LA BÚSQUEDA

Cuando se tiene el vicio de leer, se arriesga uno a encontrar lo que no se busca… A veces, se lee lo que se quiere leer, aquello que se cree estar buscando, aunque no siempre se corresponda lo uno con lo otro. Es algo así como hacer una pregunta y obtener una respuesta distinta a lo que uno quiere. Otras veces, por el contrario, no se busca nada – al menos aparentemente – y solo se lee por el placer de leer; así, sin indagar en su contenido, tan solo por tener, y obtener, compañía intelectual… Hay una oferta en mi librería habitual de dos por uno, y, como en el conocimiento también está sujeta la economía bolsillar, pues uno se arriesga a rellenar su hábito con cualquier sorpresa.
Tampoco es malo eso. Los que llenamos nuestras miles de horas de lecturas también nos permitimos esas aventuras. Va con la nómina, como suele decirse, y he escrito la máxima en verso para que mejor llegue al converso… La cosa es que, en uno de estos casos, me encuentro con una pequeña novela de una autora surcoreana (rara avis para algún coleccionista de plumas extrañas), Kim-Ho-Yeon se llama, y su título: “La asombrosa tienda de la Señora Yeon”. La tal escritora, a pesar de tan largo apelativo titular, no se ahorra un tampoco menos largo subtítulo: “una extraordinaria novela sobre el poder de encontrarse a sí mismo”.
Personalmente, el calificativo de extraordinaria se lo apearía, pero no deja de tener el encanto de nuestros valores del pasado siglo, que se ve que aún flotan en la superficie de la literatura coreana actual, lo que lo hace relativamente enternecedor, o eso es lo que me parece a mí, naturalmente… Pero lo de poder encontrarse a uno mismo sí que se me queda enganchado en las telarañas mentales que siempre hay en mi cabeza. Y eso da para una pensadica, aunque solo sea como un “vuelta y vuelta” en la sartén; pues tampoco estira para una disertación filosófica de mucha enjundia, pero se puede sacar un poco de madeja tirando del tal hilo.
Es que lo de “encontrarse a uno mismo” tiene una connotación implícita que la gente suele pasar por alto. Y es que esa observación suele hacerse por un par de posibilidades: o bien porque uno se ha perdido previamente, y, claro, necesita encontrarse, o re-encontrarse con ese Yo perdido; o porque, por el contrario, jamás se ha encontrado a sí mismo, porque nunca se ha planteado que nació perdido de Si, y necesita comenzar su propia búsqueda… En la trama de la breve novela citada se vierte el primer caso, pero a mí, en cierto modo, me sugiere más el segundo supuesto, la verdad.
Y me interesa más, porque el primero puede ser un simple caso de amnesia temporal en el que el sujeto con quién se reencuentra, al fin y al cabo, es con el tipo que, aún conociéndolo, o reconociéndolo, no es otro que aquél que tampoco se conoce a sí mismo… Esto es, recupera la memoria sobre aquél que era, pero sigue sin saber el que en realidad ES, que significa en verdad lo de “encontrarse a sí mismo” que plantea esta escueta historia… Se me ocurre preguntar, y ustedes me sepan perdonar, ¿qué intento encontrar para ponerme a buscar?.. Porque si es el recordatorio de mí mismo, así, a palo seco, será todo lo práctico que usted quiera, pero tiene poca transcendencia, evidentemente.
Y eso nos devuelve al primer caso de la cosa… Los que no confundimos la vida con la existencia; los que creemos que podemos transitar con muchas vidas a través de una sola y única existencia, pensamos que esa “amnesia” del protagonista, pudo producirse en nosotros, por algún motivo concreto y específico, en esa tal existencia, antes de nacer a la vida. Y conste que reconozco que me estoy exponiendo demasiado… Pero es que nuestro error, creo, está en confundir nuestra personalidad con nuestro verdadero, auténtico y genuino Ser; en convencernos a nosotros mismos de ser quiénes somos, no Lo que somos en realidad.
Lo cierto – lo creamos o no – es que nosotros, con los demás, nos construimos los personajes con los que actuamos, e interrelacionamos unos con otros. Pero eso es como un traje, a veces es una armadura, y casi siempre un disfraz, en el que nos imbuimos hasta tal punto que hacemos de esa vestidura nuestro propio Yo, sin serlo realmente, ya que es nuestro Ego disfrazado de sí mismo. Esto es: un ropaje que nos devuelve una imagen invertida – que no investida – de nosotros mismos. Un falso espejo. De ahí que para “encontrarse a uno mismo”, como reza el subtítulo del tal libro, hay que buscar detrás del espejo, no frente al mismo; que tan solo nos va a devolver la imagen de quiénes creemos que somos, y no de aquello que somos.
Admito y reconozco que soy pobre y escaso de palabras para llegar a explicar lo que quiero decir, pero no tengo otra herramienta para expresar lo que siento como una verdad universal… Ruego me perdonen si no puedo llegar a conseguirlo, y pido me condenen si creen que mi voluntad es confundirlos. Nada tengo que ganar ni nada que perder en ambos casos, y si es que estuviese equivocado, no me deseo a mí mismo mas que el pago de mis propios errores, que ya es bastante… Y me iré de este mundo con lo comido por lo servido, que, sin ser mucho, es más que suficiente.
Es que yo también, como cada quisque, me busco y no me encuentro. Me veo y no me reconozco. Me pregunto y no llego a contestarme… Sé que hay otro que me interpela, que soy yo sin ser yo mismo, pero tampoco me escucho… Y si sigo buscándome, es como el vagabundo coreano que no acaba de saber quién puñetas es, pero que actúa por pura intuición cercana y humana… La famosa frase pitagórica es la de “Hombre, conócete a ti mismo”. Sí, vale, de acuerdo, pero, ¿cómo leches me voy a conocer si no me encuentro?.. o, lo que es peor aún, ¿si no me busco?.. Podría ser el colofón de estas novelas baratas, pero únicas, que son nuestras vidas, ¿no?.. Pero, miren, también podría ser un acertado epitafio para grabar en nuestros mármoles, vamos, digo yo…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
Comentarios
Publicar un comentario