EL CIELO `PROTECTOR

Me impacta una imagen: un niño palestino (apenas siete u ocho años vividos) alza la vista hacia un cielo cuajado de estrellas, y las mira a través del cristal acuoso de sus propias lágrimas. Fuera es de noche, y en su interior también lo es; una noche oscura y desesperanzada… Es difícil acercarse a su pensamiento, pero la mirada es de tan intensa e inmensa tristeza que cabe en ella el mundo entero. Y, sin embargo, a pesar de la desolación que lo rodea, ese cielo, que es nuestro mismo cielo, es de una belleza inconmensurable, y permanece inamovible, como si el tiempo no existiera ni lo que sucede dentro de ese tiempo tampoco.
Solo una vez he podido sentir la inmensa belleza de ese cielo acogedor y omniabarcante, cuajado de luminarias brillantes: en los campamentos de refugiados saharauis, en pleno desierto de la Hammada argelina, rodeado de dunas y silencios; como algo cercano a la vez que lejano, y protector, como una burbuja cósmica llena de luciérnagas… algo como un útero materno, cálido e iluminado. Y entonces me pregunté si en el de mi madre, y en el de todas las madres que gestaban, igual existía un cielo estrellado que nos miraba y en el que mirarnos. Como quizá sean todas las madres por dentro para todos sus hijos por nacer… O así mismo lo imaginaba, y aún imagino yo: como un cielo protector.
Y me llena de amarga tristeza que para esos miles de chiquillos gazatíes, aún con la plegaria colgando de sus ojos tristes, no les sea protector, sino aniquilador; y no los cubra con algo que los libre del odio de sus vecinos y de la indiferencia del resto… Su hermoso cielo es un paraguas agujereado por donde se cuela una lluvia de misiles de fuego y drones de muerte; un cuajarón de esplendidas estrellas de las que no les cae ningún maná, y hasta les roba la promesa de una tierra que creyeron – y que es – suya… Y a pesar del hambre y la destrucción, y de la terrible horfandad a la que se les condena, ese cielo, como el de mi niñez en mi pueblo, como el de las noches en el Sahara, es de la misma belleza con que lo dotó la naturaleza.
Es que, cuando yo apuntaba a crío, en mi pueblo y en sus noches, también estaba ese mismo cielo protector… El mismo que hoy, ya de viejo, la luz artificial de abajo no me deja ver la luz natural de arriba. Pero entonces, la noche de aquellas calles, que apenas salpicaban cuatro bombillas suspendidas como polichinelas que bailaban al son de los vientos; es que salías a donde pegaba el mar, a aquella playa no-playa, y ese mismo cielo te envolvía como sábanas estrelladas que te conocían sin tú apenas conocerlas a ellas… o quizá sí, quizá nos conocen y se nos han olvidado sus nombres por el simple hecho de haber nacido a este mundo. Un mundo que aún conservaba las primeras noches de sus primeros días allá arriba, hacia donde aún miraban los hombres sin valorar lo que veían… Todavía era la época en que te contaban y cantaban que cada ser nacido tenía su propia estrella, que velaba por ti, o incluso que las personas, al morir, se convertían en esas mismas luces que tachonaban todas las noches de tu vida.
Lo que no termino de aceptar es por qué a mí se me ha concedido apreciar ese cielo protector, y a ese zagal, a esos niños palestinos, a las decenas de miles que han masacrado y a los que aún sobre-malviven, se les ha reservado el verlo a través de sus lágrimas de dolor y de sus inhumanas carencias… no lo entiendo… ¿Qué clase de justicia es la de este mundo, que a unos se nos regala como un don, y a otros como tristeza y desesperación?.. Su belleza es la misma, pero su tristeza se vuelca en los más débiles, desahuciados y abandonados. ¿Dónde está la equidad que permite tan tenebrosa desigualdad?.. ¿Qué méritos son los míos y qué deméritos son los suyos?.. ¿Cuál su pecado que no abunde en los míos?.. Ojalá y lo de las Bienaventuranzas sea cierto y puedan tener su compensación, aunque sea a nuestra cuenta, como debe ser…
Pero me cuesta mucho trabajo entender aquello a lo que no le encuentro explicación… Doy por supuesto que mis entendederas son limitadas; y que a los seres humanos se nos ha cosido con hechuras egoístas, pero aún y así mi intelecto se rebela ante semejantes desigualdades e injusticias. No comprendo las razones de un Putin, las de un Trump, las de un Netanyahu, o de tantos iscariotes que les bailan el agua a tales criminales; pero sí que entiendo que están ahí, haciendo lo que hacen, porque hemos sido nosotros, con nuestros demócratas votos desde nuestras comodidades, los que los hemos aceptado y puestos ahí, como hacedores de holocaustos.
Lo que me apena y me cabrea es que los calificados como “crímenes contra la humanidad” los cometemos los propios humanos a través de nuestros avales en urna a nuestro políticos… Los monstruos que encienden la pira son la prolongación de nosotros mismos, cada cual en su medida y según su propia conciencia (quién la tenga)… Nadie puede considerarse limpio, pues somos cómodos colaboracionistas pasivos de cuánto ocurre y nos ocurre. Cuando las tiranías nacen de las democracias todo ciudadano es un tirano, responsable sucedáneo y colaborador necesario, de cuánto sucede en nuestras sociedades del mundo entero.
A ese niño que tiende una lata vacía con la desesperación que el hambre dibuja en sus ojos, nadie sabría responderle a sus gritos si lo tuviéramos enfrente, cara a cara… A mí, mi propia vergüenza me hace daño, no sé a ustedes; y me acuso tanto de impotencia como de indolencia, pues no quiero cubrir la segunda con la primera, que es lo que solemos hacer todos; como también sé que nuestro futuro hará justicia a nuestro presente en algún momento de nuestra existencia, que es la que abarca todas y cada una de nuestras vidas, incluidas, por supuesto, las de esos millones de abandonados a lo largo y ancho de nuestro jodido, dolido y puñetero mundo… Mientras tanto, he dejado de mirar a ese cielo y a esas estrellas que miraba hace años, cuando de niño, o en el desierto del Sahara. Les confieso que me siento avergonzado de hacerlo… Ahora ya solo miro al suelo.
Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com
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