CUENTAHISTORIAS
La tradición hasídica hebrea cuenta que “Dios creó al hombre para que le contaran historias”… Si bien no está en contradicción con el concepto divino de la moderna física quántica, que dice que Dios enriquece su experiencia a través del Hombre como emanación suya, por expresarlo de la manera más escueta posible dentro de la escasez de un artículo como éste; sí que, al menos aparentemente, parece estarlo con el propio mito creacional que las religiones han establecido de esas Escrituras, como es el caso del Génesis.
Según eso, por el contrario, Dios, o los dioses (Elohim es plural), que fueron los “creadores” – a lo mejor fueron los “criadores” – del tal Hombre, que yo creo que lo hicieron por vía vicaria, fueron Él/ellos los transmisores de instrucciones a la criatura recién incorporada para que “fuera dueña de todo lo creado”… Malamente podía el ser humano contarle a Dios historias que ignoraba, y a las que fue vetado de principio por la prohibición de acercarse al “árbol del conocimiento”, o del aprendizaje por causa del efecto… Quizá algún día pueda explicar esto desde otro ángulo, desde otra perspectiva…
Sin embargo, gracias al principio femenino de Sofía (sabiduría), la “parte mujer del hombre” se encargó de saltarse a la torera esa dudosa recomendación que no tenía sentido alguno, más bien un extraño y marcado contrasentido: si somos lo que afirman los que nos han hecho – se dijo a sí misma – no podemos ser uno más de entre los demás animales creados… ergo, obró en consecuencia y con toda lógica. Solo a partir de ahí puede encajar la tradición hasídica: “sé consciente pues de tu dolor y de vuestra sangre”, y contadme todas vuestras historias a partir de ahora…
Toda historia, por inventada que sea, no tiene validez alguna sin los personajes creados para que la lleven a efecto. Y para llevarla a efecto han de crearle las causas, o sea, tienen que vivirse… De alguna forma y manera nosotros, más que Dios en persona, como dicen algunos, somos esos personajes creados por el tal Dios. Eso sí, salidos de Él mismo, o emanados de Su propia esencia y de Su personal voluntad, o pónganle la expresión que más les plazca a ustedes y menos arañe a su autotorgada conciencia catecísmica católica.
A partir de aquí, cada persona/personaje salido de aquel “Fiat”, ya saben: “creced y multiplicáos” que vais daos… tienen/tenemos nuestra propia historia que contar. Y así se va construyendo, o destruyendo, no sé, el mundo. A través del guión de un aún desconocido autor para nosotros, en el que somos sus protagonistas, pero eso sí, con mando en plaza y contándonos nosotros nuestras historias. Parece que la tradición hebrea funciona al revés: somos nosotros los que estamos inventando a Dios y suplantando a sus propios personajes, pero, en fin… Hacemos y deshacemos a nuestro antojo; aprendemos y desaprendemos; montamos la de Dios y la del Diablo, que esa es otra; y ni siquiera sabemos de qué va, o de qué viene, el libro de historias que nos llevamos entre manos escritas por nosotros mismos.
Sin embargo, todos y cada uno de nosotros, tanto personal como colectivamente, hemos de contar nuestras historias a la Historia (tras donde Dios se oculta)… Las contamos aunque nos las callemos, o nos las inventemos, o salimos por peteneras. Y eso es así porque, lo queramos o no, estamos interconectados entre todos y todos conectados con el Uno, en una tupida y eterna red de energía sin principio ni fín – como reza la física y el catecismo – que la contenemos y que nos contiene al mismo tiempo y en el mismo tiempo. Y aquí, aunque lo queramos, no podemos contar mentiras ni cuentos de Calleja.
Pero sí que a nosotros mismos y entre nosotros mismos, tanto personal como colectivamente. Ese es nuestro privilegio y nuestra desgracia, pero es a nuestra elección: que nos mentimos con avaricia… “¿Por qué me preguntas?, yo no soy el guardián de mi hermano”. Y seguimos sin terminar de asumir tal responsabilidad, y largando las mismas excusas y los mismos embustes 50.000 millones de años después, antropológicamente hablando. Para el pacienzudo recogedor de nuestras historias eso no es un tiempo que, por otro lado, no existe para Él. Sin embargo, para nosotros es un tiempo que se nos acaba, lo queramos o no…
Esta antígua leyenda hebrea de las historias con que Dios “se cobra”, se parece mucho a a la teoría del “dejar ir” desarrollada por el famoso psicoterapéuta norteamericano Dr. Hawkings. Se parece tanto, que viene a ser lo mismo… Dios, Universo, Uno, Todo, Orígen, Cosmos, Omega, Logos… somos tan dados a poner, quitar y cambiar las etiquetas, que no sabemos que estamos echando todas las cartas en el mismo buzón. En el fondo seguimos siendo modernos idólatras ilustrados que trocamos una peana por otra porque la hemos bautizado con otro nombre de cristo o de vírgen siendo lo mismo.
Yo también quiero creer, por ejemplo, que todo esto que a diario escribo son mis historias, mis entregas personales, mis “dejadas” particulares del buen doctor. Pienso que falseo menos por escrito que por hablado; que soy más yo, más auténtico y genuíno, a pesar de la montaña de errores y defectos que cargo conmigo. Disimulo más con la lengua que con la pluma, y por eso me parece una mejor y más pura ofrenda de historia lo que sale de mi ánima por mi mano que lo que salga por mi boca, fruto, al fín y al cabo, no de serena pensada, sino de pasajeras emociones.
Dicho esto, cada cual sepa analizarse a sí mismo en solitario, dentro de sí y de la sociedad que le toca… Nuestro espíritu practica la escritura automática, y lo que recemos en el altar de turno de la iglesia de turno de la religión de turno, sirve de bien poco. Solo vale para engañarnos a nosotros mismos… Dios es el gran Escuchador de Historias, y nosotros somos historias de vida, capítulos sueltos de nuestra común Existencia y Experiencia… No… no es lo mismo vida que existencia. Esto es algo que aún tenemos que aprender también.
Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com
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