LA DISCUSIÓN
No hace mucho me enteré que en Alemania hay una escuela, la Streit Schule Nüremberg, cuya especialidad son los Cursos de Discusión… Esto es, donde enseñan a discutir, porque el saber discutir, sino un arte, sí que es una enseñanza, una disciplina, algo que se debe aprender. Es una lástima que yo no tenga posibles – tampoco sé alemán – para poder pagarme un seminario de esos, porque un servidor, que ustedes lo sepan, es un mal discutidor, según opinión cuasi general de mi cuartel general cada vez que ejerzo (cada vez menos). Quizá puedan hacer una colecta entre afectados y sufragarme uno de esos cursos. Aunque para lo que me queda que estar en el convento…
No obstante, más atraído por la curiosidad que por la capacidad de su escasa información periférica, intento, a través de mi corto manejo de las redes, averiguar de qué va la cosa, si es que ese es el caso… Y cuál es mi sorpresa para conmigo mismo que, de los nueve principios básicos y elementales que habría que desarrollar, yo cumplo siete – aparentemente al menos – y hay un par de ellos en los que me reconozco suspenso de entrada… Tranquilos que no voy a ocupar todo el espacio analizando aquellos en los que puedo aprobar, pero sí en incidir en ese par en los que me acuso páter de fallar.
Y la cuestión no reside en la argumentación en sí misma, que me apaño bien, no señor, sino en cómo me apaño, y cómo lo expongo o lo cuento, que es distinto… Uno de los fallos está en que suelo alzar la voz, y no me vale la excusa de mi semisordera. Se indica que es el tono apasionado lo que molesta al prójimo, al poder sentirse el interlocutor avasallado por tal apasionamiento con que expongo. Es posible que lleven razón. Y me viene a la cabeza el ejemplo zen de la espiga, que sable doblarse al viento que sople sin quebrarse sin dejar de mantener su posición inicial.; con lo que sabiamente se anula la ley física aquella de “a igual fuerza en un sentido se opone…” ya saben. Nada, habré de pensarlo.
El otro fallo reside en saber cuándo no entrar al trapo, dicho en román paladino… Esto es: se aconseja en el idioma de Goethe que, cuando se note una rigidez mental de esquemas en la pareja con la que se baila, abandonar la pista y darle carpetazo al asunto. Que no merece la pena; que mejor dejar el campo libre a otras batallas; que mutis por el foro… Aquí sí que reconozco el consejo de difícil aplicación, me confieso. Quizá es que no distingo bien las señales, pues las personas hemos aprendido a disfrazar la tal rigidez mental de muchas cosas, como por ejemplo, de sentirse insultado, y, por lo tanto, ofendido; así como otras artimañas usadas en una discusión por el tema que sea. Y en este campo confieso sentirme un tanto perdido, ya que nunca es mi voluntad insultar, pero donde sí se me acusa de insultón. Invariablemente. Y eso es algo de lo que nunca nadie puede librarse de ese anatema. Es un juego de ventaja.
A tal respecto, yo siempre alego que no se puede hablar de la tontería sin aludir a los tontos y que éstos no se ofendan; ni descubrir el paisaje sin que en el retrato salga el paisanaje… Y apelo a la advertencia evangélica de que ni el pecado ni la ofensa están en el ofensor, sino en el ofendido, y todo eso, pero hasta dicha alegación es causa de discusión. Y si es causa de discusión, mi voluntad cuenta – y cuesta – poco; y es la de los demás la que dicta sentencia por… digamos defecto de forma, por no decir por mayoría; con lo que en la misma receta se despoja del contenido de la razón. Por lo tanto, señorías, resulta peor el remedio que la enfermedad.
Así que dudo mucho, tras haberme ilustrado someramente y en lo posible de sus posibilidades educativas, sobre el buen discutir sistema Nüremberg, y meditando sobre tal cuestión, vuelvo a reafirmarse en que para tal viaje no necesito yo alforjas; que la otra Rae (Refranera Académica Española) lanzó su más simple, eficaz y explícito método: “en boca cerrada no entran moscas”… Esto es, donde no, o con quiénes no, puedes hablar, mantén tu pico cerrado o te ponen morado. Hay otro también que juega de reserva: calladico estás más bonico. Es mi opinión y personal consejo que ustedes darán o no por bueno, naturalmente.
En mi caso particular – si se me permite exponerlo, claro – me esfuerzo en practicarlo en lo posible. Observo que en los foros donde existe libertad de expresión de pensamiento suelen ser los más respetuosos, si bien cada vez también son más “rara avis” por estos pagos. Y, por el contrario, lo más “normal” es encontrarse círculos de ideas ensimismadas (significa cerradas en sí mismas), y donde, si opinas lo contrario, te acusan, ipso facto, de falta de respeto… En tales lugares miran y valoran más las formas que los fondos; lo exterior que lo interior; la pose que la postura.
Y no se me tome como queja (es lo que hay) sino como experiencia, como la constatación de un hecho… Se me ocurre que no merece la pena aquí solicitar una franquicia del método alemán de la Streit Chule para saber discutir. Primero veamos cómo valoramos lo segundo para luego preocuparnos de lo primero. Según qué, así merece la pena arriesgarse o no. Es lo que yo creo.
Un servidor reinventaría el mediterráneo Ágora. Un lugar abierto a todos y a todas las ideas y foros; dónde discutir, si hubiera que discutir; y dónde aceptar y rechazar; y dónde abrir mentes y puentes; y dónde ensanchar las entendederas y arrinconar las ratoneras… Hace miles de años que aquellos antiguos griegos nos daban sopas con onda en lo de tratar nuestros intelectos. Sabían que la iluminación salía de la discusión, y provocaban esta última para obtener la primera. Importaba el conocimiento no las maneras; la cultura, y no la postura. Y le daban más valor al saber que al cómo hacer… Espero que me entiendan. Pero, si no, tampoco pasa nada.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
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