FRAGMENTOS VITALES

 

No hace mucho tiempo que, en la presentación de mi último libro, “La Brújula de los Días”, hice un repaso desde los primeros, en el programa de radio que la emisora me brindó… Hasta me recordé a mí mismo, y a los que me quisieron escuchar, mis primeros pasos en la escritura con pretensiones. Aquellos ciclostyles multicopiados en aquella Roneo Víckers, en semiclandestinidad, por aquél esforzado grupo de jóvenes que solo querían compartir lo que pensaban con la escasa y vigilada sociedad circundante. Apenas si quedamos tres o cuatro de aquella utópica distopía, y que tanto se agarra a mis recuerdos.

Y me contradigo en apariencia, porque entonces vivíamos una distopía (dictadura) en busca de una utopía (democracia), sin saber – eso lo sé ahora – que la utopía que vendría sería otro tipo de distopía. Y creo que vamos a más y a peor, para algunos de nosotros, al menos… Antes, entre otras cosas, y además de los ciclostylados, también confeccionábamos unos llamados “periódicos murales”; escritos sobre pliegos enteros de cartulina, que luego se fijaban en el exterior de los comercios donde nos daban cancha y cobijo: una venia benévola para aquellos zagales que escribían.

El milagro, visto desde la perspectiva de hoy, es que la gente se acercaba a leerlos con determinación y detenimiento. Quizá por curiosidad, quizá por interés, o por afán de saber que entonces existían, el personal los leía; unos reían, otros movían la cabeza; otros hacían comentarios sobre los comentarios; otros se marchaban rumiando, con pensamientos colgados de sus miradas… pero a nadie nada le era ajeno. Hoy, por el contrario, no hay curiosidad, no existe tal interés, solo el vacío, una carencia vital de ese afán de saber, es lo que predomina… Ayer la gente se arriesgaba a obtener lo que hoy desprecia.

Me preguntaba Micaela si recordaba alguno de mis primeros escritos hechos en serio (todo lo que escribía era en serio) y le contestaba que recuerdo un trabajo, salido de mis ratos en mi servicio militar obligatorio, en aquella “Mili” de los de mi edad… Ignoro dónde estará, si es que está en algún lado. No existían ordenadores, ni memorias, ni emails ni móviles… Lo tecleé desde la vieja Underwood de mi destino en el almacén de papelería de la Base Aérea, con el permiso expreso de mi oficial, el teniente Tapia, y emborronado sobre folios que se duplicaban con un papel calco Kores de por medio, que se desgastaba con su uso…

Y recuerdo el tema, algo así como La Rosa que sería, desarrollado en pura metáfora para que soslayara la entonces brutal censura, y que (así lo pensaba entonces) florecería en todo su esplendor en un tiempo de libertad que aún estaba por llegar algún día. Eran los años sesenta… Y ese escrito, que llegó a ganar un Accésit en uno de aquellos Certámenes Literarios, y que tanto me gustaría recuperar, acertó en sus previsiones, pero erró en sus apreciaciones: llegó brevemente y ha pasado desgraciadamente.

Y digo lo de por desgracia, porque esa rosa que llegó a florear en el tiempo de su tiempo, nadie ya la mira ni la admira; nadie se para a compararla, como en aquellos tabloides clandestinos; todos pasan de largo y la desprecian… Y una rosa que no es apreciada es como si no hubiera nacido. ¿Para qué cuidar de un rosal del que no se quieren sus rosas?.. ¿Para qué llegar a florecer si no guardan querencia de nada ni de nadie?.. Por eso que, conforme la conductora del programa me lo preguntaba, y yo me esforzaba por recordarlo, iba sintiendo ese helado vacío que producen las añoranzas baldías.

Porque una añoranza no es más que una recordanza, en el lenguaje de romanza. Pero una recordanza que se seca sin dar fruto solo deja el hueco que ocupó en su tiempo, y eso es, tremendamente triste… A mí no me gustan las alharacas no sentidas; aquellas, muy de ahora, que se dicen para quedar bien, para ornar lo que es inadornable; solo aprecio los frutos de la semilla, la herencia que transmite la flor, aunque solo sea un tenue y escueto olor… Y de aquellos esfuerzos no han quedado nada más que raíces secas del recuerdo; de aquellas ilusiones tan solo quedan las desesperanzas, hojas marchitas y secas en un viejo libro.

Dicen que es bueno mirar las cosas desde la perspectiva. Lo será, no lo dudo, pero la perspectiva pura y dura, más dura que pura, te la da la soledad. Conforme vas perdiendo tus puntos de referencia, vas careciendo de anclajes. Y yo ya he perdido muchos, quizá demasiados… Y si los que fueron no los siento en los que son, lo valoro como un fracaso, y no como una consecuencia que tuvo que haber sido y no llegó a ser. Si acaso, más bien como una desvaída, y desvalida, experiencia… O así mismo lo siento, al menos, y perdónenme que lo diga.

No sé si fue Pío Baroja el que habló de “la soledad de los recuerdos” como una de las peores soledades. Estás tú, y tu mundo vacío alrededor, sin embargo, y con permiso del maestro, la soledad con recuerdos es menos soledad que sin ellos. Es más… existe otra peor que esa: y se trata de las de no tener con quién compartirlos; de los que nadie desea saber nada de lo que supuso, que es como el que nunca supo, esto es: como una flor que nunca se transformó en rosa, que cuando pudo ser, nadie quiso saber de ella…

Así es como me siento, y eso es lo que siento. No conozco el campo de juego, ni a los jugadores, y ya ni las reglas del juego son las mismas. Solo presiento un cambio de paradigma cada vez más insistente e inminente… Los signos de los tiempos me son evasivos, y, sin embargo, traen la vieja sensación cataclísmica de toda mudanza… Desde la soledad de mi collado siento la proximidad del vendaval que arrasará con cuánto de viejo traiga pegado lo nuevo, y cuanto de nuevo traiga lo viejo… Y se abrirá un nuevo campo de simiente que ya no labraré. Ni abriré más surcos solitarios…

        Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com

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