ENTRE DOS ACTOS
La vida proporciona infinidad de matices que se quedan colgando de las ramas del “árbol de los posibles”, como yo llamo a las probabilidades que ocurren de una manera cuando igual podrían haber sucedido de otra forma, o incluso de modos opuestos… A veces el propio ser humano es testigo presencial, puede que hasta agente efectivo, a lo largo de su tiempo, de esas aparentes paradojas que nos “cronifican” de algún modo. Esto que hoy me atrevo a narrar aquí son hechos reales que, durante un tiempo, me condicionaron un tanto, para luego olvidar sin mayores consecuencias, y que después vuelve a visitar mi memoria no sé por qué, ni para qué… quizá para que le dé suelta.
En el Primer Acto, hará más de sesenta años, paseaba al anochecer con mi primo Máximo, como muchas veces hacíamos cuando la primavera nos echaba fuera del Bar Tapa de las noches invernales… A la altura del Club La Concha, observamos que, bajo su maderamen, flotaba algo voluminoso, pero difuso en la oscuridad… “Es un cuerpo”, me dijo. “Intenta sacarlo mientras yo aviso desde casa de los Nieto”, la más cercana conocida del pueblo, enfilando su vehículo a todo lo que le daban los brazos… Efectivamente, era un hombre, de 50 a 60 años,, veraneante prematuro, que había querido bañarse tras la cena, y que ya no pudo regresar vivo con su familia.
Nos quedamos hasta llegar la Guardia Civil que nos tomó declaración y ordenó que nos marcháramos… pero yo ya no pude marcharme de mí mismo. Estaba enganchado de una idea que me machacaba como las olas a las estacas: ¿qué hubiera ocurrido de haber llegado mi primo y yo una hora antes?, ¿quizá tan solo que media hora?.. Posiblemente que todo hubiera sido distinto, diferente, y aquella persona hubiera seguido con su presente, el suyo, que le llevaba a su futuro, más o menos lejano; no cabía duda que los seres humanos somos como los peones de un ajedrez con los relojes atrasados; como aquella mala caballería de las películas que siempre llegaba cuando las cabelleras ya no estaban donde hubieran debido estar.
Durante tres o cuatro años, hasta el siguiente sucedido se hizo recurrente en mi ánimo aquella sensación de insatisfacción, disgusto y fracaso. Todo ese tiempo, si bien que in descrescendo, me tuvo agarrado una idea melancólica y caprichosa de la muerte que no toca, pero que viene porque la intervención prevista por el destino llega desajustada en el tiempo. Vida y muerte en el fiel de una moneda echada al aire. A ver si puedo explicarles, a fin de que me entiendan… Es como si ese fenómeno – que no es fenómeno alguno – al que llaman “sincronía” me estuviera recordando constantemente, ante otras situaciones venidas, y/o más o menos avenidas, el hecho de la cesación inoportuna, de la vida interrumpida, en la que mi persona tuvo algo que ver, aunque solo hubiera sido un “extra” que pasaba por allí; un malcontratado para una mala película… Eso lo llevé más o menos arrastrando de mi ánimo hasta que…
…En un Segundo Acto, años después, en esta ocasión en compañía de mi primera novia de aquel verano, que llegó a ser la última (mi mujer hoy), esta vez cerca del mediodía, paseando a la altura del balneario San Antonio, vimos bracear compulsivamente a una persona, a unos cien metros playa adentro, como si estuviera en apuros o quisiera hacer señales por alguna causa… Tirando las sandalias me metí al mar de un salto, primero a zancadas y luego nadando, hasta llegar a su altura. Efectivamente, estaba boqueando como un pez. Lo agarré de la barbilla por detrás, y lo saqué a la orilla como buenamente pude. Una vez fuera, la gente ayudó a llevarlo a la casa próxima de don Rafael, un médico veraneante, el cual le practicó el protocolo hasta que escupió el agua de los pulmones, y diagnosticó: “corte de digestión”…
Radio Macuto funcionó con gran celeridad: huertano venido a pasar el día, harto de tortilla y conejo con tomate, cambió siesta por baño prematuro… La familia venía corriendo, en tropel desde La Encarnación, entre barahúnda de susto y gran preocupación, acompañada de gran aspaviento, y que a mí me causaba cierto pasmo. Así que, cogiendo a mi novia de la mano, tiré de ella poniendo Paseo Manzanares de por medio, y oyendo a lo lejos, entre algarabía de gritos… ¡aquél, aquél muchacho, aquél..!, que me acojonaba un tanto, por decirlo de manera efectiva… Fín del último acto, creo.
Y lo creo así, porque, a partir de ese entonces, casi que de golpe y sin porrazo, me desapareció esa otra especie de tole-tole que llevaba colgando de mi ánimo… Tampoco me paré entonces a pensar in profundis los motivos o desmotivos del fenómeno, que a esa edad, como comprenderán y ustedes me disculpen, bastante tenía con aguantar las hormonas. Pero lo cierto y verdad es que el “tramojo” aquél se diluyó como un azucarillo. Si mi embarullada conciencia juvenil lo tradujo como una especie de compensación, o no, que fué otra cosa, la cuestión de tal recurrencia se quedó allí; una vida perdida, una vida ganada; no es la misma vida, pero toda vida es vida; todo es la vida… quizá que seamos una sola y única vida dividida en infinidad de vidas.
El por qué ahora, precisamente, al cabo de tanto tiempo, me vuelve aquella experiencia, para venir a compartirla con ustedes, lo ignoro… Pero es que noches atrás me soñé tirando de Mari Loli en dirección Pescadería, escapando de voces que me señalaban. Quizá es que hubiera tenido que tumbarme en el diván de Juan para realizar la catársis en tiempo y manera, pero, entonces, ¿para qué están los que me leen y me siguen por estos vericuetos, digo yo?.. ¿no puede ser posible que esté rindiendo cuentas conmigo mismo, en una especie de autoexhorcismo?.. Quizá mi edad ya lo requiera, y esta es su forma de hacerlo, de limpiar de polvo los rincones de la casa; la manera de largar velas y dejar ir…
Sea como fuere, la cuestión es que las cosas y los casos que pasan, en realidad es que “nos” pasan. Y nos pasan por algo, por alguna escondida causa. Que nada “nos” ocurre por un casual, sino por algún causal, que normalmente desconocemos… Y lo desconocemos, puede ser, porque estamos muy ocupados en nuestra periferia y peripecias, y sentimos vértigo en mirar en nuestro interior, que es como un pozo oscuro abierto al exterior de nosotros mismos…
Decía Jüng sobre su “Inconsciente Colectivo de la Humanidad” que estaba construido con los adobes amasados y empinados por los humanos a lo largo de sus historias, que son las que edifican la Historia… Que todos lo hacemos todo por separado y en conjunto a la vez y en un tiempo que abarca todos los tiempos. Naturalmente, no seré yo, ¡pobre de mí!, quién lo desdiga. Pero sí que me gusta pensar en lo de que cada cual, todos y cada uno de nosotros, estamos cosidos y unidos por un hilo invisible en un bordado común. Que “lo bordemos” o no, esa ya es otra historia.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com
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