¿SOMOS LOS MISMOS?..

 

Un profesor que impartía clases de criminología en EE.UU. solía colgar de una de las paredes del áula una foto de regular tamaño de un niño angelical y mofletudo, sin que nadie preguntase quién era, ni él hiciese ninguna alusión al retrato… Con el tiempo, los alumnos se iban amigando con aquella entrañable figura, ya casi familiar, del cándido niño, y que incluso lograba enternecer a los alumnos de sus cursos… Casi a su terminación, era inevitable que algún alguien preguntase por la identidad de aquella adorable criatura… Es Adolf Hitler, contestaba entonces, circunspecto, el catedrático.

El cómo un niño angelical se convierte en un monstruo es aún un misterio. La psicología avanza teóricas posibilidades: que si sufrió maltrato en su infancia, falta de cariño, rechazo, etc… Pero no es una constante en todos los casos; como tampoco al revés supone garantía de lo contrario. Todo apunta al terreno de las tendencias eso de repetir el patrón, pero no es un hecho consolidado en modo alguno… Si bien las vivencias y experiencias condicionan el comportamiento, que eso es muy cierto, también es cierto que no supone una regla fija y concluyente. Podríamos decir que son causas condicionantes, pero no determinantes.

Entonces, ¿se nace, o se hace?.. La inocencia en la mirada de un crío en su primera edad no está en la reserva plasmada en la de adulto. Existe un salto cualificativo importante. Yo creo que se nace con ciertas inclinaciones y/o tendencias, pero que lo que determina el carácter son otras añadiduras a lo largo de la vida. Pienso, ya digo, que venimos al mundo dotados de ciertos impulsos elementales, o querencias, puede ser, pero no de una torcida voluntad hacia el mal, por el sencillo hecho de que al nacer se carece de todo sentido de voluntad consciente; que eso es algo que se va componiendo  durante el desarrollo de la personalidad en cada individuo… Es, claro, mi muy humilde opinión a ese respecto.

Podría decirse, teorizando, por supuesto, que un niño es un ángel que nace con la posibilidad de convertirse en demonio. No necesariamente, por supuesto, pero sí que posiblemente… Y si lo examinamos con detenimiento, existe un marcado paralelismo con el nacimiento angélico y la perversión de su “caída”. Esto es: se nace puro de origen y no se sabe cómo se termina. Veámoslo desde otra perspectiva: se nace del espíritu; se vive en la materia; y nos las entendemos con el alma… El resultado es lo que acabamos siendo, que, en modo alguno, es lo que empezamos siendo. Por eso que nadie es enteramente lo que fue.

Naturalmente, los ojos – que se dicen de ellos que son el espejo del alma – es lo que más nos impacta, llegado el caso. Vemos los ojos de un niño pequeño, su mirada clara, pura y transparente, y no pasa el test cuándo los examinamos ya de adulto, donde se refleja todo lo oscuro, o no oscuro, de las vivencias adheridas por el transcurso del tiempo de una fotografía a otra de la misma persona; y que puede arrebatar y/o condicionar, hasta los propios rasgos físicos de esa misma persona… Es la prueba del algodón.

Y es lo que hace que nos preguntemos, y hasta dudemos, de que sea esa misma persona… Dicen que “las apariencias engañan”, y no deja de tener una parte de verdad, pero tampoco es menos cierto que lo que aparenta ser un engaño no es más que la otra cara de la misma cosa… Incluso me atrevería a decir, si me lo permiten ustedes, las otras caras – en plural – de la misma cosa. Porque, en realidad, en el fondo de todo es que somos seres poliédricos, y usamos según qué caras (caretas) en según qué situaciones. Y, al final, nos vemos obligados a elegir cual de ellas es la que vamos a usar para el resto de nuestras vidas.

Estoy seguro que, si se nos facilita la foto de niños de Trump, Putin, Netanyahu, como la de Hitler del criminólogo con que comenzamos este artículo, tampoco veríamos monstruos, sino chiquillos inocentes, que, si no supiéramos su identidad, juraríamos sobre sagrado que no podrían llegar a ser los satanes que en verdad son… Cometemos un error de perspectiva porque el sentimiento manda sobre el razonamiento. En la pureza no vemos la maldad, y se nos olvida que la maldad nace y se alimenta de la pureza.

Incluso también en estos conceptos solemos patinar, puesto que maldad y bondad son los dos extremos del mismo caduceo, en lo que no se puede dar la una sin la otra… Si falta un solo polo en el imán, éste deja de cumplir su función de imán. Todo depende de lo cerca o lejos que estemos del fiel de la balanza para apreciar estos casos mejor o peor. Nada más que es cuestión de perspectiva. Solo eso. Desde donde uno está, así ve el paisaje; pero ese paisaje sigue siendo el mismo para todos los demás que lo miran desde donde cada cual lo mire.

La foto de un niño es parte de un paisaje global. Es la instantánea de una vida que empieza a mostrarse, y luego, más tarde, termina por demostrarse. Y esa vista es muy bella, sin duda alguna, pues lleva consigo la pureza de todo nacimiento, de un origen inmaculado. Pero no es el todo… El todo está sujeto y condicionado a un algo que nosotros mismos (por nuestra incapacidad de visión global) hemos creado: el Tiempo. Y, en medio, entre ese aparente principio y ese aparente final, se desarrolla la voluntad (el libre albedrío) de esa foto que es un proyecto de hombre, o de mujer, de un ser humano, que nos mira como para enternecer a las piedras, pero que puede terminar siendo un brutal genocida.

Por eso que el tal “experimento” del tal profesor tiene su miga. Enseña a que el sentimiento puede ser hijo de la primera impresión, pero debe reconocerse nieto de una elaborada racionalización… En definitiva, enseña a sus alumnos que todos los criminales a los que combaten han sido seres perfectos y sin mancha. Absolutamente todos. Y que ninguno anidaba el más mínimo hálito de delito en su originaria perfección. Ninguno… Sin embargo, nos está indicando también de dónde venimos y a dónde vivimos. Al menos, pensémoslo.

        Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com

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