MANIFESTACIÓN U OPINIÓN
No estoy en contra de las manifestaciones en modo alguno. Quede claro. Me parece muy bien que cada cual haga público por separado o en ganado lo que estime oportuno ante cualquier cuestión que ataña a la sociedad o al colectivo que sea. Creo que es legítimo si se hace con el mismo respeto hacia los demás que se exige para sí mismo. Y que tienen tanto derecho a expresarse como a los otros no ser violentados. Que así conste in aquesta acta. Y estoy absolutamente convencido que una protesta respetuosa hace mucho más efecto y cala mucho más hondo que cualquier algarada fuera de tono. Sin lugar a ninguna duda.
Pero sí que estoy frontalmente en contra cuando son el amparo de la provocación y el refugio de la violencia. Desde el preciso momento en que los ya sospechosamente habituales – incontrolados creo que los llaman – comienzan a quemar coches y contenedores, a destrozar mobiliario público y privado, a romper cristales de escaparates, a volcar farolas, y a forzar la intervención de la policía para luego declararla represiva y desproporcionada, desde ese instante mismo, en que ya esa sospechosa minoría de siempre se protegen bajo capucha y se emboscan para hacer sus fechorías de costumbre, cuando esos ya familiares y cobardes sujetos empiezan a hacer de las suyas, para mí al menos, esa manifestación queda totalmente ilegitimada y vacía de contenido. Y si se tuviese un mínimo de sensatez, un ápice de inteligencia, y los manifas disolvieran la protesta nada más aparecer los primeros signos de violencia, los cretinos y bestias quedarían señalados, aislados y solos, y el mensaje ganaría en credibilidad.
Pero no ocurre así… Y eso me dá mal barrunto. Y huele muy mal que ante tales situaciones no exista tan elemental mecanismo y razonable salvaguarda que proteja la dignidad de la reivindicación que se intenta transmitir con tal manifestación. Así que, en el conjunto social, no es extraño que las protestas provoquen protestas, y cada vez más rechazo y antipatías… ¿Quieren explicarme, por ejemplo, el efecto que produce en los usuarios ciudadanos los estúpidos burros dedicados a cortar carreteras?.. Seamos sinceros, por favor, ahora que no estamos ante ninguno de esos primates, y opinemos con libertad y sin coacciones… ¿Acaso el estar jodidos dá derecho a joder a los demás?...
Así que si la lógica de la protesta, de la manifestación, es el altercado, el alboroto, el desorden público, el destrozo y la violencia callejera, el objetivo de sus sofismas queda relegado a un inconsciente colectivo que equipara la reivindicación con el salvajismo. Y que nuestros políticos de cuna, en vez de unirse en su condena, lo utilicen para atacarse mutuamente, revela, una vez más, la mediocridad que tenemos entre los de su clase.
Por otro lado, el enorme riesgo que se corre es apuntar a que la algarada y el chantaje de la violencia urbana logre lo que no somos capaces de conseguir con las urnas. Esto es muy, muy peligroso. Nunca, jamás, unas manifestaciones han de suplantar a unas elecciones. No perdamos la perspectiva. Las elecciones son la esencia de la democracia y las manifestaciones tan solo su consecuencia. Cuando a la ciudadanía se le acostumbra a tomar la calle por las bravas en vez de educarla a tomar buena nota, a responsabilizarse, y a resolver sus problemas mediante el ejercicio inteligente de las corrientes de opinión que encaucen el meditado y medido del voto, termina por desconocer todo principio democrático.
Por eso es tan vital el formar opinión. Se necesitan como el comer foros de opinión organizados e independientes que influyan en la formación ciudadana. Foros de opinión que eduquen y orienten dentro de los principios básicos y universales del respeto y la honestidad. Foros de opinión que sirvan de cortafuegos a los desmanes y abusos de administradores y políticos. Foros de opinión pública participativa, libre y no partidista. Foros de opinión sin más interés que el bien común sin distinción ideológica… No sé si me explico, Perico…
Si alguna vez este país pudiera contar con corrientes de opinión efectivas y no manipuladas, formadas, educadas y civilizadas, podría controlar a sus partidos políticos, y no al revés como suele suceder. Y comenzaría a desterrar la ignorancia secular que nos hace irracionales y compulsivos. Y empezaría a influir en sus gobiernos sin necesidad del griterío callejero, nido de vulgares maleantes. Es la diferencia entre la fractura y la cultura.
Nada hay más manejable que un pueblo sedado. Nada hay más manipulable que un pueblo soliviantado. España ha pasado de la madurez ejemplar demostrada en su época de la transición al dislocamiento irresponsable y suicida de la época actual. La demagogia, la corrupción y el trato ruin y navajero entre partidos ha descompuesto aquellos valores de cohesión que, hoy más que nunca, son urgentes de recuperar. Y si la regeneración no se dá en su clase política por manifiesta incapacidad, habrá que intentarlo en su base popular. Empecemos entonces a pensar por nosotros mismos… Quizá algún día…
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