CREENCIALES

Decía Rosa Montero en uno de sus enjundiosos artículos: “no soy creyente, es decir, no creo en ninguna diosa omnipresente, y menos aún en un tronante dios barbudo”… Bueno, sin desear corregir a una muy señora mía articulista y gran escritora – nada más lejos de mi intención – yo tampoco creo en esos prototipos de Dios, pueriles y antropomorfos, pero sí que me considero creyente, sin ningún género de dudas. Creo… me parece a mí, claro, que una cosa es creer y otra muy distinta en lo que se cree. Y pienso que de ahí mismo parte la confusión, más o menos generalizada, más o menos interesada, con que se aliña tal guisado.
Me atrevo a decirlo porque parece existir un determinado interés (no hay interés más desinteresado) en que las confesiones: religiones, iglesias, creencias y demás cortejo, establezcan algo tan simplista como el que no seas creyente, por la elemental razón que no crees en lo que se te dice, y punto pelota… En realidad eso es un simple y vulgar corporativismo de toda religión, que, sin embargo, funciona. Muchas veces de modo automático, facilitando así el cribado de esas iglesias. “Tú no eres creyente”, se me ha dicho y repetido en múltiples ocasiones, con mi ya patentada contestación: “según en qué…”. Estoy seguro que Montero lo abrevia para evitarse las molestias de tener que dar una serie de explicaciones, pero naturalmente que ha de tener algún sistema de creencias. Como todo quisque.
Hasta el ateo más incrédulo Y recalcitrante se contradice a sí mismo cuando afirma contundentemente lo de “yo no creo en nada”, pues son dos negaciones sobre una afirmación, que es la “nada” como existencia gratuita… Y, aunque sea una gilipolluá semántica, crees que no crees, lo que invalida tu propio aserto. Pero bueno, no me voy a subir tampoco a lo más alto del pino. Lo que quiero decir es tan solo que no existe la no-creencia en términos absolutos; como decía mi añorado amigo cura: “es lo mismo que no creas en Dios, pues Él sí cree en tí”…
Además de todo eso, que tampoco es poco, existe otra forma de increencia que no desdice la realidad de aquello que se niega… Por ejemplo: si un servidor suelta “no creo en Trump”, lo que estoy diciendo es que para mí está sobrando; como si no existiera; que ni creo en él, ni por allá pasó… esto es, niego todo lo que puede suponer y lo que se relaciones con Trump; pero no puedo negar al burro aunque quiera, porque sus consecuencias existen en sus coces, y eso es innegable… Muchas veces a Dios se le niega porque no nos gusta la explicación sobre su ser o no ser, sobre su narrativa o circunstancias con respecto a nosotros, pero no por su inevitabilidad… No sé si me explico, tío Perico.
Yo también, hace muchas décadas, dejé de “ser creyente” del mismo dios que pinta Rosa Montero, como el que pintan muchos de los que afirman serlo a machamartillo. Tampoco creo que seamos los únicos. Y eso es porque se nos impuso la creencia de un dios/tótem, no de Dios. Y entonces pasa lo que pasa: que, como en el fondo de nosotros mismos tampoco creemos en nosotros mismos, pues tampoco podemos creer en un Dios que se nos ha fabricado a imagen y semejanza de nosotros mismos. Y no es un trabalenguas, es una muy puñetera realidad… Esto le pasa a cantidad de los que “se creen creyentes”, lo que ocurre es que unos pocos lo confiesan, como Rosa, y otros ni se molestan en pensarlo.
Pero es una cuestión ésta que afecta a buena parte de la humanidad, pues la inmensísima mayoría del personal es más “creyente” en el rito social (comuniones, bodas, bautizos, romerías y procesiones, tonterías y abluciones) que en la autenticidad de aquello en lo que se dice creer… Miren la que se ha liado en el general creyente de la Macarena porque le han cambiado la cara a la efigie construida en sus cabezas: ¿acaso conocen el verdadero rostro de la Virgen?.. ¿a qué adoran, entonces, si no es a una simple imagen, a un vulgar constructo?.. Y eso, la verdad, es un muy bajo, bajísimo, nivel de “creyencia”… Creo que fué Paracelso el que dijo que “los ritos fabrican a los mitos”, y en esas mismas estamos: justificándonos como creyentes encadenados a un calendario de mitos y ritualismos, y el estúpido simplismo de que el que los sigue es el auténtico creyente. Nada más alejado de la realidad.
Mi realidad es que a mí me importa aquello en lo que creo, pero me importa un soberano bledo la gentificación habida en las personas que creen en lo que practican, esto es, un fanatismo en las imágenes y un fundamentalismo en lo exponencial… La “creencia” para mí es tan consustancial e íntimo, que lo veo como todo lo contrario y opuesto a lo que se representa; a ese rol generalizado; a esa nómina credencial que solo representan a determinados dogmas y a concretos intereses: los de la religión de guardia; los de la iglesia pertinente a cada cosa y en cada caso y casa.
Una dama que me sigue, Paola, me pregunta si esos dos mil millones de creyentes que tiene el catolicismo, puede ser cierto, o no, o ser una mera estadística… Yo pienso que es mucho más lo segundo que lo primero. Pero, aún y así, es una estadística relativamente cuantificable, y mucho menos cualificable, ya que esa lista de creyentes son muchísimo más los de costumbres y tradiciones que los de genuinas convicciones… Me explico: los que practican (practicantes) una costumbre ritual, suele obedecer a un uso tribal, o sea: menos auténtico que virtual.
Y esto, que es una opinión personal, por supuesto, todo el mundo puede pensar de ella lo que quiera pensar para así sentirse mejor consigo mismo. Faltaría más… De hecho, el ejercitar la facultad de pensar es nuestro mejor regalo, se sea creyente o increyente; y en este punto, los dogmas están para que “nos piensen” en lugar de para pensar por uno mismo, sin interferencia religiosa alguna. Por eso hay que sentirse creyente hasta cierto punto, y en cierto modo… Naturalmente.
Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com
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