+ DE MIS LIBROS

 

En la casatienda donde me críe, había un lugar donde me sentía arropado. De los mil artilugios que alberga una papelibrería , mi refugio era sentirme próximo, y prójimo, a las lejas de los libros… Unas veces unos, otras veces, otros. Agatha Christie, Enid Blyton, Julio Verne, Víctor Hugo, Cónan Doyle, Emilio Salgari; invariablemente de aventuras y clásicos, me hacían compañía… Ana Karenina, El Quijote, o Los Hermanos Karamazof vigilaban mi vigilancia con la constancia de los viejos centinelas…. La sensación de tener cerca un par de baldas de libros siempre me ha reconfortado… No me pregunten porqué, pues nunca lo he sabido lo que siempre he querido.

Después, injertado a un taller de imprenta, era la materia de lo que estaban hechos lo que abrigaba mis días: el papel, la tinta, sus olores y tactos, los tipos de plomo en el que se fundían sus letras… lo sentía como una prolongación; como el nexo de unión entre el arte y el artilugio… Luego, regresé de nuevo, en mi vuelta del papel a la papelería, como de un viaje iniciático; y otra vez me doté de un rincón de residencia para los libros. Nunca, jamás, se separaron de mí; ni tampoco yo de ellos.

Hoy, ya varado en el desmantelaje del puerto, mi casa, mi lar, mi domus, es una biblioteca en miniatura. Son lomos que visten las paredes, a los que reconozco y me reconocen; que me acompañan y donde me encuentro. Un entorno hecho de tochos sobre ladrillo, como si nos hubiésemos seguido mutuamente… Tampoco concebiría otro entorno donde vivir mi existencia y entre lo que respirar. Como decía don Alonso Quijano, “estoy allí dónde quiero estar”. Lo que queda ya está demasiado cercano como para ponerse a mudar. No sé si llegarán a entenderme aquellos que creo que me entienden.

Sin embargo, lo curioso del caso, o así me lo parece a mí, es que me pongo a soñar, y sueño que mi normalidad, mi cercanía, mi ser y estar, es con libros alrededor; como una piel que llevo puesta conmigo allí donde vaya… De alguna forma y manera me he “simbiotizado” naturalmente con mis amigos de páginas vivas y móviles… Una noche hasta llegué a soñarme entre rollos de papiro en extensos estantes. No sé si es una figura recogida del pasado o proyectada del futuro, que sabido es que el tiempo se refleja allí donde no existe el tiempo; en un eterno presente sin futuro ni pasado… Pero, no, no es una fabulación enfermiza, es un hecho concreto y factible, créanlo.

Cuántos menos amigos me quedan, más libros tengo”, creo haberle leído a algún autor – y si no es así, álguien debería haberlo escrito – pues es de una certeza palpable, aunque no sea inconmensurable. Al menos, en mi persona… Y es que la amistad es inmaterial, no necesariamente está unida a un cuerpo, que tan solo es el reflejo, o la ilusión de ese mismo reflejo. El motivo de la amistad reside en el mensaje más que en el mensajero, y eso igual te lo dan sobradamente los libros, y desinteresadamente además. La compañía está más en la mente que en los mentores… y la soledad, también. Por eso que cada libro es un amigo a tu disposición para lo que necesites en cada momento de tu vida.

Y es que, ya de paso y porque viene al caso, una vida está hecha de momentos, no importa la naturaleza de esos mismos momentos. Y cada quisque tiene el derecho, y el deber, de elegir la calidad, y la cualidad, de esos tales momentos… Y, créanme, nadie está más solo que el que llena su vida de momentos vacíos de contenido, sean en compañía de organismos parlantes como de páginas en blanco. En el fondo, tanto dá lo uno como lo otro; tanto dá que me crean como que no.

Precisamente, quizá por casualidad, quizá por causalidad, hace poco me leí un libro escrito por una autora jóven de alma vieja (eso no quiere decir que sea exclusivo para jóvenes, aunque también). Los sentidos pueden tener edad, pero los sentimientos no la tienen; y los conocimientos, que actúan como el vino, aún menos… Se llama “La Librería del Fín del Mundo”, de una chica, Lily Braum-Arnold, y jamás había encontrado tanta sensibilidad, delicadeza y madurez en tan temprana juventud, lo cual es muy reconfortante, dado los tiempos que corren. Y dadas las expectativas que nos corren.

Es que esa es otra. Como decía el finado Julián Marías, “se nos pedirá cuentas de todo lo que no tenemos en cuenta”… Vivimos nuestras escasas vidas para que tengamos en cuenta todo lo que tiene valor de verdad, y no nos enfrasquemos en lo que no lo tiene, como suele ser nuestra norma general. Ocurre que pasan ante nuestras narices sin que nos demos cuenta, y eso es porque, sencillamente, estamos sintonizados en otras cosas y a otras ocurrencias. Los intereses del mundo se basan en tener nuestras mentes dispersas y ocupadas en lo banal, y, sin embargo, los intereses humanos se basan en todo lo opuesto: en encontrarnos a nosotros mismos, que es igual a concentrarnos en nosotros mismos.

Un solo y puñetero libro vale más que un botellón; un festival lleno de gente y vacío de personas; un partido de fútbol o una corrida de toros, y cuesta menos, mucho menos… El problema es que un libro nos hace mirar hacia dentro, y lo demás desvía nuestra atención hacia fuera. Y eso genera un conflicto de voluntad. Y elegimos la evasión antes que la meditación… Cualquier “viajinserso” por ejemplo, aporta una ínfima parte de cultura personal comparado con un libro de cualquier buen autor. La cuestión está en saber elegir, y, sobre todo, en querer elegir bien… No es una crítica, sino una observación, la constatación de un hecho; y el decir lo que pienso, es mi derecho.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / miguel@galindofi.com / www.escriburgo.com

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