DESPAREJADA PAREJA

Yo no sé si somos esclavos de nuestra palabras (eso se dice) pero sí noto que, en ocasiones, las palabras se resisten a ser nuestras esclavas… Es la conclusión que saco tras haber leído un artículo de M. Caparrós sobre la palabra Pareja. Una palabra definitoria que se nos ha atragantado a la hora de clasificar relaciones humanas que creíamos “atadas y bien atadas”, como si hubieran sido fijadas por aquel insigne caudillo. Desde la, llamémosle “revolución matrimonial” acá, o familiar, o moral, o lo que sea, nos resulta incómodo el encasquetar el repuesto de “pareja”, porque ésta no se deja domar en la aplicación a nuestras dudosas nociones y nuevos conceptos.
Antes, la cosa estaba clara. La Iglesia se ocupó de mantener durante milenios, a través de sus dogmas morales y poderes terrenales, de que el matrimonio era cosa de hombre y mujer – incluso de hombre y niña terciada la cosa – y que, encima, el mismo dios que así lo exigía, para siempre así lo imponía… Incluso antes de Cristo servía para perpetuar el linaje, las propiedades y el vasallaje; suponía un sistema hereditario establecido, donde, si moría un conyuge, al sobreviviente lo casaban con otro al que los hijos del muerto lo llamaban “Astro” (de hay viene lo de hijastro y padrastro); incluso la ley judeo-mosáica obligaba al varón a re-casarse con la viuda del hermano para no perder ripio, ni tierras ni ganado…
Pero ahora, aunque lo del “Matrimonio” también era un malentendido aceptado (viene del latín “máter unam”), lo de hoy encaja como el culo, porque lo de “pareja” nos lleva a connotaciones equívocas, sobre todo de cierto estado de irregularidad. Lo de “a ver si regularizáis vuestra situación” es una especie de si ocurriera algo, ¿qué pasa con la pasta?… Es como una indefinición, como un fantasma del léxico, porque ni siquiera semánticamente se deja adaptar, pues viene del también latín “par, parís” que, sin más rodeos, significa “dos” y sirve también para iguales, como dos hombres, dos mujeres o la pareja de la guardia civil, pero no necesariamente para una pareja mixta, pues serán iguales en derechos, pero no en… hechos, y cada cual piense lo que quiera.
Cuando se dice el coleto “la pareja de…”, unos se imaginan novia, otros concubina, otros amante, otros bambino, otros galán divino, o para muchos simples calientacamas… Por ejemplo, hoy se nombra mucho a “la pareja de Ayuso” que, aún sabiendo que es del género complementario a ella, al ser pensado como relación transitoria, que no vitalicia, se enmudece pero queda en el ínterin de cada uno lo de “será un truhán, será un señor”… Por no dejar de acusar el repelús que produce oír a un setentón hablar de “mi chica”, por ejemplo, o a una setentona lo de “mi chico”. Confieso que yo no lo puedo remediar. Hay otras cursiladas al uso, como la de “compartir nuestra vida”… La vida se comparte, no solo con la familia, también con los amigos; y los vecinos; y los colegas del trabajo; y con los del supermercado o la peluquería; y con los que nos encontramos en misa de doce; y con los que coincidimos en la barra del bar; y con docenas de socios más…
Cuando éramos como Dios mandaba – cada día parece mandar menos, pero no es Dios, sino la Iglesia, que no “su” Iglesia – se quería presentar a la parienta (miren y admiren que viene del par-paris) y se decía aquello de “aquí, mi señora”, como un suspiro oratorio; o bien “aquí, mi mujer”…Y, aunque fuera por costumbre, llevaba implícito la seriedad y el orden, que hoy no se sabe “ánde andarán”… Si bien a mí, y así me lo confieso con ustedes, nunca me han gustado tales acepciones. Jamás me he sentido a gusto con ellas, pues lo de “mi mujer” supone un claro síntoma de propiedad del tal género; y lo de “mi señora” es un claro síntoma de pertenencia al otro género, o sea, lo mismo pero al revés… Y el decir “aquí, Mari Loli” no parecía que el ir por libre fuera lo correcto.
La cuestión es que, si se fijan bien fijado, la propia Historia nos señala nuestra cada vez más acusada hipocresía de las apariencias. Lo de atenernos a lo políticamente correcto y a la neocensura de los actuales fariseos del correccionismo moral, hace que nos comportemos como falsos puritanos… En la mismísima Edad Media, y después, cuando hasta los propios curas tenían su pájara… perdón, su pareja, todo cristo lo admitía con sus nombres propios, que daban por sentadas situaciones que eran naturales: manceba, barragana, coíma, mantenida, concubina… O el revés de la moneda: valedor, amador, querindón, levantasábanas, o “vallé de nuit”. Todos y todas han tenido su definición por aclaración… o por aclamación.
Pero hoy la pareja anda dispareja. Queremos ser correctos y somos ridículos; intentamos no ofender y nos ofendemos a nosotros mismos… Hemos olvidado, en nuestra cuidada deseducación, que la ofensa no reside en las palabras, sino en la intención; en lo que lleva oculto, implícito y escondido; en el mudo y disimulado añadido de nuestra propia y personal falsedad… De ahí que buscamos una palabra neutra que no encontramos; pero jugamos y la conjugamos de cien formas y maneras distintas para no decir lo que se quiere, diciendo lo que no se desea, por no decir lo que es.
A mí, personalmente, como ustedes comprenderán, a estas alturas y bajuras, o alburas, de mi vida, me trae al pairo el que la gente se esfuerce en buscar “sinónimos propiciatorios”, como decía un amigo mío que se largó de esta realidad porque ya no soportaba tanta tontería… Y decía bien, porque nos dedicamos a hacer víctimas propiciatorias de los sinónimos. De ahí que hoy un cojo sea ofensivo porque es mejor “afectado de incapacidad motriz”, o un sucedáneo parecido Pues a eso mismo se debe, y en esas mismas estamos: en que hemos desparejado el vínculo familiar para aparejarlo a una función social. Lo que pasa es que no nos aclaramos ni nosotros mismos, aunque, claro, es que somos claros idiotas en semejantes cotas.
Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com
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