Y PORQUE VIENE A CUENTO...
Me dijo Paula, mi nieta mayor, “abuelo, ¿por qué no escribes sobre la experiencia traumática que has tenido?.. Tal experiencia fué que, de madrugada, me sobrevino una súbita y copiosa hemorragia de colon, que me dejó como un pajarito, y donde mi enfermera de cabecera, el ciento doce y la providencia me salvaron la pelleja. La cuestión fue que, en mi seminconsciencia, mientras me vaciaba como un cántaro roto, notaba como que me iba largando de la realidad – suponiendo que ésta la sea – y despidiéndome de todo y de todos: familia, amigos, conocidos… diciéndoles a todos y a cada uno de ellos, “bueno, hasta aquí llego, good bye, ya nos veremos al otro lado”, y pidiéndole a los ángeles de guardia que hicieran el favor de indicarme la salida. Afortunadamente, o no, una vez rechazado el pase, me convencí de que no era mi fecha de caducidad.
Y me acordé de la cita de Teilhard de Chardin: “el nosotros se halla en nosotros a pesar de nosotros”, en referencia a lo que él llama la mónada humana, que, como tal mónada, es esencialmente cósmica, y que es (somos) “los centros innumerables de una misma esfera”… Soy consciente que esta parrafada puede suponer una presuntuosa aportación por mi parte, pero, lo creamos o no, al fin y al cabo, es algo que, tarde o temprano, nos atañe a todos y cada uno de nosotros. Lo mismo que a cuántos nos han precedido. Y sobre lo que, además, yo he escrito en más de una ocasión y por distintos y diferentes motivos.
Las teorías de Chardín coinciden en una gran parte con la ciencia más actual, concretamente con la rama de Física, así como también con las más antiguas filosofías de la Historia de la humanidad: “tanto es arriba, como igual es abajo”, escribía hace milenios Hermes Trimegisto… Asumiendo el principio de que todo lo existente (digamos creado) obedece a una causa, y pertenece a una sola y única energía primaria que, según sus infinitos y diferentes grados vibratorios, conforma todos los niveles de materia conocida, podríamos establecer paralelismos más que fiables entre nuestra composición orgánica y cuanto nos envuelve, donde una sola de nuestras células sería un cosmos; una molécula, un universo; un átomo, una galaxia; un protón un sistema solar; un electrón, un planeta…
Como también podríamos fantasear (y puede que no sea una fantasía) con que si una sola de nuestras células tuviera la capacidad de pensar y de tener sensación de su unicidad con respecto a nuestra totalidad – el organismo al que pertenece – sería el mismo sentimiento que nosotros tenemos con relación al universo del que formamos parte… Y todo esto, de lo que podríamos seguir llenando páginas, pero que hemos de restringir por ser tan solo que un artículo, no es otra cosa que la Teoría de la Unidad del Todo. Y digo mal, porque la Física Quántica ya está modificando esa Teoría en Ley; y está cerrando el círculo en la actualidad de lo que se inició hace eones, al principio del tiempo.
Pero Teilhard, además de ser científico (paleontólogo) y filósofo, también era sacerdote (jesuita), y unía su fe en el alma inmortal a la ciencia de la masa, la materia y la energía. De hecho, estaba convencido de la comunión intrínseca de ambas fuerzas, que, al fin y al cabo, no deja de ser la misma fuerza… Aún más: su creencia establecía que, no solamente la primera era el fundamento de la segunda, sino que también sería el fin de la misma. El Alfa y el Omega de todo. Que la sublimación de la segunda se obtendría por la acción de la primera. Y que en esas estamos; y que en eso andamos…
Evidentemente, ese compuesto de energía primaria – y mejor lo llamaría prístina – a la fuerza habría de ser inteligente en sí misma… Y tampoco digo bien, porque toda energía, aún condensada en la materia más grosera, no pierde ese átomo de inteligencia, aún a nivel de inconsciencia. A lo que me refiero que nos habita al ser humano, y en el ser humano, es a una energía inteligente, sí, pero también consciente de su propia identidad e individualidad… A lo peor ignora su origen, pero no ignora su personal entidad, no sé si sabré explicarme…
Bien, pues esa es la Mónada que, en mi caso particular y personal, tuvo la experiencia – a la que alude y me insta mi nieta – de creer que se iba, y a la que me empuja a explicarlo como buenamente pueda. Y que aquí estamos en ello. Y el sentimiento fue el de experimentar la separación de una parte energética consciente, por un lado, y de una parte material laxa que me pesaba como un lastre, por otro… Naturalmente, hablo de sensaciones; sensaciones que luego, después, elaboran el sentimiento. Un sentimiento de permanencia impermanente. Esto es: permanecer sin pertenecer.
La economía universal es tan sumamente sabia en su actuación, que, en un caso como el tal, en el que sobreviene un síncope, el organismo que lo sufre limita al máximo sus funciones vitales, lo deja todo al ralentí, en sus funciones mínimas, a fin de ahorrar energéticamente en un plan drástico y de supervivencia… Pero, ojo: supervivencia corporal, orgánica (para que digamos que lo material no es inteligente) porque siente que esa energía superior de la que depende, está por desnudarse de la ropa que lleva puesta. Tal es la enseñanza que deseo responder, y transmitir, a Paula, y la que igual deseo igual compartir con ustedes que me leen.
La conclusión de todo esto es que lo auténtico y genuíno, lo verdaderamente importante, el protagonista real de nuestro ser, desde el principio hasta el final, es ese “nosotros que está en nosotros y que no es nosotros, pero que confundimos con nosotros”; y que es al que descuidamos, embrutecemos, y nos empeñamos en adocenar y desinformar para que la casa sea más importante que el huésped que la habita… No intento transmitir otra moraleja que la que se desprende de la madeja. Por supuesto, claro que no persigo sentar cátedra, faltaría más… Estoy seguro que muchos sabrán más que yo en esta materia. Arrivedercci, amichi…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com
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