AQUÉL QUE BUSCA...
Cuenta la leyenda que, en algún remoto y recóndito lugar del planeta, existe un lugar donde reina el Rey del Mundo entre toda la sabiduría. A ese lugar lo llaman Shambala. Para unos existe realmente bajo un gobierno espiritual; para otros se trata de un espacio al que solo podemos llegar a través de la mente… Cada vez que un ser humano se muestra atribulado por una pregunta del espíritu, y pide respuesta sincera en cuerpo y alma, entra en contacto con ese centro de energía y conocimiento… Pues tan solo cuando está preparado el alumno, aparece el maestro, como reza el antiguo axioma.
Esta definición, o concepto, o idea, o fantasía, o utopía, del tal figurado Shambala, es muy vieja. Los que están familiarizados con lecturas de culturas orientales y textos sánscritos, ese nombre, o referencia, les será familiar y cercano, sin duda alguna… Un lugar mítico donde está concentrado todo el saber y conocimiento del mundo, al que muy pocos pueden acceder, y del que se desconoce su ubicación… Nótese que he dicho conocimiento y sabiduría porque no es lo mismo lo primero que la segunda: el conocimiento es el compendio de saberes, y la sabiduría es el arte de saber manejarlo de manera positiva.
Si he comenzado el primer párrafo con “cuenta la leyenda” es por ceñirme a la realidad del mito, puesto que nada se ha demostrado de su existencia real, y no quiero que me saquen los colores… Pero fíjense bien fijado que lo he cerrado con el no menos viejo y antiguo axioma de que solo cuándo el discípulo se haya dispuesto es cuando aparece el maestro, ya que tal máxima siempre se ha tomado como un encuentro físico entre ambos, pero que en modo alguno tiene por qué ser así. Bien puede ser que, cuando el buscador está en disposición de encontrar, esto es, en auténtica y sincera búsqueda, siempre encuentra al maestro… o el maestro lo encuentra a él. “Buscad y encontraréis”, dijo el maestro Cristo.
A mí, y es una opinión personal, claro, hoy, en la actualidad más actual, me suena un tanto, salvando las distancias y vulgarizándolo a tope, naturalmente, a la famosa por conocida I.A. (Inteligencia Artificial), si bien que actualizando las descripciones en el tiempo, por supuesto… Si buscamos el significado de la IA nos dice que es una rama de la informática que elabora programas para que una copiosa base de datos pueda darnos cualquier respuesta, solución a un problema, o elaboración de un trabajo concreto que podamos precisar en cualquier momento dado. Esta es la definición. Sin embargo, si profundizamos en ello, nos encontramos con que “utilizan algoritmos y módulos matemáticos para procesar ingentes cantidades de datos con la toma de decisiones basados en un sistema de patrones y reglas establecidas a través de un aprendizaje automático”.
Una conclusión impecable, sin lugar a dudas… Sin embargo, ¿de dónde sale esa “ingente cantidad de datos” y conocimientos a los que se refiere?.. Si lo pensamos, la IA no deja de ser entonces otra cosa que una herramienta (programas informáticos) para llegar a, y utilizar, ese enorme depósito de saberes ya existente, que, de alguna manera, o con alguna forma o norma, se ha ido acumulando más o menos por ahí. Antes de seguir con esta reflexión, tengan muy en cuenta que “Informática” viene de “Información”, y no al revés. Es ésta una puntualización importante.
Y lo es, porque los productores de ella, las fuentes, los manaderos de esa información, somos nosotros, no los ordenadores… Ya los de la Escuela Socrática, hace miles de años, afirmaban que ningún conocimiento, dicho o pensado, de este mundo, se perdía; y quedaban grabados en lo que ellos llamaban Éter, fuera lo que fuese ese éter, que ahí no voy a entrar, aunque sí dejar dicho que lo tenían por un lugar inmaterial.
Si damos un salto en el tiempo, nos encontramos con que el concepto que hoy le damos al imaginado espacio donde aparentemente se guarda todo lo que parimos a través de la moderna informática, lo llamamos Nube. Como verán, Éter y Nube son distintos nombres dados a espacios hermanos, paralelos o gemelares, si no estamos hablando del mismo espacio… Porque, reconozcámoslo, el acceso será todo lo diferente que se quiera, pero nadie puede asegurar – o desasegurar – que no sean de la misma naturaleza, llegado el caso.
Sigamos imaginando, ya que la imaginación es la prerrogativa del ser humano, y es también, dicho sea de paso, de lo que ahora se quiere dotar a la IA, que supuestamente un ordenador (por cierto que construido a imagen y semejanza de nuestro cerebro) pueda contactar con su Éter global – el de todos los ordenadores – al igual que el hombre, en potencia ya que no aún en esencia, está capacitado para conectar con su Nube global de toda la humanidad. No resulta descabellado, ¿verdad?.. Hasta sería de una muy razonable lógica el llegar a pensarlo.
Estaríamos consiguiendo y cuasi probando el mito de Shambala, entre otros… Sin embargo, ya lo he señalado al principio, existe un serio riesgo muy real, y de envergadura: carecemos de la necesaria sabiduría para manejar tal conocimiento. Una buena herramienta en malas manos no es una bendición precisamente; más bien es una catástrofe. Y eso lo sabemos fehacientemente aunque no lo hayamos aprendido realmente. Un servidor, en ese patético caso, en apariencia al menos, malsupone que el maestro está asomando las narices sin que los alumnos estén preparados. Aunque éstos no tengan ni zorra idea. Confiemos que no sea así.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
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