SER, ESTAR, PENSAR...
Me cuenta, escandalizado, un amigo, con el que mantengo pocas pero jugosas charlas (un fenómeno, por cierto, cada vez más caro y escaso) que su hija le recomienda: “papá, tú puedes pensar lo que quieras, claro que sí, faltaría más… pero no puedes opinar”. Naturalmente, él explota aduciendo que parece que estamos aún en la dictadura de Franco, donde se nos recomendaba esa obligada prudencia en evitación de males mayores. Le digo que no es el único, que tranquilo. Que a mí me ocurre igual entre los míos. Que la recomendación de callar lo que uno piensa parece haber vuelto para quedarse. Que viene revestida como una especie de no buscar discusiones, a fin de lograr algo así como un estátus pacífico, creo que lo llaman prudencia, donde los demás pueden establecer sus puntos de vista, y su criterio, pero en que tú estés vetado de exponer el tuyo.
Quizá se deba a una intuición de lo posible por venir: nuestra sociedad ha generado dos opciones políticas extremas y aparentemente opuestas, que se basan en establecer cada una de ellas una corriente de pensamiento único. Cada cual el suyo, claro. Sí, como cuando Franco mismamente, pero que hoy hay dos populismos absolutistas en vez de uno solo. Y puede que, dentro del imaginario colectivo, se esté dando el caso de que habremos de empezar de nuevo en entrenarnos en mantener la mente abierta y la boca cerrada. Acaso sea un movimiento subconsciente, para que, ciertos levantiscos – considerados, que no dados – empecemos a mantener el pico cerrado. Son viejos y humanos sistemas de defensa recurrentes a lo largo de la historia. Puede que sea eso.
Sin embargo, yo creo que se debe a otra cosa, que, aún relacionada con lo “políticamente correcto” y toda su zarandaja escapista, es un sutil control de los considerados “elementos disonantes” de toda sociedad humana. Me explico: aquellos que, por la causa que fuere, no aceptamos lo que el común acepta (por decirlo de alguna forma entendible) hemos de someternos a las costumbres hechas, leyes fabricadas y normas impuestas por ese mismo común que muchos llaman tradición, por ejemplo… así que chitón.
Pero, como dice Fernando Savater, con gran clarividencia: “¿y si nuestra razón nos subleva contra algunas de esas normas, señalando sus deficientes fundamentos, o sus posibles efectos indeseables?”… ¿y si, honradamente, no podemos aceptarlos como expresión de la voluntad general, si no como perversión del poder público, manipulado por un ejecutivo tendencioso?».. Pues a tales personas que todavía no se han convertido en gente gregaria, se les/nos plantea un problema de conciencia tanto moral como político: moralmente no nos consideramos obligados a aceptar “leyes” impuestas por una sociedad, decadente a todas luces, mas políticamente, si no nos sometemos a ellas, se nos tratará como apestados y apartados.
No se trata de escandalizar a esas bases de gentes, ya encarriladas al aprisco y el abrevadero. No es esa mi intención, ni mucho menos. De hecho, el escándalo es gratis, y cada cual se sirve a sí mismo la ración que quiere del ofensa, para así defender sus propias dependencias y atarse a sus propias esclavitudes. El islamista, el católico, el podemita, el judío o el voxita, y/o cualquier otro populista, es propenso a hacer piedra de escándalo en cualquier alteración de su fé, y a perseguir y lapidar al hereje en el altar de su ira… Y eso es lo malo, precisamente.
Que se empieza por un ¡chissst! y se termina con una condena en firme. Apártese del rail transitado por ambos extremos: violencia de género, ley trans, antinmigración, profranquismo… y un etcétera más largo que un mercancías, y verá como los ayatolahs de quienes corresponda le pondrán a usted en la picota del humilladero de turno. Y si es que no entra, dócil y servilmente, por ninguno de los dogmas establecidos en ambos catecismos, entonces cuéntese ya mismo entre los más deleznables proscritos. Y esto va con todo lo establecido también por la propia, y guiada, sociedad: hedonismo, consumismo, festejismo, borreguismo… Sálgase de la arada senda, y el democrático barniz de la grey que rige la cueva le ordenará mantenerse callado en su rincón.
Y esto, a la postre, es tan antíguo como la propia humanidad. Los que hayan estudiado… y en estos actuales tiempos se considera que casi ha estudiado todo el mundo, y que cada quisque ha tenido la oportunidad y voluntad de poder lustrarse un poco, los que lo hayan hecho, o simplemente ilustrado, sabrán el famoso mito de La Caverna, de Platón. Lo que pasa es que es una metáfora, pero no es un mito. Es una realidad. Es tan, tan realidad, que llega hasta nosotros, en los tiempos actuales. El mundo habrá evolucionado mucho desde entonces acá, pero el ser humano lo habrá logrado como ser, quizá, pero no como humano. Seguimos pegados a la pared de fondo de la caverna, tomando como real las oscuridades con que nosotros mismos nos tejemos, e insultando, prohibiendo y persiguiendo a los que quieren explorar la luz que parece aflorar en la boca de la cueva.
Son los locos, los temerarios, los imprudentes, los inconformes, los que ponen en peligro la seguridad envolvente de la tiniebla, ese protector adocenamiento… En una palabra, somos los enemigos. Nos constituímos en los raros, los pesaos, los siempreigual, los molestos peligrosos, las moscas cojoneras del comedero. Se nos aguanta, con suerte, se nos tolera, y hasta se nos “conmisera”… “tú piensa, papá, pero no opines”.
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
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