EL TEMPLO

 

Cuenta la columnista Leila Guerrero que, paseando por Palma de Mallorca, llegó a una iglesia con cierto encanto, así que decidió visitarla… Al entrar vio que estaba custodiada por dos carteles de guardia, uno a cada lado de la puerta; uno decía: “Prohibido el paso”; y en el otro rezaba: “Entrada restringida. Solo para los que acuden a Misa”. En román paladino, algo así como Club Privado, uso exclusivo para socios, o cosa muy parecida. Justo la invitación a la curiosidad, o a la maldad de saltarse las normas, o ciertas normas, a la torera. La atracción de lo vedado, si bien yo diría “lo tan torpemente vedado”.

El motivo estaba claro: es una de las cada vez más cantidad de iglesias a las que hay que pagar para poder admirar, honesta y respetuosamente, su arte o hechura… En este caso, no se les ocurrió otra necedad que, en vez de decir que se ruega no molestar con visitas durante los servicios religiosos, e inmediatamente después encasquetar una taquilla de apoquine, mejor que poner semejante semiocultación de lo que se persigue, que no es otra cosa que el ordeñe crematístico de la última ubre de la vaca… En Ávila, por ejemplo, no hay una sola iglesia en el recinto de la ciudad antigua que no se tenga que pagar.

Lo de que “es la Casa de Dios, que está abierta para todo el mundo” ya es una píldora que no la cuela ni la abuela, claro… Existe un doble agravio, ambos rozando la inmoralidad: uno es la doble moral de practicar lo opuesto a lo que se dice; y el otro cobrar entrada por visitar monumentos declarados como patrimonio público, y cuyo mantenimiento sale del igual dinero público. Algo que todo gobierno de este país, por de izquierdas que se digan ser (los de derechas lo llevan en la nómina), tragan con tales hostias que son ruedas de molino. De la iglesia es el patrimonio y la explotación, y del Estado el mantenimiento.

No cuenta la periodista lo que hizo al final ante tan sórdida advertencia, pero la trampa es entrar como para oír Misa, y dedicarse a mirar y admirar, con todos los respetos, claro, el arte que atesoran y que todos mantenemos con nuestros impuestos… Yo lo haría sin ningún remordimiento de conciencia, desde luego. Otra cosa es que se expulse sin contemplaciones a los maleducados e irrespetuosos, y reventadores, que haberlos háylos, como igual se hace en los museos o cualquier otro lugar de coherencia.

Es que distraen al creyente/practicante”, se alude… Pues será porque ese creyente practica más el curioseo del que entra y sale de lo que debe estar centrado, digo yo… Excusas. Cuando un servidor visitaba templos en mis viajes y me sentaba a admirar un retablo, una talla, un ábside, sentía tanta o más devoción en ello que el que solo iba a rezar el rosario, que también, naturalmente… Es una cuestión de mutuo respeto, solamente eso. Comentó una vez Santa Teresa que, a veces, el arte y la belleza de los templos solían ser causa de desvío para concentrarse en la oración. Por eso ella prefería el silencio de una humilde capilla o la soledad de su celda. Y no dijo ninguna cosa fuera de lógica… El/los que cargan los templos de oropeles, tesoros y riquezas son más idólatras que religiosos en el fondo, y no lo digo como insulto en modo alguno, sino como una realidad fehaciente.

En su indagación posterior al hecho descrito, a Guerreiro le dijo un ciudadano vecino: “es que si hay Misa, no se puede cobrar la visita. Les dá igual lo de la fe. Lo que quieren es que pagues… yo sigo siendo creyente, pero ya no en la Iglesia. He dejado de ser practicante”… Hombre, ¿y si en la hora de culto se pusiera un portero pidiendo el Certificado de Bautismo, o de Fe, o de cofrade, o de lo que sea?.. Total, para redondear los recursos casi todo vale, ¿o no?..

Hace tiempo, en un viaje, en “Ovieu”, quise visitar su catedral. Nada más entrar, ante la primera esplendidez de acogida, me vi encastrado en una larga cola que avanzaba lentamente… Entonces me di cuenta que habían instalado un torno tras el cual funcionaba una taquilla acristalada atendida por una sor… Cuando llegué a su altura, confieso páter que me dio el ramalazo: “¿No es ésta la Casa de Dios?” – pregunté en voz alta – y cité ese pedacico de Evangelio de Cristo volcando las mesas de los cambistas del templo… “habéis convertido la Casa del Padre en casa de ladrones”, y me di la vuelta…

La monja se quedó con boca como para comulgar, la cola de gente me brindó aplausos, pero allí se quedó, sometida al pago del estipendio por entrar a un lugar sagrado por consagrado. Y yo me vi en la calle, preguntándome a mí mismo qué había hecho… El relato de Leila me ha traído tal recuerdo al presente, y aún sigo preguntándome tal arrebato, y sigo sin entender la cosa del caso… Bueno, digo mal, sí que lo entiendo: a la gente se nos ha adocenado de tal manera como para no querer ver las cosas como son, y obrar en consecuencia.

Somos un pueblo que negociamos con los sacramentos (bodas, bautizos, comuniones) como para hacer negocios de ellos y sacar la barriga con ellos; que nos apuntamos al “turismo religioso” como idiotas sin cuestionarnos el significado de tamaña burricie; que hacemos con las imágenes de nuestros santos y santas los mayores y mejores negocios procesionales; que todo lo medimos como los cambistas del templo. Por lo que igual entendemos que la jerarquía obra con la misma medida, y nos haga pagar para igual vender ellos lo sacro a lo profano…

Todo es parte del mismo juego; todo conforme al mismo tomaydaca: la cultura del ocio hecha negocio, incluidos los paseos a Vírgenes y Cristos. Faltaría más. ¿porqué no incluir todo lo que llamamos santo en el lote?. Un día nos encontraremos que, en nuestro propio entierro, nuestros deudos tendrán que pagar por el responso, y los “invitados”, a escote. Cada cual se pague su propia entrada.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com

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