¿HASTA DÓNDE..?

 

La otra noche soñé, ¡hay que joerse!, con que volvía a recargar bolígrafos… No se me espanten los más jóvenes que yo que me lean. Hubo un tiempo en que no existían los bolígrafos, si acaso los llamados lápiz-tinta, que había que humedecerlos constantemente con la lengua hasta que la escritura quedara medianamente imborrable. Hoy estarían prohibidos por sanidad y por las malas (y envenenadas)) lenguas. Aquí, en España, el bolígrafo empezó a asomar muy bien mediados los cincuenta, y tampoco estaban al alcance de todos los bolsillos. Quién se compraba uno lo cuidaba como su reloj de pulsera, y era un bien preciado.

Tan era así, que ni siquiera existían los recambios… Había que recargarlos de tinta una y otra vez para que saliesen rentables a los usuarios… En nuestra pequeña tienda existía un artilugio para lograr el milagro: comprábamos unos frascos con tinta grasa para rellenar una especie de cono metálico que culminaba en una minúscula válvula. Antes de proceder, había que extraer la diminuta bola con un alambre acerado que se introducía por la barra de plástico hasta que, con un cuidado extremo de no perderla (sobre un papel blanco para verla bien), se le mantenía bien controlada.

A continuación, se colocaba ese extremo, ya sin bola, en la válvula del cargador, y se presionaba hasta ver la tinta subir al nivel requerido. Luego, en perfecta verticalidad, se presionaba sobre la bola dejada sobre el papel (bolígrafo viene de bola, precisamente) hasta que hacía el “click” de acoplarse de nuevo. Todo eso por un par de pesetas. Y se le daba una nueva vida al bolígrafo… Mi hermano y yo ayudábamos a mi madre en esa operación, y nos poníamos de tinta hasta los codos, cuando no hasta las cejas. Era un arte de casi relojería , que, en cada recarga, nos jugábamos pagarle al cliente un bolígrafo nuevo cuyo costo era diez veces más.

Esto se cuenta hoy y cuesta trabajo creerlo, mucho menos entenderlo… Quizá lo de soñarlo de nuevo fuera porque el subconsciente, a veces, le da un toque al consciente para que seamos precisamente eso, conscientes, de lo que hoy tenemos y podemos dejar de tener otra vez si nos dejamos llevar por la inconsciencia. Pues, no nos engañemos, las nuevas generaciones son total y absolutamente inconscientes de lo que ha costado llegar al presente, y se toma como un derecho lo que tan solo es una conquista. Y toda conquista puede ser reversible, como todo avance puede llevar consigo un retroceso.

El problema de tomar las cosas como que son un derecho es, precisamente, que no le damos el valor que en realidad tienen. Y, al no valorarlas, corremos el riesgo de perderlas… “Todo en este mundo tiene recambio”, nos decimos a nosotros mismos. Sí, vale, puede, pero ¿y si empieza a no haber recambios?.. Los valores humanos, por ejemplo, no tienen recambios. Son los que son mientras sean, y, cuando dejan de ser, podremos utilizar sucedáneos, pero no serán esos valores humanos; y dudo mucho que, igual que pasaba “antes de Bic”, se puedan recargar… En todo lo demás – y me temo que en eso también – nos hemos convertido en una sociedad de usar y tirar, de puro consumismo hedonista… Esto es: consumimos más, mucho más, muchísimo más, que lo que necesitamos.

Y eso tiene un oneroso costo: toda superproducción va contra el medio ambiente, y la naturaleza se defiende cuando es atacada, y nos contrataca… Se habla mucho del “cambio climático”, del sobrecalentamiento, etc., y hasta casi lo aceptamos. Vale, de acuerdo…Pero no queremos saber el POR QUÉ; queremos ignorar las causas y sus consecuencias; ser ciegos a los motivos, y eso es como el burro que se empeña en seguir impulsando una noria en una acequia con cada vez menos agua.

Naturalmente, que es lo menos natural, las oligarquías económicas que nos han encadenado al sistema lo saben perfectamente, como también saben que, cuando se acabe el agua, beberemos lodo; y cuando se termine el lodo, ellos serán mucho más ricos y poderosos, y nosotros mucho más pobres y débiles, que es lo que, en definitiva, se persigue… No es, ni más ni menos, que el efecto de una misma causa: somos los ávidos consumidores de lo que ávidamente producimos, para que unos espabilados otros nos lo vendan a SU precio, no a nuestro costo. En román paladino: nosotros trabajamos para ellos, y ellos viven de monopolizar lo que trabajamos.

Para que, por ejemplo, podamos comprar más prendas de ropa de las que necesitamos a través de oscuros “on line”, millones de mujeres y niños sobre todo, trabajan jornadas de 14 horas por unos pocos euros al día. Esclavitud y hambre es el precio de eso que vestimos. O eso, o no comen. Es el costo de los que recargan nuestros insensibles bolígrafos. Y nosotros no queremos (no queremos tener) conciencia de ello… ¿Por qué?.. pues porque nos lo tomamos como un derecho al que accedemos cómodamente.

Hay cientos de ejemplos más, pero éste, quizá, es el más conocido por ser el más utilizado… ¿Cuántas violaciones de derechos humanos hacen falta para que nuestro “primer mundo” tenga el nivel de vida que tiene, y del que aún nos quejamos?.. Respóndase cada cual por sí mismo. Mírense, mirémosnos, solo en lo que comemos y vestimos, y tomémosnos la molestia, y la modestia, de traducirlo a costa de qué y de quiénes nos recargan el puto boli y a qué precio… Por supuesto, yo el primero, solo que también asumo mi parte de culpa y pecado en ello… Puedo ser un cínico, pero no soy un hipócrita… Y ustedes me perdonen por atreverme a ponerlo por escrito y a decirlo a voz en grito.

        Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com

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