CULTURA: VIVENCIA Y EXPERIENCIA
Años sesenta: en nuestro negocio familiar, el sector de la Librería constituía una línea importante. Incluso mucho antes, en los años duros de posguerra, los libros tenían un lugar destacado en las lejas de nuestra casatienda, allá, en Los Alcázares… Las economías domésticas eran precarias, justas, escasas y apretadas, pero se hacía hueco a la cultura, para leer, incluso con un ajado sistema de “cambio de novelas”, como lo llamábamos, o sea, un simple rodaje de novelas usadas. Puro y duro. Pero se leía, se honraba la lectura, se la respetaba, e incluso se tenía a gala el practicarla. El libro gozaba entonces de un gran predicamento. Existían grupos sueltos de tertulianos; lugares semilegales que hacían las veces de bibliotecas; asociaciones culturales que casi se las jugaban reuniéndose para compartir lecturas y charlar… había sed y hambre de conocimiento. Aún semiclandestinamente, a los libros se les honraba por su servicio, y yo era entonces un servidor de los libros.
Años noventa: Es democracia, y la línea de librería en nuestro negocio, ya ampliado y trasladado a Torre-Pacheco, no es lo que era, pero, aún y así, sigue siendo un capítulo que suma, por poco que sea. Un complemento cada vez más romántico a la vez que prescindible, del que me costaría sangre y sueños desprenderme. Pero ahí seguía, ahí estaba, con clientes más eventuales y limitados, y nada desdeñables aunque solo fuera por “mantener el tipo”. Aún merecía la pena el esfuerzo, a pesar de ser un ímprobo trabajo el control de los depósitos y la briega con los distribuidores. No se podía vivir de ese segmento comercial, pero tampoco es que diera pérdidas. Aún no, al menos. Aunque las calendas sacrificiales se oteaban en el horizonte, todavía se podía aguantar un poco más. A ver si se pudiera…
Otros treinta años después: Ya es imposible. Pura ruína. Aunque la siguiente generación ha intentado rescatar y salvar el sector de librería local y familiar, a través de un muy mejorado sistema de comercialización y de un mucho mejor servicio al cliente, que mejoran las posibilidades, se demuestra, de una manera inequívoca y rotunda, que aquí ya no se lee; que es un valor residual; que nos hemos convertido en una sociedad donde sobran los libros; que somos un pueblo que se espanta del conocimiento, y que huye de la cultura… “Ni un solo libro, Miguel; ni por pura curiosidad se para nadie en el escaparate de las novedades; cero absoluto; encefalograma plano”, me confiesa, compungida, la misma dependienta que ha servido durante las dos últimas generaciones que ha durado el fenómeno que hoy trato de explicar aquí…
Aún muy esquemáticamente, les he expuesto el camino cultural de un pueblo andado en poco más de medio siglo. Un retroceso palpable, mediocre y cuantificable. Y dolorosamente demostrable. En vez de avanzar, como hubiera sido lógico y natural, hemos dado un frenazo y marcha atrás más que considerable. A mí, al menos, así me lo parece desde la distancia. Lo de que hoy somos una sociedad formalmente ignorante, es algo de lo que estoy absolutamente convencido, y nadie, nadie, podrá hacerme ver lo contrario, pues es la trayectoria de mi experiencia vital, y mi perspectiva es real e inequívoca, pues “el algodón no engaña”.
Ni los sistemas educativos, ni los medios de enseñanza, ni los profesionales de ídem, ni los patronatos municipales de lo mismo, han servido para revertir la caida al abismo… eso sí, buenas cantidades de nóminas justifican el fracaso. La lógica, el sentido común, señala que a más Bibliotecas y medios que fomentan la cultura del saber, más Librerías en igual proporción. Pero no, aquí ha sido al contrario: se han ido cerrando librerías en una imparable cascada. Es el mejor, aunque más lamentable ejemplo, de lo que hemos logrado entre todos. Hay otro doloroso y vergonzoso ejemplo que lo demuestra: mire a ver los libros que hay en las lejas de los hogares de hoy, y cuánto se lee en ellos. Seamos sinceros al contestarnos, por favor.
Paralelamente a esto, tenemos universitarios que declaran “que la República se levantó contra Franco”; o esos otros jóvenes que cantan para la ultraderecha voxita lo de que “hemos de volver al 36”; o ese concejal, Borja Fanjul, que proclama que los de la División Azul fueron “voluntarios que lucharon CONTRA (y no EN) la dictadura más sangrienta de Europa”… Un país donde todos sueltan sus burradas con el desparpajo del que vomita embustes en el cubo de la ignorancia y la incultura, que es en lo que hemos convertido esto entre todos, porque aquí todo vale porque todo cuela.
Después, luego, vienen algunos de ustedes, o los políticos y funcionarios que medran de la mentira de contar y cantar lo contrario, y me susurran a la oreja, como a los caballos, o como a los asnos, que de qué Calleja me invento yo estas cosas… ¿A que ninguno es capaz de preguntar a los cada vez más escasos libreros a punto de cerrar, porque se mueren de hambre por aquello de lo que ellos cobran sus buenos sueldos?. No, no tienen la valentía, ni el coraje, ni la dignidad, ni la vergüenza. Pero ahí mismo tienen ustedes la respuesta.
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
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