ADIÓS, MUY BUENAS.
Hemos empezado el año sin el Papa Emérito. Se le ha brindado las exéquias propias sin ser un Jefe de Estado (Vaticano) porque ya no lo era, pero las suficientes como para que todo el mundo le rindiera los honores que merece, o que supuestamente merece, o en aquello que más merece, que no cabe duda que siempre habrá algo. Ahora se ha quedado solo Francisco, sin la sombra, o el condicionamiento, que sin duda lo tuvo, del alemán Ratzinguer, figura que fue, hasta el final, el apoyo, refugio y reflejo de la curia más ortodoxa y recalcitrante del clero católico… Si el que ahora se quede solo vá a sentirse, o a estar, más libre, ya no lo sé, pero me parece a mí, dado lo que hay, que lo vá a seguir teniendo difícil.
Benedicto XVI, el de las zapatillas rojas de Prada, nunca negó ser un tradicionalista de tomo y lomo, y un freno a la necesaria evolución (que él creía revolución) de la Iglesia a la que conducía. En su figura de Gran Inquisidor, que lo fue, se encontraba como pez en el agua, y jamás disimuló, eso es cierto, sus tendencias a lo arcáico, al latín y a lo viejuno, pero también es verdad que intentó, dentro de su condicionada limitación carca, desterrar los vicios de la corrupción y la pederastia en sus prelados. Quizá no lo pudo conseguir por ambas cosas: por representar al sector más protector, disimulador y practicante de esos pecados, y por no ser capaz de dar un golpe de timón a la barca que gobernaba.
Sea como fuere (si fue sincero en ello u oportunista queda a su conciencia) se lo ha llevado a la tumba, y prefirió la comodidad del emeritaje y la influencia del abordaje desde sus plácidos jardines, y que fuera lo que Dios quisiera, que en esto, en su muy alta intelectualidad, siempre supo manejarse con la sutil habilidad de una anguila. Siempre supo hacer responsable a Dios o al Diablo según conviniera… Recuerden, como ejemplo ilustrativo, su visita al campo de exterminio nazi de Austwithz, y sus palabras ante el evidente horror: “Dónde estabas, Señor, cuando sucedía esto?..”, cuando la interpelación lógica y correcta debió haber sido: ¿dónde estaba tu Iglesia, Señor, cuando sucedia esto?. Y es que en esto, como en otras tantas cosas, siempre fue un gran sofista. Al igual que los sofistas griegos, sabía perfectamente cómo plantear preguntas que no tuvieran respuesta, o que, si la tenían, correspondieran a sus intereses intelectuales. Aquellos sofistas eran sobradamente capaces de, a partir de un principio falso, elaborar una prodigiosa construcción lógica, que, entre la negación y la aseveración, siempre hubiera resquicios sutiles para conducir la atención a las respuestas más sorprendentes… Eso mismo es el sofismo: malabarismo puro.
Manuel Vincent, el magnífico columnista, hace un ingenioso paralelismo con el malabarismo que también realizaba – éste con el balón, no con las palabras – otro gran sacerdote de otra gran religión, que igual nos dejó unos días antes que Benedictus: Pelé. Y compara el prodigioso peloteo de uno con el no menos prestigioso parloteo del otro. Y en esto, no le falta razón, pues el fútbol es el otro gran tótem mundial ante el que se arrodillan y hacen sacrificios sus creyentes, y Pelé fue uno de sus máximos pontífices… Porque aquí estamos tratando de religiones, ¿no?, y si analizamos la ortodoxia de sus seguidores, es casi exáctamente la misma. La magia del fútbol y la magia del dogma requieren distintas santerías (equipos) y multitud de oficiantes (jugadores) que mantengan los ritos y las afluencias.
Yo siempre acabo diciendo, y termino reconociendo, que cuando el ser humano fabrica semejantes estructuras es porque tiene necesidad de ellas. Las personas… las personas humanas, claro, necesitan poner su fé en algo que supuestamente los transcienda, sea un santo, un ídolo, un ritual o una competición (deporte). Un gran monolito alrededor del cual cohesionarse y confeccionar la unidad que necesitamos sentir. Un patrono, una patrona, unas siglas, unos colores, un escudo, un himno, una bandera o una procesión; una eterna e inmensa romería que nos eleve sobre nosotros mismos. La cuestión es hacer un algo en común para cobrar fuerza. Ya saben: “la familia que reza unida, permanece unida”.
Y mientras la humanidad siente y se entrega a tales necesidades, existirán los aglutinantes con sus aglutinadores. Todo es cuestión de evolución del pensamiento humano… Jesucristo fue un avatar perteneciente a ese mismo género humano, que nos propuso, precisamente, dar ese salto evolutivo. Pero Él defendía la unidad de ese mismo todo del que cada uno de nosotros formamos parte, con el Padre. Solo nosotros y Dios. Sin intermediarios ni más lugar de encuentro que nuestro propio interior (“busca dentro de tí y habla con Él allí, pues ahí lo encontrarás”).
Pero no estábamos preparados para asumir tal verdad absoluta, y aún nos debatimos en la relatividad, no ya del ser, si no «de ser”… Y entonces entró San Pablo en escena, y, con tal mensaje, una vez debidamente retocado, reformuló y montó una nueva religión en toda regla. Con sus intermediarios, con su camiseta y su canesú, la sacó a paseo, se rewsfrió, y está en la camita con mucho dolor. Porque ya saben lo demás: luego, después, ésta se separó en distintas ópticas: que si los coptos, los protestantes, los luteranos, los ortodoxos o los vayaustedasaber. Y seguimos atándonos y jurando fidelidad a las cadenas que nos afanamos en fabricar alrededor de nuestros gurús y santones. Y a hacernos la guerra entre nosotros.
Y a mí me vale si a ustedes les sirve. Pero no olviden algo que dijo álguien (creo recordar que fué el Dalai Lama) que sabía muy bien lo que decía: “cuánto más tardemos en tirar nuestras muletas, más tarde aprenderemos a andar”… ¿Qué no?. Pues dígame usted entonces si existe otra manera, por favor.
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
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