ERASE UNA VEZ...

 

Antes, cuando yo era un crío, apenas existía en el argot común abierto lo de “izquierdas” y “derechas”, salvo como adverbios de situación, si es que lo aprendí bien en la escuela… Entonces estaban los que eran “gente de bien” y los demás. O como dice Manuel Vincent en uno de sus enjundiosos artículos: “los que se llevaban la mano al sombrero o hacían un conato de besamanos a las damas de igual posición tras la misa dominical camino de la confitería”… y los otros. Casi, casi, si me apuran que los “sépaselquemanda” y los mandados. Pero todo con la mayor corrección y educación interpuesta. Se bienguardaban las apariencias.

Entonces, las comunidades casi que se gobernaban en “petit comité”, o conciliábulo: alcalde, cura, boticario, jefe-local-del-movimiento, y/o algún rico prócer. Y todo iba como la seda, sabiéndose cada uno en su sitio, claro… Dios en las alturas, las escrituras de propiedad bajo llave y el santo de turno en talla sobre el cajón de la cómoda a modo de guardés; el servicio al tanto del protocolo, y cada cual en su casa (o lo que fuera) y dios en las que los señoritos manden, que para eso, y no para otra cosa, se había ganado una guerra.

Los que así obraban, ya digo, no se autodenominaban de “derechas”, sino “de orden”, y la izquierda tenía prohibida hasta el topónimo. No se nombraba… Si acaso, y con la debida sordina, “rojos”, y según si sometidos o no al estatus (los segundos no estaban en la calle, sino a buen recaudo) por lo que la paz social estaba garantizada. Como tenía que ser, la derecha burguesa se poblaba de sabios y eruditos, historiadores y doctores, y funcionarios de rango; y los de izquierda, si acaso y con perdón, pertenecían al artisteo y la farándula, o eran intelectualoides, soñadores e ilusos, y se perdían por las ramas, y se les toleraba por su inferior inanidad, y se los perdonaba si no iban más allá…

Entonces no existía la corrupción… ¿para qué?.. Simplemente, no era necesaria: los de “orden” podían practicarla como norma en su usual estatus de privilegio; y los otros, con lograr sobrevivir ya era bastante generosidad. Para eso estaban los Códigos Civiles, Militares, Mercantiles, Notarías y Registros de la Propiedad, y cuántos fueron hechos por ellos mismo para sí mismos… Además, y aparte de la Guardia Civil como garante y sacrificados custodios de la moral y las buenas costumbres.

Por eso resulta inexplicable que esta derecha, heredera de aquella, que sabían manejar hasta los cubiertos de mesa indicados para cada cosa del comer – pues ellos sí que comían de todo –  se comportan hoy en la política con ese estilo soez, barriobajuno y tabernario, sin más argumentos que los insultos de baja estofa, navajeo, y el odio cainita en todas sus manifestaciones… ¿De dónde tan maleducada grey, si sus más impecables generadores sabían mantenerse en su sitio, con compostura y sin alterarse?.. ¿acaso porque la democracia les ha traído la competencia legal tanto en el mandar como en el robar?..

Porque, por esa otra parte, también están esos miserables robagallinas que se han hecho dueños estajanovistas de un Psoe al que le han destrozado el socialismo para servirse a ellos mismos. Y eso es por lo que pelean y compiten ambos bandos, o bandas: por meter la mano en la caja sin ninguna vergüenza ajena, mutua, cada cual cuando lo toca; y cada vez de manera más zarrapastrosa e inmoral; acusándose encima, con toda la cara dura, mutuamente de lo mismo: ladrones que acusan a ladrones.

Como dice M. Vincent, al que cito al principio: “he soñado con una derecha culta y moderada, que se encontraba en el camino de la libertad y la democracia, con una izquierda limpia, inteligente, honesta y sosegada”… Pues siga soñando, maestro, mientras le queden sueños que soñar, que bien podrá morir en el empeño. Y se lo digo en verso para ser menos perverso. En los principios de la democracia, aún habiendo vivido lo del comienzo de este artículo, yo también soñé con eso mismo. Y empezó siendo tal cual: un espacio común de respeto, de honestidad y caballerosidad, como auguraban aquellos prístinos y caballerosos mítines, todos de “gentes de bien”.

Pero ya no sueño en que eso sea posible… Podría serlo, sí, pero tendríamos que morirnos todos y nacer de nuevo. Yo, al menos, no me lo creo ni borracho de tinto. Y en el tiempo que me queda no se va a producir un milagro que requiere generaciones de personas – y no gentuza – como las que se necesitan. Actualmente, si las hay, no están. Ni en el lado de los que urnean ni el de los urneados… Como decía mi querido Antonio: “metámosnos tós y se salve el que pueda”, pero ni aún y así creo que haya esperanza.

Con Franco, esto no pasaba”, dicen los nostálgicos, y tienen razón. Entonces solo metían mano los suyos, y sabiéndolo lo consentía, porque, como le confesó a Fraga, “es la mejor fórmula de tenerlos controlados bajo mi mano”… Cada uno a su nivel de rapacería, “pero sabiendo ese cada uno que yo lo sé”… El sistema daba para un medido por consentido metemano, y todo rulaba… El advenimiento de la tan deseada democracia ha servido para que todo el que adquiera un puesto se crea en el derecho a cajón. Séase de la partitura que sea de la música que se toque y en el corral dónde se toque.

Al final, todos son flautistas de los de la escuela de Hammelín, que vienen a comernos la sesera con sus notas (cada cual las que les han aprendido), y, al igual que las ratas del cuento, llevarnos al descampado para ellos quedarse como dueños del poblado… Y nosotros, obedientes, pendientes y dependientes de que nos tiren alguna migaja a la que hincarle el diente… Lo demás es pura crítica al que toca, o servilismo al que conviene… Y encima, nos creemos libres.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com

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