OTRA DE RECUERDOS

Era Nochebuena, estaba haciendo el Servicio Militar Obligatorio aquél (ahora, Europa lo está volviendo a recomendar, dados los “porsiacasos de marchatrás” que existen), y aquella noche me tocaba “Refuerzo”… así se llamaban las guardias de vigilancia nocturna. El problema que en la actualidad tendríamos a tal respecto, dada la baja o nula natalidad que nuestro hedonista sistema de vida lleva consigo, es que ya no fabricamos ni soldados, ni soldadas, ni de ninguna profesión tampoco, Made in Spain… que todos nos vienen de fuera, y tampoco estamos por la labor de abrir vías, más bien de cerrarnos la soga al cuello.
Pero a lo que contaba: que me tocó cerrar el Portal de Belén y abrir la primera de Pascua en el primer tramo de guardia, esto es, tras la recalentada cena cuartelera, hasta las tres o las cuatro de la madrugada en que pasaba el retén del relevo… ya saben los que saben: “Santo y Seña” y todo eso. El puesto que me tocó fue la playa (es un decir) que cerraba la base y que estaba a pie del espigón marítimo – donde antiguamente amerizaban los hidroaviones aquellos -. Una joya de servicio, pues ni podías echar una cabezada porque podía pasarte (de pasar y de ocurrir, que no es lo mismo) casi todos y casi de todo.
Así que allí estaba, con uniforme de calle, correaje al completo, con el Maüsser al hombro, cargado con un peine de balas en cerrojo a disposición de tiro, más otros tres de reserva en el cinturón… Aquella noche corría levante del fresco, y caía relente del terco. Me esperaba un buen rato, y menos mal que me aliviaba un buen tabardo. Pesaba un quintal, pero abrigaba al animal. En el Cuerpo de Guardia controlaba el servicio el brigada Balsalobre…
Ante mi vista dormía tendido el Paseo de la Concha, desierto, apenas iluminado con media docena de bombillas de 45w. con que se dotaba el alumbrado público, y que bailaban sombras chinescas al ritmo de las rachas que marcaba el ventarro de nordeste…”Sin novedad en el puesto, mi sargento”… Muy a lo lejos parecía barruntar cierta algarabía que iba y venía. Voces jóvenes, que, naturalmente, podían ser efecto de una causa: la “Misa de Gallo”, que calculé habría terminado ya en el pueblo, mientras yo añoraba novia y familia, como cualquier “soldado de Nápoles, que vas a la guerraaa…”
Todo previsto como normal si no fuera por un aparente detalle que me llamó la atención, y es que, ese tole/tole parecía acercarse, no detenerse ni alejarse; aquellos malentonados villancicos, que es lo que eran, reducían la distancia desde mi sitio de vigilancia… A poco, empecé a percibir a lo lejos, al principio muy borrosamente, luego, de menos a más, el pequeño grupo que iba tomando forma, adquiriendo lo compacto de un algo que se acercaba a donde yo estaba.
Por las voces iba conociendo y por las figuras las iba identificando… Eran mis amigos, los de mi “Peña”, como así nos identificábamos; una apenas docena de jóvenes formaban aquél grupo, en aquellas circunstancias, de aquél lejano tiempo… Traían anís y mistela; y mantecados y polvorones; y besos y abrazos; y querencias a raudales y amistad por costales… Por supuesto, aquella experiencia quedó grabada en mi alma, y colgada del árbol de mis vivencias más queridas y recordadas, y guardada y atesorada en los archivos más arcanos por cercanos. Dada su proximidad humana y el calor que de ello emana…
Es ésta una de mis pequeñas pero valiosas perlas que conforman mi manido y menudo tesoro, que, de vez en cuando, reflota, y rebota, desde el fondo más añejo de los casos y las cosas; y me vuelvo a recrear en ello, recordándolo y paladeándolo de nuevo, aunque ya solo me quede el eco en el paladar de un vino viejo… Si sé que aquella noche, una vez que se marcharon, lloré lágrimas felices. Apenas fue una media hora, quizá que menos, pero quedó como uno de mis más intensos y entrañables recuerdos que guardo donde tales cosas se guarden, y que me llevaré al otro lado del espejo, por si me sirve de sobrepago de alguna deuda aún por liquidar…
Después lo he pensado muchas veces… Algunos álguienes tuvieron que tomarse la molestia de indagar algunas pistas, como, por ejemplo, qué guardia me tocaba, o en qué lugar estaba, si era mi puesto accesible o no, si podían acercarse y en qué circunstancias o condiciones… Quizá incluso pudo haber un tácito acuerdo de alguien de fuera con alguien de dentro, no lo sé, alguna información discreta para una secreta intención… Si el comandante de la guardia hubiera pasado de ronda en aquel momento, o alguno de los oficiales que por allí cerca vivían, hubieran percibido algo, a mí se me cae el pelo esa memorable Noche de Paz, gorro incluido.
Han pasado más de sesenta años de tales vivencias, y lo positivo es que mantenemos la relación de amistad, si bien que con los dolorosos por inevitables huecos de aquella pandilla, y que intentamos, en el recuerdo, rellenar las insustituibles ausencias… Ley de vida, claro, eso se dice. La acepto y la respeto, pero ahora también la valoro, ya que es la distancia la que tasa ese tesoro. Y no disponemos de más peritaje que el haber pagado antes el obligado peaje…
Un amigo me dijo un día que la original y auténtica, y genuina, amistad, no está en la frecuencia, sino en las consecuencias. Y es cierto, pues también el buen vino reside en la cepa, y en su añada, que es donde se concentra su sabor… y también su saber, que digo yo. Permítanme entonces que, de vez en cuando, les muestre alguna que otra de las perlas de vida que atesoro en mi arca de la alianza. Valórenlas conmigo, si a bien lo tienen.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
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