LO QUE ME QUEDA

 

He aquí lo que me ha sucedido: de mis proyectos, de mis estudios, de mi experiencia, no me queda más que un desengaño completo de todas las cosas de este mundo.” (Chateaubriand).

Así termina este escritor, filósofo y político francés una de sus postreras obras, y así me apetece comenzar a mí el artículo de hoy… No es mi voluntad establecer una comparación de este pensador universal con mi persona, ni por allá pasó mi triste pensamiento. Pero sí que me identifico con sus sentimientos en el culmen de su vida, al que pertenece la cita de marras. Este autor, que se metió en cien charcos, algunos aparentemente contradictorios; que defendió la monarquía al mismo tiempo que los valores de la turbulenta revolución de su país, entre otros ejemplos, acabó desengañado de todo cuánto hizo y acometió, al tiempo que se preguntaba si su militancia en las armas, sus mediaciones en diplomacia, sus exilios, sus inquebrantables fidelidades y sacrificios, su obra literaria en general, sus esfuerzos de vida, habían servido para algo.

Habrá quiénes argumenten (lo doy por hecho) que no deja de ser un sentido trágico y pesimista de la vida, además muy apropiado de la época romántica en la que, inevitablemente, fue escrito… y que establecer un paralelismo conmigo también es una presunción por mi parte, una “boutade”, como también diría el francés a la hora de definirlo. Están en su derecho de creerlo, naturalmente, y no se lo reprocho, pero yo no me refiero para nada a los acontecimientos, sino más bien a los sentimientos; y más concretamente: a las sensaciones.

A estas alturas de mi almanaque, también de mis estudios, proyectos y experiencias, no me queda, como a él, un desengaño completo de todas las cosas de este mundo, pero sí que una especie de vacío, de desasosiego, de inconformidad íntima, de dudas… Una persona sabia, hace tiempo, me dijo: “no mires si ha servido de algo a alguien, mira si te ha servido a ti”. Y eso puso un poco de bálsamo en la escocedura. A menudo se nos olvida que las vivencias son experiencias; y que las experiencias solo las necesita el que experimenta con ellas. Nadie más. Y nada más.

Esta reflexión solemos rechazarla porque nos parece demasiado dura.  De hecho choca– al menos en apariencia – con nuestra educación cristiana occidental, que nos habla del prójimo, de hacer el bien sin mirar a quién, de solidaridad, de trabajar por los demás… omitiendo cualquier otra consideración personal. Sin embargo, las enseñanzas orientales (tampoco menos espirituales, por cierto) ponen el acento en el desarrollo individual del ser, porque, eso dice y afirman, no se puede abordar el perfeccionamiento colectivo sin antes hacerlo con uno mismo… Y tampoco le falta lógica a tal principio.

Y en tales estamos, en el “Ser o no Ser”, he aquí el puñetero dilema shakasperiano, en el “quid of the question”, en el fiel de la balanza… También el Cristo utilizó el mismo sistema, y empezó a cambiar el mundo tan solo que intentando cambiar el interior de unos pocos, tras haberse cambiado antes a Sí mismo (después del bautizo simbólico iniciático de San Juan, desapareció en su íntimo desierto interno)… Luego vino todo lo demás. Es éste un Evangelio aún no desliado ni profundizado – algún día hablaremos de ello – por los que se reconocen somo destinatarios, seguidores y herederos.

…Y volvemos al principio, please, de aquesta madeja, cuando decía que a mí me ocurre como a Chateaubriand, salvando las distancias del tiempo y las diferencias de personajes… Es posible que solo haya trabajado en mi personal necesidad evolutiva, o sea, en mi responsabilidad para conmigo mismo; en la adquisición de experiencias que, de alguna forma y manera, me hacían falta y estaba necesitando como el comer. Puede ser. Pero me queda el regusto amargo que le quedó al ilustre galo, con permiso: no me queda más que el desengaño de ver lo poco que ha servido al común de los que he servido. A la sociedad de la que he formado, y aún formo, parte, si bien que ya residual.

El otro día, compartiendo con un buen amigo, me dijo que a lo mejor – o a lo peor – es que yo espero demasiado de los demás y de mí mismo, y eso hace que nunca esté conforme con ningún resultado… Me puso ante un espejo del que, quizá, he estado huyendo sistemáticamente. Es una forma de huir de uno mismo como cualquier otra; y es posible que haya llegado el momento de reconocerlo y de reconciliarme con el otro gilipuá que llevo dentro. Al final, es curioso, todo empieza y acaba en uno mismo, y lo demás es circunstancial.

Sea como fuere, lo comparto con ustedes, no sea que, llegado el momento, igual les pase algo parecido, y sientan una inquietud que, como la mía, no la apaga el Inserso… Cerca tengo quién me susurra a la oreja del caballo que me habita, que a ver cuándo me jubilo de mí mismo; que va siendo llegada la hora de abrigarse en los íntimos retales de paz que me pueda procurar desde la propia conciencia; que para lo que me queda que estar en el convento (esto me lo digo yo) ya me vale cualquier momento… por evitarles a ustedes la escatología.

Y es posible que lleven razón. Que, al igual que durante un tiempo me preparé para la jubilación, mejor o peor programada, ahora tenga que empezar a disponerme para la capitulación. Lo cierto y verdad es que esos “proyectos, estudios y experiencias” de las que decía Chateaubriand, se pierden en la lejanía de un pasado caducado y ya amortizado, y el futuro, mi futuro, apenas alcanza un par de palmos de mi presente… “Consumatus est”, soltó el de la Cruz, pero también soltó por lo bajini: pero aún no está hecho, tío… Pues eso.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com

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