ENCUENTROS...

 

…En la tercera fase. Bajaba de la Emisora y enfilaba calle arriba. Me lo encontré de frente, alto, con chandal, unos cincuenta años rebasadicos, semicanoso; llevaba unos pinganillos puestos, y el cable aterrizaba por el cuello de la camisa a su bolsillo superior. Al verme, esbozó una leve sonrisa… “¡Hombre! – me dijo – estaba oyéndole en su programa, y mira por dónde, ¡qué casualidad!”.. Añadió que pensaba que el programa era “enlatado” y se transmitía en diferido; y me preguntó si podía invitarme a un café en una de las terrazas cercanas.

Tras las obligadas palabras de agradecimiento y asentimiento por mi parte, casi que me dejé llevar por su parloteo, tratando mientras tanto de averiguar quién era aquel amable interlocutor (me pasa con alguna frecuencia esto de no reconocer al que parece conocerme, y, la verdad es que me supone una sensación muy desagradable)… Tan solo – en este caso, al menos – nos tomamos unos escasos veinte minutos a pie de barra, en departir y compartir entre ambos, intentando ponerle nombre a la cara que me hablaba y que me “sonaba”.

Me dijo que le gustaba mucho la temática de mis programas, y que solía seguirme, si no mucho en directo, sí que a través de YouTube… “Pero lo que más me gusta es el formato… Usted acota ese tema en 15 minutos, y deja otros tantos para que la gente opine sobre el mismo, limitándose a matizarlo con algunos comentarios ligeros sobre tales opiniones. Todo ágil y escueto..”. Le respondí que es un esquema antiguo, apenas variado con algún matiz a lo largo de los años, y que no tenía mayor mérito…”Es que a mí ya me cansan los de tipo “tertulianeo” que tanto se dan en todos los medios, al final todo queda en pequeños discursos de los propios participantes… antes me atraían, ahora me aburren”…

No sé qué contestarle, le digo que cada formato tiene sus cualidades y sus defectos… Y me explica: “yo prefiero una sola exposición como punto de partida, breve a ser posible, si bien abierta a la opinión general. No siempre estoy de acuerdo con ella, pero me permite elaborar mi propia versión entre todo lo escuchado”… Le digo que siempre hay que elegir el formato más adecuado al número de intervinientes, pero me insiste: “es que las tertulias las considero dispersas, muchas y muy largas exposiciones que me desconcentran, me dispersan, y termino por cambiar de dial”…

 Me ilustra en que, claro, hay opiniones para todos los gustos, y me ruega muy encarecidamente que no lo tome como “excátedra”, que es una opinión estrictamente personal que nada quiere decir; finalizando su sentencia, a la vez que contradiciéndose aparentemente: “Al fin y al cabo, si hay tantos programas de tertulianos será porque gustan a la gente, y el principio de la oferta y la demanda es el que manda, ¿no?..”, termina dándome una palmada en el hombro… Luego estuvimos hablando sobre temas de actualidad y de más o menos profundidad, hasta terminar por despedirse con un muy correcto, pero extraño saludo: “creo que usted y yo somos de los raros”… (¿?)

Lo que verdaderamente me joroba, y no poco, es que nos dimos la mano, adiós, muy buenas… y sigo sin saber el puñetero nombre de tan amable interlocutor que me invitó a un café y me dio su amable opinión sobre lo que fuera. Ni jodida idea, oigan. Si traigo esto a colación como uno de mis habituales escritos es, al menos, por un par de cosas: primero, por saber si a ustedes les ocurren estos sucedidos de no saber con quién están hablando, cuanto el otro parece conocer perfectamente a su interlocutor, que es usted; y segundo, porque, si acaso también me leyese, que ya sería demasiado, sirva éste como disculpa a la vez y al mismo tiempo que como acuse de recibo, y que, si se pone en contacto conmigo, los próximos cafés van a mi cargo.

Me he pasado varios días reconstruyéndome su rostro, su modo de hablar, su físico, como un fantasma familiar y cercano con el que lo relaciono con rasgos fugaces de algo en que se ocupa, o se ocupó en alguna ocasión, y casi lo cazo… pero acaba por escapárseme de mis neuronas. Y lo tomo como una desgracia. Es una maldición para mí el olvidar tipos interesantes mientras tengo en la cabeza pululando cantidades de tipos intrascendentes. No me cabe duda que debe de haber alguna razón, algún motivo, lógico o no, para que ocurran estos lastimosos lapsus, pero ocurrir, claro que ocurren…

Comentándolo con un amigo, me dice que a él también le pasa, pero que lo tiene solucionado y no se come el coco como yo me lo como… Si no recuerda, se inventa una personalidad para él. “Lo importante es que ES, no QUIËN es”, me suelta, pero, la verdad, no me deja muy conforme su método… Mi problema, quizá, es que estoy encontrando bastantes amigos míos de mi quinta que están dejando de conocer, ya saben. El maldito alhzéimer es una enfermedad pavorosa que a mí particularmente me aterroriza, y quisiera encontrarle una explicación a la cual no llego… como no me re-encuentre con la persona con la que estuve hablando, lo llevo claro…

Mi padre, que lo padeció al final de su vida, una mañana de domingo de los que iba a pasar con él y acompañarlo un rato en su paseo, me dijo, quizá premonitoriamente, que “un olvido es parte del todo, pero el olvido es la nada”… Y no es bueno que me obsesione con lo que tanto parece (me parece a mí, claro) rondarme… Leo en un libro que toca temas de Física que el VACÍO no es la NADA, y que el primero existe, pero lo segundo es imposible su existencia… Pues es un consuelo, triste consuelo, pero tampoco me deja tranquilo… “Por la cantidad de actividades que has desarrollado en tu vida, a ti te conocen muchas personas, pero tú es imposible que las recuerdes a todas”, me dice un familiar… Pues mira, oye, eso sí que me interesa creérmelo. Muchas gracias, pero ahí queda dicho por si alguno se hermana conmigo.

        Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com

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