AYER Y HOY
Han pasado más de sesenta años… En aquella época, en mi primer pueblo, Los Alcázares, apenas mil habitantes estirándonos en invierno, en restringido conciliábulo, mi primo Máximo, un servidor de ustedes y algunos otros que se nos unían al tal concilio, desmenuzábamos textos de Fulcanelli, como “El Misterio de las Catedrales”, o “Las Moradas Filosofales”; o “El Retorno de los Brujos”, de Jaques Bergier y Louis Powels; o atacábamos alguna obra de Max Heindel, como el “Concepto Rosacruz del Cosmos” – que aún conservo, viejo y deshilachado, en mi propiedad – por nombrar tan solo que unos pocos representantes de los más conocidos en su temática.
Hoy, que debería entenderlo dados mis años y experiencias en la chepa del alma, confieso que no lo comprendo… No comprendo cómo ni porqué, admitiendo que el intelecto y la capacidad mental de las personas tiendan a evolucionar por lo natural, y contando con más medios, estudios y supuesta preparación, la gente no pasa un par de palmos de Alatriste y similares (con toda mi admiración y respeto por Pérez Reverte). Es tan solo que un ejemplo de nivel, nada más. Y amplío un poco: tales temas, tales autores y tales títulos hoy son cuasi que desconocidos; están olvidados, cuando no con la ominosa etiqueta de “descatalogados”, en sus tumbas del conocimiento más transcendente y universal.
Y no puedo evitar comparar, lo siento sinceramente… Comparo sin amparo la enorme diferencia de inquietud cultural entre una época de carencias de todo tipo y naturaleza, y de frenos y zancadillas nacionalcatólicas; y otra actual de pluridad de medios, de libertad, y de anchura (ya no sé si altura) de miras…en la que yo, entonces, creía a pies juntillas que, si lográramos llegar a lo que entonces era una utopía, el conocimiento y el librepensamiento se expandirían como flores en el más lozano y regado jardín. Estaba – estábamos – convencido(s). Absolutamente.
Sin embargo, henos aquí. Con una sociedad adocenada, sin mayor necesidad intelectual que le cuadren las quinielas hedonistas de su roma subsistencia mental… No lo puedo decir de forma más delicada, y, aún así, perdónenme si algunos (pocos o muchos) llegan a molestarse por atreverme a establecer comparaciones. Nos hemos desilustrado bastante, la verdad, pero, a cambio, nos hemos vuelto de piel delicada y de ofensa fácil. Yo, personalmente, creo que lo segundo es consecuencia de lo primero, y nos quedamos en la mayor superficialidad porque hemos perdido la capacidad de profundizar. Al fin y al cabo, no lo dude ninguno de ustedes de los que aún me leen, lo que más abriga y protege es el pelo crecido en la dehesa.
Llegados a este ecuador, no faltarán quiénes me digan que bueno, vale, que sí, de acuerdo, pero que entonces seríamos cuatro locos, al igual que hoy también los habrá por algún lado… Puede, pero no encaja el hecho de que, en aquella época, se rentabilizaran ediciones de aquellas obras y autores, y hoy, por el contrario, no salgan a cuenta (¿?). Eso lo dice todo. Yo más bien creo que no interesan publicarlas por otros motivos más espurios que los económicos… Me atrevo a decir más, con su permiso: es lo segundo lo que ha producido lo primero. A buen entendedor…
Naturalmente, eso tampoco habría tenido lugar de encontrarse con una sociedad más culta, formada y preparada, pues la demanda hubiera facilitado la oferta. Aquí ha sucedido al revés. Y ha ocurrido al contrario, porque así ha interesado que pase, y entonces se han introducido los elementos gregaristas necesarios para lograrlo. No existe otra explicación que defina mejor la involución en valores culturales (y morales) de las personas lanzadas a la más brutal gentificación.
Además, aquellos cuatro locos, a los que se acercaban algunos locos más que les interesaba deslanarse, fue suficiente como para aglutinar un Club Fénix (antes fue Cámping) que milagrosamente llenó varias estanterías de libros raídos, usados y donados; y donde acudían bastantes por las noches, cuando salían de sus trabajos… Esto sí que era un puñetero interés por la cultura, por adquirir un lustre que se valoraba y se cotizaba caro. Un libro era un esfuerzo grande de bolsillo para los “posibles” de entonces.
O sea, que no… que lo que hubo no fue lo que hoy hay – o mejor, no hay – pues lo que hay no es comparable a lo que hubo. De ninguna manera. Es posible (ese es el motivo por lo que lo he escrito), que merezca una desapasionada reflexión (absténgase los furibundos, por favor), o quizá que no, que para qué, que no merezca la pena… Lo que pasa es que hay veces que las opiniones, siendo equilibradas, claro, producen buenas reflexiones. Y entonces, quizá, pué ser, que saquemos algo en claro de los por-qués y de las causas de la cosa, o del caso, que nos ocupa, si no nos preocupa.
Yo pienso, y creo (aunque puedo estar equivocado) que todo está en un cambio producido en la escala de valores… Por supuesto, si es que sigue vigente la tal escala de valores, ya que, a lo peor, no es que haya cambiado, sino que se haya abolido. Así, directamente y sin más. Y como la cultura era un valor muy valorado de esa escala (doy fe de ello) y ahora el concepto y definición de cultura abarca hasta la propia subcultura, incluso la in-cultura, o anti-cultura, pues digo yo que será por eso mismo.
La cuestión es que los estándares culturales han bajado, y no poco, la valoración del conocimiento, que es despreciado por el ciudadano que asume su manifiesta mediocridad como normalidad. Y encima se ofende si se lo dicen. Pero yo no me voy a callar lo que fue una realidad y que hoy es una calamidad…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com
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