¿QUÉ AÑO NUEVO..?

                                                         

(de Supercurioso)


Dicen los sabios de todos los tiempos que la mejor manera de pasar el ídem es ponerse a un lado y dejar que transcurra procurando que no dañe demasiado, por catastrófico que sea. Es toda una virtud el situarse junto al camino, pararse y sentarse al sol, y procurar que lo que transita por la senda de ese tiempo le afecte a uno lo menos posible. Si encima tiene uno a mano una escudilla y un poco de vino para brindar por todo lo bueno y lo malo que pasa (lo bueno para agradecerlo, y lo malo para olvidarlo) podremos conseguir la paz de espíritu que, sin duda alguna, necesitamos. Afirma esa misma sabiduría, que no pasa el tiempo, porque el tiempo no existe, que lo que pasa son los acontecimientos, que nos engañan en la despedida de cada año.

Y yo, personalmente, creo que llevan razón. Pero lo veo – mejor dicho, lo intuyo – ahora, cuando estoy fuera de la rueda que marca el camino. Cuando soy emérito de todo y encargado de nada… Antes, dentro de la vorágine de los aconteceres, cuando era arte y formaba parte de cuanto ocurría, discurría y escurría por mi cercanía, no podía darme cuenta en modo alguno de esa ilusión falsa. No se ve el circo desde la misma pista como desde la grada, en modo alguno. Pero hoy, fuera de toda cabalgata, la sensación de espectador es más firme que la de actor… Dice Manuel Vicent en uno de sus magníficos artículos, que nadie cumple años. Que la edad no es si no la cantidad de experiencias que uno carga en la chepa de su alma. Y que es ese peso, y no el de los años, el que marca la diferencia.

Pero es que, además, esos años que caducan e inauguran almanaques con la única variación de añadir un dígito más a sus más de dos milenios de unidades, no es más que la repetición de los mismos sketch´s, con los mismos actores que arrastran los mismos números y quehaceres. Es como un gran, enorme, rebaño humano, que saltan las hojas de ese calendario cuando les toca, y lo recorre de aprisco en aprisco hasta agotarlo, celebrarlo como si fuera el último, o prepararse para vivirlo como si fuera el primero. Pero haciendo siempre lo mismo, repitiendo las mismas cosas y las mismas causas, y los mismos errores, y las mismas palabras y las mismas muecas, y las mismas heroicidades y las mismas cobardías, y las mismas tonterías…

Imagínense un circo, con todas sus gentes y bagajes que lo acompañan y lo hacen posible. El adiós al 2022, por ejemplo, es como cuando llega la hora de desmontarlo del lugar donde ha estado establecido ese año, para trasladarse a otro año nuevo. El lugar es nuevo, aparentemente, pero el circo es el mismo. La bienvenida al 2023 es como la cabalgata cuando entra a la siguiente población, donde todos desfilan como preanuncio del nueviejo espectáculo. “El Mayor (que no el mejor) Espectáculo del Mundo” es el título de una antigua película. Todos marchan entre músicas y fanfarrias, uvas y felicitaciones mutuas: los payasos, con sus historias de tristezas y alegrías; los arriesgados funambulistas, que nos ponen el corazón en la garganta; los valientes domadores y sus pobres fieras sojuzgadas y apaleadas; los magos, que hacen ver lo que no existe; el ejército de peones que hacen aparecer y desaparecer carpa y pista; los fantasmas que trabajan tras las bambalinas, y de los que no vemos más que los efectos de sus causas…

Los años, los sitios, los tiempos, parecen ser distintos, pero el circo, sus payasos, equilibristas, domadores, magos y tramoyistas, son los mismos. Alguna vez varía alguno algo de sus actuaciones, para que parezca que estrenan repertorio, pero todo deriva de lo viejo, de lo único que saben hacer, y nada es realmente nuevo… En este caso que nos ocupa, el de los años, hasta el público que llena las gradas es el mismo, aunque parezca distinto, y las incorporaciones suelen ser excepciones. Sin embargo, aplauden (aplaudimos) como si el espectáculo no fuera un gira y gira, con más de lo mismo, un día de la marmota de cualquier otro año pasado o futuro.

Es/somos el mismo ganado de gente que aplaudiendo, saltando, riendo o llorando, con la gloria y la miseria a cuestas de cada cual, y los sueños y promesas incumplidos, y de felicidad perdidos. Somos actores y público a la vez e indistintamente, que hacemos cosas aprendidas anteriormente, y que nos habla de la verdad que hay en el dicho “no hay nada nuevo bajo el sol”… Las mismas guerras, los mismos motivos, los mismos crímenes, las mismas mentiras, las mismas glorias y los mismos infiernos, los mismos errores y las mismas falsas soluciones…

Sin embargo, los deseos siguen intactos e incólumes: feliz, próspero, buen año nuevo (no mencionamos el viejo ni como limosna al que se vá). Nuestros mayores y mejores deseos son para el nuevo año. El género humano es el único en el mundo en desear lo contrario a cómo, inmediatamente después, se va a comportar. Porque esos tiempos a la vuelta de la esquina no se hacen ellos a sí mismos. Necesitan de nuestro concurso y nuestra ayuda para ser y para realizarse. Para bien y para mal. Somos nosotros los que los hacemos buenos, malos o peores; los actores y los espectadores somos parte del mismo público y del mismo circo… Y no deberíamos celebrar lo que no somos capaces de hacer realidad.

Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com

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