ENTIDADES

En realidad, ¿qué es lo que somos?.. porque sabemos QUIÉNES somos, pero no AQUELLO que somos. Nos hemos construido una determinada personalidad, nos reconocemos en ella y nos encadenamos a ella, eso está meridianamente claro, pero nosotros, ninguno de nosotros, somos esa personalidad… ¿Qué cómo y porqué lo sé?, pues porque esa especie de careta desaparece con la muerte, o mejor dicho, se disuelve en lo que llamamos muerte. Los que quedan recuerdan su personalidad, su cómo era, pero nada más. Nos es tremendamente difícil transcender el personaje de nosotros mismos. La propia palabra Transcendencia nos lleva a otra parte, pero no sabemos qué parte es esa. Usamos la palabra, pero no la conocemos; intuimos su significado, pero no llegamos a él.
¿Y qué..?, si todo acaba cuando acabamos nosotros, nos suelta el de fácil respuesta. Pero no es así de simple. Nuestra propia ciencia positivista reconoce la existencia e indestructibilidad de la energía, transformada, o no, en materia; por lo tanto, nada se reduce a la nada, ya que ésta no existe. Todo cuánto existe no puede nacer de ninguna nada, eso es un hecho probado, lo que pasa es que se transforma, y eso sí es un principio científico actuante y real… No estoy hablando de fe, estoy hablando de ciencia, así que tengan ustedes paciencia…
Decíamos que nuestra personalidad desaparece con nosotros, pero este mismo aserto está equivocado en su formulación, pues esa misma ciencia nos enseña que nada puede desaparecer, tan solo transformarse… Por lo tanto, lo que transciende no es esa personalidad, sino la experiencia adquirida a través de esa personalidad. Esto es: nos construimos (y nos dejamos construir) una identidad concreta y conocible, vale, sí, de acuerdo, pero esa identidad no es lo que SOMOS nosotros. Es como un rol, un papel en una obra, como una herramienta… Somos personalidades desechables, identidades de quita y pon.
Lo que pasa es que ese constructo es lo que nos hace tener conciencia – que no consciencia – de nosotros mismos, y, al tenerla, también nos hace conscientes de los demás, de la diversidad, a través del yo-soy-yo… Y eso, digo yo, tiene que ser por algo; ha de existir algún motivo, alguna causa, algún por qué; ha de tener algún objetivo el que se nos revista de un hábito que nos identifica personalmente, para luego morir tan desnudo de personalidad como cuando nacimos. Es como una especie de mensaje, más o menos oculto, que nos está diciendo y repitiendo en cada vida de nuestras existencias (no es lo mismo) que somos entidades, pero no identidades.
En otras palabras, que somos parte de un todo, pero que aún no somos ese todo… La identidad personal – o personalidad – es un sentimiento egóico (del Ego) que nos hace creer que somos ese todo, porque hacemos que gire alrededor nuestro, o así lo intentamos todos y cada uno de nosotros en cada momento de nuestra vida como Fulanita o Menganico… Pero nos estamos engañando a nosotros mismos en esa falsa ilusión, puesto que lo que hacemos es girar alrededor de ese mismo todo, y no al revés. Nunca al contrario. Vale que, aparentemente al menos, seamos dueños de nuestras vidas, pero no somos los dueños de LA vida. Deberíamos hacer el ejercicio de pensar esta verdad transcendente, al menos diez minutillos al día.
…Y, entonces, tío listo, ¿qué c… somos si no somos quiénes somos?, se me preguntará. Pues creo que solo somos LO que somos: parte de esa energía universal que se transforma a sí misma, en sí misma, y por sí misma; parte de esa energía, transformante y transformadora, pero dotados de una falsa conciencia, que es un remedo de la verdadera consciencia, para afrontar aquello que realmente somos: agentes colaboradores del propio proceso evolutivo cósmico, según escalamos nuestro propio nivel de consciencia.
Se me podrá objetar que cuánto digo no deja de ser una suposición, una especie de entelequia que nada asegura… Bueno, cada cual es libre de opinar, sin embargo, me parece un muchísimo más de sentido lógico que el desarrollo simplista de las religiones, en las que te ganas el aprobado o el suspenso por toda la eternidad (cielo o infierno) a golpe de una oposición a palo fijo… Para mí, la idea de Dios es que ni premia ni castiga, tan solo te indica el camino para que puedas caerte, levantarte, aprender, hasta que se te canse el alma… No hay nada fuera del ser humano que ese mismo Dios no haya previsto desde el principio de unos tiempos que solo existen para nosotros.
A más no llego… No se me ha permitido traspasar ciertos límites, o a lo peor soy yo mismo el que no me he permitido hacerlo, por miedo a descubrir qué parte de razón existe tras la veladura. Uno es cobarde consigo mismo en ciertos momentos, aún sabiendo que se orientan a ser los últimos de una vida dedicada a eso mismo que digo: a alimentar la de una personalidad que, aún siendo propia, no es nada… “Pero en algún sitio quedará archivado el expediente”, me sopla el propio que me habla… Pues, como no sea ese Subconsciente Colectivo de la Humanidad del que hablaba Jüng; o esos Archivos Akáshicos que decían las antiguas culturas védicas, por si algún alguien quiere saber… pero les advierto que ese otro alguien bien podemos ser nosotros mismos con otro traje.
Algún tiempo sin tiempo nos llegará en que podremos rasgar el velo; romper el espejo que ahora solo nos devuelve la imagen de algo perecedero y cambiante con lo que nos empeñamos en identificarnos… Entonces sabremos de qué casta le viene al galgo, e igual aprenderemos lo que vale un peine, aunque ya no tengamos cabeza que peinar ni cerebro que llenar; tan solo mente que cultivar… Como me decía un curamigo: “lo que podemos perder no vale absolutamente nada, y lo que ganamos a cambio de perderlo es absolutamente todo”. Pues eso.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
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