QUERIDOS FANTASMAS

No hace mucho tiempo escribí un artículo que versaba sobre “Nuestros Fantasmas”. No fue precisamente de los que la gente suela pasar de ellos, pues entonces me equivoqué rotundamente… Por el contrario, aún colea por esas redes del diablo, donde también mucho abundan los fantasmas, si bien que de otra ralea. Como igual aún recibo ecos del mismo, como la piedra que rebota en la gruta a la que fue lanzada. Todavía hay personas que lo leen y les arranca ciertas reminiscencias internas; y entonces me envían una nota donde se adivina que no les son ajenos, y sí que añejos. Naturalmente, ignoro las edades, pero las intuyo granadicas, más o menos cercanas a la mía, aunque no muy lejana. Eso se nota en los matices. Hasta de un joven al que aprecio mucho, que me da “un diez de diez…”
Hablaba en esa columna sobre que, de un tiempo a esta parte, un servidor del convento era objeto de la visita de mis fantasmas personales, que lo hacían con cierta frecuencia no exenta de amabilidad … De algunos ya ni me acordaba, los pensaba olvidados de mi memoria, inexistentes en su existencia. Pero craso error. Ellos sí se acuerdan de uno, y viven en nuestro subconsciente una existencia sin tiempo. Algún interlocutor me pregunta si suelen ser fantasmas familiares… Pues según lo que se entienda por “familiares”. En realidad todos lo son, aunque muchos no hayan mantenido nexos de sangre; tan solo de relación amistosa en mayor o menor grado. Pero son muy tuyos, irremisiblemente tuyos, y van contigo porque son parte de ti mismo, ya lo dije en ese mismo artículo.
Yo los clasifico, si bien que torpemente, en una especie de tres grupos o categorías: aquellos que sé que han atravesado el espejo; aquellos que sé que aún siguen a este lado; y aquellos otros que ignoro en qué parte están, aunque, por supuesto, no tengo forma de saberlo a ciencia cierta… ni, por otra parte, tampoco lo necesito. En absoluto. Y eso es porque, en el plano de la experiencia, esa distinción puede ser importante, pero en el plano del recuerdo ya no lo es. Para nada…La dimensión del sueño, o de la evocación más o menos consciente o inconsciente, sobrepasa tales límites, donde incluso parecen poseer (puede que la tengan) autonomía propia, ya que todos se comportan en relación directa a la que un día sostuvieron con nosotros.
Los primeros de la criba, los que sé que han muerto a esta realidad, se comportan como si no lo estuvieran; como si esa especie de “accidente” solo existiera en mi consciente, y para ellos no tuviera la menor importancia… Los segundos, los que sé que aún están aquí, lo hacen desde el tiempo que compartieron con uno, e igual les da estar que no estar… Y los terceros, los que ignoro su estado, a ellos tampoco parece importarles. Y no digo lo de aparentemente, porque lo de la apariencia les trae sin cuidado, o eso parece, ya que hablamos de a-parecer… Sea como fuere, lo cierto es que todos son reales, muy, muy reales. Tan reales en la dimensión intelectual como nosotros mismos en nuestra propia entidad e identidad.
Una corresponsal avisada me dice que puedo confundir fantasmas con espectros. No… en modo alguno. Eso precisamente (la entidad y la identidad) es lo que separa a unos de otros… Un espectro carece de personalidad propia, está formado de creencias y de creaciones mentales. Tenemos el poder de crear formas intelectuales de aquello en lo que creemos o en lo que queremos, e incluso tememos (el temor no deja de ser una creencia), y eso son los espectros a los que se refiere dicha persona, aunque también se dejen caer de vez en cuando a lo largo de nuestra vida.
Pero no los confundamos. Nuestros fantasmas, queridos fantasmas, pertenecen a seres como nosotros, que salen de nosotros, conviven con nosotros, experimentan con nosotros y forman parte de nosotros mismos a través de tales experiencias comunes… El que una parte cada vez más importante (es directamente proporcional a la edad) ya no estén en esta realidad, solo quiere decir que no viven, pero no que no existan. Claro que existen…
Lo que pasa es que confundimos vida con existencia, y de ahí el no saber ubicar a los fantasmas (¿?) de los que formamos parte, si bien que con mejor o peor arte… La existencia es un plano infinito formado y alimentado por vidas finitas. Cada persona tiene su propio mar existencial conformado por un indeterminado número de vidas, “que son como los ríos que dan al mar”, que dijo el sabio poeta… Y, exactamente igual, la existencia universal es el océano infinito formado por los mares de las existencias individuales e igual de infinitas (la teoría del Todo en el Uno y viceversa).
No es tan difícil de entender, a mi parco parecer… Salvo, claro, que las “entendederas” se abran al intelecto llegadas determinadas y concretas ocasiones, traídas – y atraídas – por esas mismas vivencias, que de ningún modo son apariencias. Cada cual lo interprete como crea, pueda o quiera, por supuesto (yo tengo una teoría, pero, si me lo permiten, prefiero guardármela).
Pero a los que me interpelaron por mi anterior, sí que me siento obligado a decirles que me abro a mis fantasmas, a mis muy queridos fantasmas, con toda mi querencia, preferencia y deferencia. Bienllegados sean desde dónde vengan cuando vengan… Ni yo les tengo prejuicios, ni tampoco ellos me traen perjuicios… Ellos forman parte de mi evolución al igual que yo formo parte de la suya; y la evolución, como la energía, como el de la ley de la termodinámica, no tiene principio ni fin, tan solo se transforma en una evolución contante y constante. Quizá sea un salto de esos lo que esté a las puertas y apenas comenzamos a intuir… No lo sé, pero ya lo iremos viendo… Digo yo, claro…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
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