EVANGELIOS

 

Catherin Niwey es una historiadora galesa que ha escrito otra versión más sobre la vida de Jesucristo (y van…). Como podrán entender ustedes, no me puedo resistir a hacerme con su libro – “Herejías” se llama – por mucho que me diga a mí mismo que no puede aportarme nada nuevo que yo ya no sepa sobre la figura del nazareno… Son muchas docenas (¿quizá centenas?) de los puntos de vista que guardo entre mis estanterías, desde los análisis más ortodoxos a los más vanguardistas, pasando por muy elaborados trabajos tanto teológicos como teosóficos. Es una de mis figuras más recurrentes en mis artículos, ustedes lo saben, y para poder opinar ha de estar lo mejor informado posible, y desde todas las circunstancias probables.

No solo en cuanto a la multiplicidad de sus biografías, sino también sobre todos los Evangelios posibles que hayan aparecido: Canónicos, Apócrifos Gnósticos, y/o cuanto Protoevangelio haya podido aparecer y ser arrinconado – lástima de los muchísimos destruidos, encerrados o desaparecidos – a lo largo y ancho de los dos milenios de cristianismo… con todos sus ismos derivados de su primitivo tronco original; y procurando no perder la guía primaria de interesados credos que le han ido creciendo al primer vástago catolicristiano de donde nos nacen las uvas de nuestra parra.

Si procuro mantenerme en el fiel de la balanza es, precisamente, para que nadie pueda pillarme en un renuncio a favor de ninguna confesión religiosa concreta, y buscando siempre la menor manipulación posible en la pureza interpretativa de su Mensaje Evangélico. Al menos, es lo que intento sinceramente… Precisamente, la proliferación de versiones sobre la vida del Maestro, y lo escueto de la interpretación de su Mensaje, es lo que demuestra claramente la intencionalidad manifiesta por desviar el interés del Mensaje hacia la figura del Mensajero… Ya saben, el truco básico de todo mago que desvía la atención del espectador a un lugar distinto de dónde se produce el prodigio en realidad. Es la maniobra de distracción más vieja del mundo: la de ver el dedo que apunta a la luna, pero no la luna.

Siempre ha sido así… La Religión se esconde en el Belén de la Navidad, y el Misterio se oculta en los rincones de la Verdad; pero el Misterio, el Mensaje, el Conocimiento, siempre está oculto a sus fieles de aluvión; no se informa a sus creyentes de mogollón, que solo son meros practicantes y comparsas de ritos, y actores en la representación de unos papeles, de unos roles, de unos dogmas… En la Edad Media, por ejemplo, la Iglesia Católica prohibía terminantemente, bajo pena de hoguera inquisitorial, que los fieles leyeran la Biblia y los textos “sagrados” reservados a la clase sacerdotal. La ignorancia y el desconocimiento al mejor servicio de la “Fe”, que es la peor de las fés, dicho sea de paso y porque viene a cuento de tal cuento, naturalmente. El concepto ha cambiado bien poco desde esa edad media hasta la actualidad, salvo calculados matices, claro.

Si nos atenemos a los hechos históricos, nuestro catolicismo nace de un judaísmo, condicionado y acondicionado, al que llamamos cristianismo por su autor/actor central, el Cristo, muerto o desaparecido en circunstancias un tanto misteriosas, si hemos de ser ecuánimes… y cuya heredera directa fue la conocida por Iglesia de Jerusalén, liderada por Santiago, hermano carnal de Jesús, el cual, por cierto, se las mantenía más que tiesas con Pedro, el autocolocado como cabeza de la Iglesia en relación a unos muy difusos hechos intencionadamente mal contados.

Lo que pasa es que, en éstas estábamos cuando se metió por medio un judío-romano, un tal Pablo de Tarso, que quiso montárselo por su cuenta, haciendo de la necesidad virtud, y haciendo que Pedro y Santiago se aliaran eventualmente contra el que ellos llamaron “el impostor”… Sabido es que Pedro murió convenientemente crucificado en Roma, y que Pablo quiso “comprar la franquicia” a los de Jerusalén, escapando por piernas de los genuinos cristianos que intentaron lincharlo. Tuvo que descolgarse por las murallas de la ciudad y ser escoltado como ciudadano romano que era… Con el tiempo, decapitado también Santiago por los romanos, el de Tarso, libre de competidores, pudo montar a su gusto su “religión de los gentiles” con los restos del naufragio. Naturalmente, con el principal objetivo de lograr una alianza de poder con Roma, su segunda patria.

En síntesis, esa es la Historia… Que, al final, lo logró plenamente, tenemos el resultado en los más de dos mil años de catolicismo imperante. Una muy poderosa religión que se hizo fuerte a través del emperador Constantino; que impuso sus dogmas y principios a través de unos Evangelios conciliarmente escogidos y adaptados, y manipulados (Éfeso, Elvira, Nicea, etc.), que persiguió mucho más que fue perseguida, y que, curiosamente además, al final de la historia, por donde entró – Oriente – quedo como Iglesia Ortodoxa, cismática y disidente, saliendo como vencedora Roma, como auténtica, verdadera y genuina cuna del cristianismo. Nada más lejos, históricamente hablando, de la realidad.

Todo con un papado, como Pontifex Máximum, y con la más pura estructura judeoromana que conserva de sus orígenes, incluida toda la dogmática vaticana… Ni qué decir tiene que esos famosos archivos vaticanos guardan celosamente todo el conocimiento oculto y sabiduría del Mensaje que emana de los auténticos Evangelios originales, pero que son dosificados, interpretados y convenientemente escaqueados para conservar el poder e influencia sobre más de dos mil millones de fieles creyentes, más o menos practicantes, a los que se distribuye convenientemente la imagen de Jesucristo que más conviene a tal sínodo: el de la Semana Santa, por ejemplo… Yo siempre me he preguntado quién era más importante: si Miguel Strogoff o el correo que le llevaba al Zar y por el que fue liquidado.

O sea, como siempre acabo diciendo, la figura del Mensajero ha servido para ocultar debidamente el Mensaje… Un Mensaje que los pastores aún consideran que debe suministrarse como bien preparado pasto para sus mejor pastoreadas y procesionadas ovejas.

Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com

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