A PROPÓSITO DE LEÓN


Cuando leí la noticia de que nuestro actual Papa, León XIV, estaba de nuevo en Castelgandolfo (Francisco dejó de vacacionar en un palacio para hacerlo en una casa, por coherencia) descansando tan ricamente y bien servido por sus sorores y demás corte, mientras en Gaza los niños morían – y siguen muriendo – a miles por hambre y por balas porque Israel les niega el derecho a vivir, y él callaba convenientemente (al menos no se le oyó piar cuándo cuando los ametrallaban al acercarse a llenar su vacía escudilla), no sé por qué, pero igual me acordé de su antecesor nominativo, León XIII, aquél que, entre otras cosas y casos imagino, también tuvo algo que ver en el teatro de los huesos de Santiago de Compostela; y solo porque viene a cuento, aclaro que el tal nombre es una “juntaera” de dos: San y Yago, o Jaime, que de tal casta le viene al galgo.

Y decía que, desde el siglo XVI, el cabildo gallego estaba notando una bajada en el número de peregrinos, por la cosa de que se empezaba a murmurar el tocomocho del obispo Teodomiro con el cuento del monje Pelagio (no lo repito porque ya lo tengo muchas  veces descrito)… Incluso está constatado que un viajero teutón, un tal Arnold Von Harff, noble y católico a cascoporro, dejó escrito y luego bendecido por lo sagrado “que aquél que desconfiara y no estuviese convencido de que el cuerpo del Apostol no estaba allí, se le enseñarían tales restos, y en ese momento se volvería loco y rabiaría como un perro”.

Naturalmente, nadie se atrevió a abrir la boca, por si acaso, y pensaran lo que pensasen… Pero ocurrió por aquél entonces que en aquellas costas merodeaba el pirata Francis Drake, pagado por la corona británica, y soltaba la bravuconada que asaltaría la catedral y no dejaría piedra sobre piedra ni hueso sobre hueso. No fue así, pues los de la gaita le dieron un buen remojón y tuvo que volverse a sus islas con el rabo entre las piernas; pero, por si acaso, el arzobispo a la sazón, Juan de Sanclemente, que sabía que allí no había mucho dónde revolver, se recogió unos cuantos huesos viejos que guardó a buen recaudo, para luego decir que allí no pasaba nada, y que allí estaba el Santi para lo que hiciera falta.

La cuestión es que, ya en el XIX, las autoridades eclesiásticas de aquél negocio y negociado, se plantearon darle un poco de seriedad y credibilidad a lo que hasta entonces había pasado un poco como el cuento inventado que era… Así que el arzobispo Payá Rico (1879) inició una supuesta búsqueda de tales restos, si bien que necesitaba, claro, una autentificación… Por lo que no se le ocurrió otra cosa que solicitársela a Roma, naturalmente. Y aquí es donde entra en escena mi al principio citado León XIII, del que ha seguido nombre nuestro actual… Fíjense mis rodeos y los rodeos de la Historia para contar lo que quería contar sobre aquél que superó a los de Calleja por lo sobrado.

La cuestión es que aquel León mandó a un hombre de su confianza, el cardenal Capuara, a que obrara el tal milagro, pues milagro y de los gordos, es que, sin patólogo, ni radiólogo, ni forense, ni genetista, ni nada de nada, y sin saber diferenciar una tibia de un peroné, dictaminara, sin más análisis que su santo ojeo, que para toda la cristiandad aquellos restos óseos tenían que ser los del matamoros de Clavijo, sí o sí… Además, para que nadie se llamara a engaño, el tal XIII ordenó en la Bula Deus Omnipotens, que, una vez cerrada la urna, aquellas osamentas ya nunca, jamás, volvieran a ser objeto de estudio, no sea el diablo que se descubra el invento.

Ya sé, y así lo reconozco, que por un hecho tal no se puede, o no se debe, juzgar toda la trayectoria papal de un pontífice. Lo admito, por supuesto… Pero resulta estremecedor la esclerosis intelectual en la forma de obrar, en la manera de encarar las cosas la Iglesia: este es Santiago porque lo dice el menda que manda, y santas pascuas. Así mismo lo dijo también aquél espabilado obispo Teodomiro mil años antes; por la misma regla de tres… Que pase todo un milenio y que se siga obrando igual, da la medida mental del que así funciona, ¿no?.. y de las que así tragan

Mi tocayo el de Unamuno, católico y de derechas, por cierto, pero al que no le colaban las bolas, decía que “ningún hombre moderno, dotado de espíritu crítico, no puede admitir, por católico que sea, que el cuerpo de Santiago el Mayor reposa en Compostela”…

Por eso que, cuando nuestro actual adoptó su nombre, me quedé un poco ojiplático, a pesar de los “logros” con que la santa institución adorna convenientemente a todos los que han sentado posaderas en la cátedra de San Pedro… Solo cuando existe algún “pero”, alguna ocultación o silenciamiento, algo oscuro, es cuando me siento interesado en investigar los posibles porqués. Pero cuando todo es superfragilísticoexpialidoso, tengo meridianamente claro que es de los de…”¡y no tiene abuela!”, y entonces pierdo todo interés. Ya sé que esto es objetable, de hecho todo lo es, y por eso escribo el presente. Precisamente.

Solo  por curiosidad – en todas partes cuecen habas – que el tal romano pontífice es autor también de un exorcismo… Exorcismo que termina, por cierto, en una súplica a mi también tocayo Arcángel; y de cuyos tejemanejes del diablo con los humanos igual han ocultado la intemerata. Tanto, que cuánto dicen, ya no sabemos lo que es realidad o invención… Pero, si “obras son amores, y lo demás buenas razones”, el estado del mundo actual sugiere que todos estamos endemoniados, cosa que tampoco me extrañaría mucho, dado el percal. Así que al actual León le aconsejaría, una vez que se incorpore al curro, que ya va tardando, por cierto, viera de hacer un exorcismo general, una especie de Urbi et Orbe, a ver si funciona esto. No se pierde nada con intentarlo, y no va a ser peor el remedio que la enfermedad, me parece a mí… Que agarre el de su homónimo, ya que lleva su nombre, nos meta a todos en el saco, y sálvese el que pueda.

        Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com

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