en lo que uno hace, o aparenta hacer… La libertad es un ave que solo pone sus huevos en el nido de la imaginación. Que luego eclosionen antes, después, o nunca, ya es harina de otro costal, pero la imaginación es la sola y única incubadora de la libertad. Nelson Mandela dejó dicho y escrito que el tiempo de su vida en que se sintió más libre fueron los 27 años en que estuvo en la cárcel. Allí ejerció su imaginación y llegó a sentir su libertad plena, sin cortapisa alguna… Hay personas que alegan que esto es una exageración, o una especie de metáfora.
Pero no… no es cierto. Ni es una metáfora, ni tampoco una exageración. Es la pura y dura realidad. Miren ustedes: mientras la libertad crece en la imaginación está segura; es cuando pasa a la palabra cuando comienza su inseguridad, cuando se le acecha, o se le silencia, o se le quita de en medio, o si hay que matar, se mata. Cualquiera puede comprobarlo en cualquier momento de la historia o de la actualidad… Si usted abre la boca para decir algo que no está bendecido ni reconocido por el común de la tribu, le caen las del pulpo. Las “verdades” homologadas asesinan a las verdades imaginadas (o no imaginadas, simplemente verdades) nada más asomar éstas la cabeza por el agujero de las opiniones personales.
Yo lo sé muy bien, y por eso mismo soy un mal ejemplo. Pero, se diga lo que se diga, esto funciona así; y funciona así desde las primeras telarañas de los tiempos. El ser humano es único en sí mismo, así fue creado; pero se ha colectivizado al extremo de renunciar a su valor intrínseco como persona de pensar (opinar) por sí, y opta por tribalizarse a sí mismo. De tal modo que ha modificado su pensamiento original: yo no soy nada para aportarle a la tribu, es la tribu la que decide qué me aporta a mí, y cómo, y qué debo devolverle yo a ella; de forma y manera que ya no soy yo, ya solo soy tribu.
Y en este hecho concreto se condena la imaginación humana, y con ella la misma libertad humana. Platón lo escenificó perfectamente con su historia de La Caverna… Afortunadamente hay pocos miles entre muchos millones (una minucia comparativa) que no sacrifican su libertad interior al tótem de la masa. Sí, son muy pocos entre muchísimos, pero es la levadura que conserva y fomenta, y fermenta, el adelanto mental, y hasta moral, incluso en la ciencia y en la técnica, de la humanidad… A Galileo, a Copérnico – por solo un par de ejemplos – se les humilló, se les persiguió, se les castigó y se les quitó de en medio; aunque luego, mucho, muchísimo después, nos quitemos el sombrero y reconozcamos que llevaban razón, y nos aprovechemos de sus descubrimientos con toda nuestra ruin hipocresía a cuestas del alma. Somos así. Incapaces de reconocer al otro su libertad de pensar, de imponerles el “ser pensados”, pero afanosos a la hora de repartirnos sus frutos. Siempre ha sido así.
El nudo gordiano de la cuestión reside en un solo y único lugar: en que se nos ha convencido que no somos – o hemos de ser – libres para pensar por nuestra cuenta, y nosotros lo hemos creído a pies juntillas… Precisamente el concepto de “pecado” viene de ahí: de pensar y creer por uno mismo sin pasar por el tamiz de la religión, que, en definitiva, es la que filtra todo antes de ser distribuido para y por una sociedad de miles de millones de “creyentes” a los que les han dicho lo que tienen que “creer” y cómo, y ser convertidos en gente dependiente, y expulsados de sí mismos como personas individuales. Es a lo que llaman “grey”.
Pero no monoculicen la religión en iglesias concretas. Se nos han construido muchas iglesias con muchas religiones en su interior: la del hedonismo, la del consumismo, la del narcisismo, la del gregarismo, la del panycirquismo, la del capitalismo, la del comunismo, la del tontismo… Es como un solo, gran e inmenso templo con multitud de capillas en adoración continua a múltiples dioses. Sin embargo, lo repito siempre y nunca me cansaré de hacerlo, Aquél al que decimos venerar (tan solo que en trono procesional, claro) nos dio una muy valiosa pista: “no buscad en templo alguno, buscad dentro de vosotros mismos”, y remachó con “buscad y hallaréis”.
Vale, Maestro, ¿pero dónde y hasta dónde de dentro buscamos?.. A mí no me cabe duda que en la libertad que da a luz la imaginación y que se conforma en el librepensamiento. ¿Y cómo sé que no obedezco a credos externos y falsos?.. porque tú eres el único e inapelable juez de ti mismo; porque te arriesgas solo en ti y por ti mismo; porque no has de dar cuenta a nadie más que a ti mismo… Entonces, ¿qué es la conciencia?.. yo estoy seguro que el Nazareno respondería “tú eres tu conciencia” puesto que el Padre está en ti. Tan solo trata todo como a ti mismo.
El problema, y no pequeño, está en que funcionamos con conciencias exteriores impuestas, y/o prestadas, con el germen inoculado de hacernos creer que son las nuestras. Y cuando somos huérfanos de ellas nos sentimos perdidos, temerosos, y nos agarramos asustados a otras conciencias ajenas e interesadas; pero no se nos ocurre imaginarnos nuestra propia conciencia personal, la genuina, la auténtica, la verdadera, la que es realmente libre.
Naturalmente, eso entraña un riesgo: el del rechazo. Es mejor cobijarnos entre las cálidas falsedades que nos prometen defensa, que en la fría soledad de la verdad; y el arriesgarnos a nuestras propias dudas, aunque una duda siempre es mejor que una falsa seguridad, puesto que la duda implica búsqueda y la búsqueda es el camino de lo cierto…
Y eso es lo que hacemos: creer en lo que les interesa a los que nos gobiernan, siempre opuesto a nuestra libertad de pensar. Y nos rendimos. Pero en esa misma rendición asumimos el ataque gregario en masa a los que osan salirse del tiesto; a exigir un respeto a aquél al que no se le respeta… No me malinterpreten – o háganlo si quieren – pero la imaginación es lo único que nos salva del adocenamiento que nos deforma.
Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com
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