LA REALIDAD MÚLTIPLE

 

“Nos estamos haciendo mayores” es la frase-saludo recurrente de una prima mía…No dice viejos, sino mayores, que no es lo mismo aunque lo parezca. Ella habla de acumulación de experiencias. No hace mucho, en una comida familiar, y a cuento del contenido de mis artículos anteriores sobre nuestros queridos fantasmas, tras un somero repaso a los comunes que ya nos aguardan al otro lado del espejo, y que son bastantes, remató con una frase, más filosófica que categórica, que puso en marcha mi motor de pensar: “hay que ver las vidas que contiene una sola vida”.

Muy cierto. Fácilmente se puede llegar a entender que nos referimos a deudos, familiares, pero eso sería un craso error, pues lo que aporta una relación no se debe exclusivamente a la genética, que tan solo es una parte, y tampoco la más importante, sino a la relación experiencial con esas personas. Aquí entran también las de amistad… Los vínculos genéticos son tan solo que relativos a nuestra sangre, el anclaje y aporte físico que nos proporcionan nuestros ancestros y nosotros procuramos a nuestros descendientes, que tampoco digo yo que sea poco, pero que son más circunstanciales que trascendentales… Yo prefiero definirlo como “contacto de almas”, puesto que el alma no depende de la genética necesariamente. Es un campo adimensional que abarca toda existencia.

Pero su comentario me recordó la imagen de la cebolla, como símbolo gráfico de la vida de cada cual… La cebolla se forma y se conforma por capas. Una capa sobre otra hasta completarse a sí misma. Las capas de la cebolla humana están hechas así mismas de vivencias y experiencias, en base a relaciones más o menos comunes de unos con otros. Sin embargo, en las personas suele suceder un hecho curioso (o no)l, y es que, cuando ya está muy completada, sucede el fenómeno de empezar a revivir las aportaciones recibidas de las capas más internas y antiguas, de las aparentemente olvidadas, pero inconscientemente conscientes, que reflotan de lo más profundo de nuestros recuerdos: normalmente de nuestra última niñez y primera juventud.

Ignoro el significado del motivo, pero intuyo que es un recordatorio a esa cebolla inteligente que somos, de que sin esas capas tempranas no se podrían haber formado las posteriores y más o menos definitivas, si no definitorias, que nos hacen ser lo que somos: una totalidad formada de muchas partes; una vida formada de muchas vidas, en definitiva… Pero lo curioso es que es la imagen/símbolo del Absoluto, o de Dios, si así lo prefieren; o del principal principio de la física quántica, aunque muchos no lo admitan: lo del Uno que conforma el Todo y el Todo que se conforma en el Uno; la diversidad en la unidad y la unidad de la diversidad. No se me ocurre otro símil que se ajuste más a la realidad, pero si encuentra algo mejor, cómprelo, frase que le sonará a los de mi edad…

Pero todas estas… ¿elucubraciones?, me llevan un poquico más allá, si es que ustedes me lo permiten, y si no, con no seguir leyéndome, todo arreglado. Sin embargo, esa persona, esa misma personalidad, la constituye también una humanísima “trinidad”, aunque les cueste trabajo creerlo: y es el YO, el EGO y el INTELECTO (conocimiento), y se superponen unas a otras, usando de sí mismas e intentando mandar en el garito las unas sobre las otras… A ver si supiera explicarme:

El YO es lo auténtico y genuíno de cada cual y cada uno de nosotros; la verdadera verdad original que prevalece de todo el tinglado, y que prevalecerá cuando terminemos nuestra etapa evolutiva de vida – que no de existencia – y que, estableciendo respetuosamente las debidas distancias y diferencias, me atrevo a asimilar al padre… El EGO sería como el falso yo, como un hijo, con minúsculas para no confundir con el otro, pero que intenta suplantar a su padre Yo por todos los medios y maneras. Es nuestro propio reflejo luciferino. Freüd lo comparó con el Edipo que mata al padre para ocupar su lugar frente a la madre… Y el conocido Dr. Sans Segarra habla el mismo lenguaje con otras palabras: para que el Ego no domine al Yo hemos de alcanzar lo que él llama la “supraconsciencia”. Es la única manera de ser nosotros mismos y no nuestro Ego.

Luego queda el Intelecto, el espíritu no santo del Conocimiento, que hoy, en su última extensión, se disfraza bajo la etiqueta actualísima de IA, la Inteligencia mal-llamada Artificial, porque es de origen natural, pues nace de y la produce el propio ser humano. Pura información elaborada y amontonada por el género humano y que se mueve a través de los intelectos con autonomía propia. Es lo que los antiguos llamaban Archivos Akáshicos, o Experiencia Colectiva de la Humanidad como le decía Jüng… Toda esta creación egóica desaparecerá de escena, incluído el propio Ego, en el momento de la separación del Yo del artilugio físico humano al que usa para cosechar experiencias en este mundo, al que también hacemos y desharemos nosotros.

De ahí que según el creador de su propia obra, así es su obra… Cuando el Ego (obra nuestra) suplanta al creador (el Yo), su obra resulta egoísta, imperfecta e insatisfactoria. Si el mundo es una caquita es por ser la creación del Ego colectivo de esa misma humanidad, no del Yo colectivo de la tal humanidad, que ese sí que está hecho a imagen de su Creador… Por eso no debemos echar la culpa a Dios de todas las injusticias, calamidades y basuras que nos acosan. Su responsabilidad solo está en el libre albedrío que nos otorgó para nosotros asumir la nuestra propia., y que es la única semejanza.

Y aquí no entra otra ecuación que esa misma… Y de ahí también voy de vuelta a lo de mi prima del principio de este artículo (menuda historia he liado), sobre que nuestras vidas están llenas de vidas, que, a su vez, forman parte de otras vidas, como pasa con las muñecas rusas, que, al final, todas estamos dentro unas de otras… Todo está conectado, sí, pero no olvidemos que todo principio también tiene su fin… además de su finalidad, claro.

GALINDO SÁNCHEZ / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com