MILAGROS
Mi artículo pasado “¿Sábana o Lienzos?” tuvo una participación… digamos que algo superior a la media. No cabe duda que suscitó cierto interés en una parte de mis lectores más o menos habituales. Se extrañaban mucho sobre el hecho de que, de los cuatro evangelistas que relataban el mismo pasaje, tres coincidieran punto por punto en todo, y uno se distanciara tanto de ese mismo todo. Eso suele ocurrir porque se nos ha acostumbrado al común del fielato a dosificarnos los Evangelios de forma y manera que no podamos establecer comparaciones, sino como un conjunto homogéneo encaminado a un mismo fín: el dogmático, el establecido por los primeros Concilios eclesiásticos en los que se triaron una cantidad ingente de escrituras y testimonios canonizando (otorgando Cánon) a unos pocos sobre unos muchos.
Pero en el caso concreto de San Juan, que es al que me refería en ese artículo en el sucedido del enterramiento de Jesús, la verdad es que nos encontramos con un evangelista extraño, que se descoloca de los demás, como fuera de contexto… Si es algo que no suele saberse, es porque así interesa presentar las cosas; sin embargo, los estudiosos e investigadores de esa temática, como los exégetas y teólogos de la propia Iglesia, saben perfectamente de lo que hablo. De hecho, San Juan está considerado como el evangelista más esotérico de todos. Yo diría (es mi opinión personal, claro) que es, quizá, el único evangelista- si por Evangelio se entiende el Mensaje de la Buena Nueva – y que el resto de los otros son unos simples cronistas y copistas de sí mismos.
Fíjense tan solo que en estos detalles: es el único relator de la conversión del agua en vino; el único narrador del controvertido milagro de la resurrección de Lázaro… San Juan omitió, al menos, 20 milagros, y pasó olímpicamente de sus siete exorcismos. Lo que el resto de sus colegas se dedicaron a proclamar, de forma repetitiva, incluso copiándose descaradamente unos a otros, San Juan lo obvió todo como no dándole importancia… Tan solo en esos tres casos, todos multifacéticos y polinterpretables por cierto, con un sentido y carga oculta incuestionables, creyó oportuno molestarse en escribirlos… Y ya no digamos lo de su famoso Apocalipsis.
Pero lo cierto y verdad era que el tal Juan, el hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el Mayor, el más joven también de los discípulos; el apodado y conocido por “el discípulo amado”, dada la especial querencia que el Maestro sentía por él, también fue el más culto y más oculto en sus escritos, si por oculta entendemos la profunda enseñanza que transmite cualquiera de sus evangelios… Nada raro si se admite la estrecha relación con la figura del Cristo, y el grado y nivel de los conocimientos transmitidos y a los que tuvo acceso, puesto que, sin duda, fue el depositario, a diferencia del resto de los apóstoles. Desde luego, nada que ver si comparamos sus contenidos.
Desde unas Bodas de Canaán en que sitúa la figura de Jesús en el papel operativo del novio, como centro en la toma de decisiones, cuando, aparentemente, se termina el buen vino, y deja un milagro abierto entre el efecto placebo del que lo recibe, y el perfecto conocimiento del que lo administra; y pasando por una “resurrección” de su muy querido amigo Lázaro, “que tan solo dormía” dice él en su evangelio, y que lo deja en un abanico de posibilidades; y terminando por su propia, o no, “resurrección”, desterrando la terminología del “sudario” que lo ata al término “cuerpo”.
En cualquiera de los tres, San Juan no habla de milagros, que es la tierra que rastrillan los demás, y que es el común alimento de consumidores milagreros, sino que él habla de cambio interior; no trata de “resurrecciones”, de lo que trata es de “transformaciones”, que es un concepto mucho más profundo. No habla de “milagros”, habla de “cambios”. Habla de otra muerte distinta a la de “los muertos que entierran a sus muertos”; sus resurrecciones transcienden todo cuerpo y materia, y se enfoca a ese “si quieres seguirme, ya sabes lo que has de hacer: niégate a ti mismo, y luego ven y sígueme”…El cuerpo es muerte, el alma es vida. Resucitar a la muerte es un absurdo de los hombres, pues hay que resucitar al espíritu.
De ahí la gran, enorme, diferencia de conceptos; y las distintas graduaciones de pensamiento dentro de una misma evolución global; y los diferentes niveles de entendimientos, más o menos compartidos, más o menos impartidos… Solo un Evangelista de esa talla pudo haber escrito, ya al final de su larga vida, en Éfeso, un “Libro” como el del Apocalipsis, cuya multiplicidad de interpretaciones distan todavía de haber terminado; y que va mucho más allá de una visión holística y del movimiento entrópico del universo.
Por eso mismo que no he querido dejar sin contestación a los ecos de mi artículo señalado al principio de éste… Hubiera sido imperdonable por mi parte el no aprovechar esa ocasión que me brindan, y tratar de ampliar el hueco de conocimientos (o mejor, digamos curiosidad) abierto, por el que se me permite “colar” un poco más de luz en la oscuridad imperante. Los que vamos de francotiradores en estas guerras, tenemos que esperar estas oportunidades, aunque, al final, perdamos las batallas… que es lo que suele pasar.
Lo único bueno de los corredores de fondo es que no ganan ninguna carrera, pero están en todas las etapas. Se hacen una figura familiar en los recorridos, cercana, conocida, de referencia; que está ahí siempre que la busca algún alguien, por algo que dejó dicho, o hecho, en algún sitio, en algún tiempo… y a los que no les importa destapar lo que muchos se esfuerzan por ocultar, aunque solo unos pocos quieran escuchar. Precisamente es el papel, el rol, del propio San Juan en el tinglado de los Evangelios: el jodío raro que no viene a contar, sino a hacernos pensar; el puñetero que prefiere compartir más que divertir… Solo sirve aquello que nos puede valer, no lo que nos puede entretener.
Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com
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