LOS PERIÓDICOS

 


(de NuevaRevista)

Se viene especulando muchos años ya sobre la decadencia de la prensa escrita. De que los periódicos en papel van a menos, y que acabarán en la memoria colectiva de la humanidad, como un anacronismo… Yo me considero lector, expendedor y dependedor, y usuario de periódicos en papel incluso antes de saber leer. Los he transportado, repartido, vendido, “suscribido y recibido” desde que me conozco, y los sigo leyendo en mi ocaso tras mi diaria y temprana visita al quiosco cada mañana. Y me apearé de mi ancestral costumbre cuando ya los engranajes físicos se nieguen a servirme.

Leo al columnista Soto Ivars sus razones y creencias de los porqueses de este declive, que admito y comparto. Pero su artículo me anima a exponer yo las mías, aunque, la verdad, me da en las narices que esto cada vez le importa menos a más gente… Y eso mismo puede ser una de las causas de que, a pesar de la resistencia mostrada por el periódico en papel para no dar la razón a sus necrólogos, sí que es cierto que sus tiradas van cayendo en un imparable goteo. Hasta que la secuencia a la baja hagan inviable sus ediciones. Uno de los motivos se basa en la observación, extricta y concreta, de mi día a día: observo que todos mis “conclientes”, con los que me encuentro comprándolos, son, invariablemente, de mi misma quinta, más o menos… En un apabullante porcentaje.

Eso quiere decir que las generaciones jóvenes declinan de tal afición. Y si la tendencia no resucita, pues, naturalmente, llegará un día en que los depósitos de periódicos se devuelvan tal y como han llegado, al sitio de dónde han venido. Otro detalle que abunda en esa tendencia y creencia es el hecho de que, en las ciudades, en todas ellas, los quioscos callejeros, expendedores de prensa, se cierran paulatinamente, conforme la jubilación de sus tenedores, pero ya no se abren. Ni nuevos, ni en traspaso ni en retraso. Van a menos, hasta que desaparezcan en su totalidad por pura inanidad.

El hecho, desgraciadamente irreversible, es que al personal le resulta más cómodo y barato el acto de sentarse ante el televisor y abrir las tragaderas, y que los noticiarios viertan en vena mental sus contenidos, tóxicos o no, manipulados o no, tendenciosos o no, de la basura nuestra de cada día. El receptor tan solo tiene que relajarse, amodorrarse en su poltrona, entornar sus ojos y su cerebro, y recibir el maná que le cae de las ubres del cielo, sin tener que esforzarse en leerlo (pues para eso hay que estar despierto) y en mejor disposición de ejercer un juicio personal enganchado a un pensamiento independiente. Es, en realidad, lo más parecido a la sesión de un hipnotizador sobre su paciente. O sobre su víctima.

Soto Ivars abunda en otros muy interesantes razones posibles, a las que no quito razón alguna… Pero hay otro detalle, que yo estimo determinante, y es que, mientras un telediario, por ejemplo, está desprovisto de columnistas (opinadores más o menos libres), el periódico no lo está. Entre sus páginas abundan – más o menos – cantidad de personas que examinan, valoran, interpretan y revierten – que no vierten – la realidad noticiosa. Aquí, el lector, si quiere, puede contrastar y evaluar lo que en una teletransfusión solo puede tragar. Y por eso mismo abundo en la opinión de que un periodista tiene que informar más y opinar menos, y que un articulista tiene la obligación de formar y opinar más que informar. Los articulistas son/somos como el libro de instrucciones para leer las noticias. Como la enzima digestiva, más o menos…

Hay, por supuesto, otros menesteres, que, a lo mejor, o a lo peor, (no deja de ser una opinión personal, y ustedes me disculpen por opinar) inciden en la decadencia de la prensa impresa, y que la gente intuye de forma más subconsciente que consciente, y es la cada vez menos independencia de los informadores, la cada vez mayor sujección del periodismo, la lenta ventaa y entrega de sus principios… Existe un mecanismo oculto a los lectores normales, y es la eliminación paulatina de esos “opinadores” libres, por intereses e “indicaciones” espurias. Ya saben aquel viejo, pero rotundo, refrán de “el que paga, manda”.

Los de fuera tan solo podemos rastrear a esos que pagan, a través de los grandes anunciantes, que son, en definitiva, los sostenedores de los costos… Si se fijan bien fijado, cada vez menudean más los anuncios de organismos y entes oficiales, institucionales, de propaganda estatal, regional o local. Cuando no de empresas “intervenidas” por asesores oficiales, ya me entienden ustedes. Y esos mandan romana… Su romana, claro. Como tambien están esos poderosos “tapados” que enjugan pérdidas editoriales y evitan cierres de cabeceras, y que no lo hacen por motivos de mecenazgo precisamente, pero que se convierten en el dedo director del cotarro. Es la mano que mueve la cuna de los de “la voz de su amo”.. La que paga las nóminas de los que deciden quién escribe y quién no…

El refugio obligado que le queda al periodismo, más o menos libre, son las arriesgadas redes. Su navegación está menos controlada por los estrictos y comprados censores; y la tendencia de las jóvenes generaciones es la adicción irrefrenable a las mismas… Es un medio peligroso, sí, y arriesgado, de aguas turbulentas e irredentas, vale, pero me temo que vá a ser de los pocos lugares, quizá el único, en el que, bien manejado y entendido, aún podamos defender la libertad de informar, y opinar con ciertas garantías.

Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com

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