SERES CAPICÚAS

La primera vez que oí la palabra “capicúa” me sonó como algo mágico… Creo que fué don Joaquín, mi único maestro único, el que, un día, nos explicó lo que era un número capicúa, que tiene la misma lectura en un sentido que en otro; que termina lo mismo que empieza, y todo aquello. Pero yo siempre creí que debía haber algo más exotérico que esa definición… No entendía cómo en la lotería, o en “los ciegos”, por ejemplo, no se hacía mención alguna con sus números capicúas, no sé… un accésit, una consolación, un especial…
Luego, me fuí dando cuenta que también pasaba lo mismo con algunas palabras, como el simple nombre de Ana, o frases enteras, tal que la conocida “dábale arroz a la zorra el abad”, que era casi más divertido que los números, o, al menos, a mí me parecía más creativo; si bien, a eso, cuando se trata de letras que no de números, se le llama Palíndromo, que es un calificativo como más académico y de birrete, que no Capicúa que suena a cacatúa… Lo cierto es que tales concordancias siempre me han llamado la atención, por someramente que fuera. Por cierto, en catalán, “capi-cua” significa cabeza y cola.
Esto es, un ser vivo capicúa, o palindrómico, es el que tiene la cabeza igual que el culo, o viceversa. Trasladado al ser humano podríamos decir, en figurado, claro, que aquél que piensa con el culo es una persona capicúa… Ya sé que es una interpretación libre, por supuesto, pero es que tales seres existen, y muchísimos, y forman sociedades capicúas, que, a su vez, conforman países capicúas; y así sucesivamente. Y, además, si lo piensan detenidamente, hasta podríamos decir que estamos formando un mundo capicúa sin que nos demos apenas cuenta; esto es: que “nos están capicuando” en un planeta humano clónico de sí mismo, según poderosos intereses ajenos.
Otra definición de capicúa podría ser que los dos extremos, por opuestos que aparenten ser, convergen en un mismo punto y lugar… Y eso, apenas nos fijemos bien fijado, es un fenómeno que se está dando en la actualidad en la política global, o, por ser preciso, en lo socio-económico-político… A Milei, por ejemplo, lo votaron tanto los ricos como los pobres de Argentina. Los primeros, porque es un especulador nato, y los segundos porque creían que los iba a sacar de la miseria. El ejemplo más notorio es el de Trump, que, armado de su “América great again”, consiguió que millones de ilusos nostálgicos pobres, y hasta inmigrantes, lo auparan al poder junto a los millonarios que, claro, votaron al más agresivo de los suyos.
Y exactamente lo mismo ocurrió en Rusia, y ha ocurrido en Hungría, Italia, Ecuador, Países Bajos, Austria… Y está a punto de ocurrir a poco lucha que se descuiden, en Francia, Alemania, Portugal o España. La conocida por “de clases” ha sido un motor histórico de avance social; una especie de mecanismo de base para el desarrollo que nos ha hecho avanzar, si lo analizamos históricamente… Sin embargo, ahora, parece suceder todo lo contrario: una innatural alianza de las dos clases que se suponen opuestas. Unos ricos que quieren ser más ricos, y unos pobres que no quieren ser más pobres. Es el triunfo de la más burda y absurda demagogia. Pero está funcionando, y lo que es peor, los pobres creen las mentiras que les dicen sobre que, si los votan, van a salir de pobres.
Es un momento histórico capicúa. Y se produce por esa caudillicidad populista que dice tener capacidad para cambiar las sociedades de cuya ignorancia medran y obtienen sus privilegios… Y los pobres van y les aplauden las medidas que se toman a favor de los ricos. Son millones y millones eligiendo a los que les bajarán los salarios y eliminaran las ayudas sociales y los derechos humanos, al tiempo que bajan los impuestos a los ricos. Capicúas perdidos, ambos extremos, votando en masa al mismo depredador. Es justamente lo que está ocurriendo, a poco que miren a su alrededor.
Y la estrategia es apabullantemente sencilla: si se les rebajan sus expectativas laborales; si apenas les va a llegar para el retiro; si pierden calidad de vida; si sufren inflación en el coste de lo más básico; si nuestros jóvenes no pueden comprarse una casa donde criar una familia; o si no tienen un trabajo con garantías; todo eso y muchas más cosas, absolutamente todas, tiene la culpa una sola y única cuestión: los inmigrantes… Así de fácil y sencillo. Y hay que armar una santa cruzada.
EL problema es que todos se lo tragan. Las oligarquías financieras, porque les conviene; y la base popular porque lo creen religiosamente, y muy especialmente los más jóvenes, formados pero no educados, que creen ciegamente y alimentan la cantera del camisapardismo, que chantajean y atemorizan con el uso de la violencia y el abuso del embuste… Y hay gente, incluso pobres (incultos e ignorantes aparte) que los aplauden… Ricos – que los financian – y pobres – que los votan – unidos y todos perdidos. Lo ultra gana, la democracia pierde.
Pero lo curioso es que esta estrategia de nacionalcapicuamismo en todos los países, es una copia exacta y cabal del nazionalsocialismo que Adolf Hitler puso en marcha hace casi un siglo. Idénticos pasos, misma manera, que el nacionalcatolicismo que tuvo a España encadenada durante los cuarenta años del franquismo… Y ojo con protestar, que la única libertad de expresión es la suya impuesta, no la de los demás.
Los lamentables sucesos de Torre-Pacheco con los nazis a la caza del inmigrante y la cabeza bajo el ala de la ciudadanía recordó demasiado a la tristemente famosa “noche de los cristales rotos” a la caza del judío. Demasiado. Como igual también existen demasiados puntos de concordancia con el comportamiento pasivo y propagabulos de una gran parte de la población autóctona… Es un “lassez faire” que esconde cobardía, ignorancia y malicia a partes iguales; y que llevará, como entonces ya ocurrió, a un suicidio colectivo, no solo económico, sino también moral… Estas últimas líneas no van a ser bien aceptadas; so me tomarán mal. Pero es la puñetera realidad. Ustedes verán si la cambiamos, o seguimos siendo seres capicúas.
Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com
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