GENTE

Miro una foto de gente arracimada en las calles, no sé si con un propósito definido, o simplemente que cada cual va a lo suyo, sin preocuparse por cuántos ni porqués pululan alrededor de todos y cada uno… He dicho “miro”, porque, instantes después, cuando me dispongo a “verla” (no es lo mismo ver que mirar), me viene a la cabeza aquel verso suelto del poeta brasileño Ledo Ivo: “Dios camina entre los hombres como un sonámbulo al que no hay manera de despertarlo”…
Pero creo que es justo al revés… Cuando nos miramos a un espejo (e intentar ver a Dios es como intentar mirarse en un espejo) siempre vemos las cosas al contrario de lo que son, como en una imagen invertida. Por eso mismo que el poeta ha captado el reflejo opuesto al real, y que somos los hombres los que caminamos dentro de Dios como sonámbulos a los que no hay forma de despertarnos. Tiene un mayor sentido lógico, aunque a veces la lógica parezca no tener ningún sentido… ni siquiera el común.
Dicen, y así mismo se admite, que despertar a los sonámbulos puede resultar peligroso para ellos, por alterar súbitamente la realidad en la que viven – aunque no sepamos cuál de las dos realidades, si la suya o la nuestra, sea la verdadera realidad – y se nos insta a actuar con la debida prudencia… Si hacemos caso al vate carioca, el despertar a Dios en su camino entre los hombres podríamos provocarle un pasmo a un Dios que dejaría de ser el Dios que es, lo cual no parece posible que sea así… Y si somos nosotros los que despertáramos del sueño que nos hemos construido dentro de la realidad divina, tampoco sería moco de pavo.
Definitivamente, una multitud de gente en cualquier hacinamiento de una gran ciudad es lo más parecido a un sonambulismo general en el que cada persona se mueve dentro de su propio sueño individual… Esa misma multitud movida por un algo concreto (por ejemplo: la Gran Vía madrileña en compras de Navidad), es lo más parecido a una movida zombi, donde todas esas personas se mueven por un objetivo común, sincrónico y sincrético. La apariencia puede ser la misma, pero la finalidad no lo es.
Pero lo cierto es que las personas gentificadas aparentan ese sonambulismo, o “zombismo”, indistintamente… Y digo lo de “aparentan”, por curarme en salud, y que no me lluevan más que las justas y necesarias, pues sabido es que nadie le gusta reconocerse dentro de un movimiento de masas, amasado por ajenos intereses a los nuestros propios… Si bien que muchas, muchísimas veces, las motivaciones nos vienen estampadas por esos mismos intereses espurios: hedonismo, consumismo, narcisismo y masdelomismo, los cuales los convertimos en nosotros mismos.
Pero volviendo a la reflexión del principio… Imaginemos que el mismo Dios no-sonámbulo por el que, y con el que, caminamos, disfrazado de persona como nosotros, nos estuviera diciendo constantemente, como aquél que susurraba a la oreja de los caballos, o de los asnos: … acho, tío, brother, o lo que sea, despierta y mira que nos aproximamos al borde del precipicio, y estamos a un par de palmos de la autodestrucción. Pues puede que le contestáramos algo así como “ya lo sé, pero mira, prefiero que me coja dormido a que me pille despierto”.
Y eso se debe, me parece a mí, claro, no a una falta de conciencia, sino a una definida preferencia: que esa puñetera conciencia la tuviéramos anestesiada en vez de darse por enterada… Y entonces, como Ledo Ivo señala, nos convenga más sonambulizar a Dios en nosotros, que enfrentarnos a la realidad cara a cara. Y fíjense que digo SU realidad, y no digo la nuestra, porque ésta es la que nos fabricamos nosotros para nosotros, y, claro, sería de nuestra total responsabilidad, cosa que no estamos dispuestos a aceptar de ninguna de las maneras.
¡Faltaría más!.. la culpa es del loco de Trump, del genocida Netanyahu, del criminal del Putin, o del tentetieso del Sánchez; nosotros nada podemos hacer… No, claro, nosotros ya lo hemos hecho, poniendo al mando del mundo a los que hoy se dedican a destruirlo. Nosotros, simplemente, nos refugiamos en nuestras fiestas, puentes y conciertos; nuestros viajes y nuestras viejas tradiciones; nuestras profesionales procesiones; nuestras idolatrías para soñarnos a nosotros mismos, y que Tú nos pilles confesaos… Como Dios manda, puesto que así lo consientes, ya sabes, sea lo que Dios quiera, o sea, lo que tú quieras, amén, acho, tío…
Y nos quitamos el mochuelo de encima, que es de lo que se trata, para cargárselo al sonámbulo ese que nos hemos hecho a nuestra imagen y semejanza… Y, encima, lo hemos subido a un trono portapasos, para así, ya de paso y por peso, adorarnos a nosotros mismos en Su nombre… Todo está inventado, fráteres, y el becerro de oro y poder se ideó hace milenios, y aún no nos lo hemos sacudido del lomo como debiéramos. Caín sigue matando a Abel impunemente, fratricidamente, genocidamente; pero seguimos comerciando con Dios en nuestras Misas, procesiones y novenas, meneos y jubileos, a ver si así no lo despertamos de su sonambulismo.
Pero estamos muy equivocados. Evolucionamos, o involucionamos, también en lo colectivo, y pagaremos el precio igual en lo personal, puesto que la experiencia la financiamos entre todos… Sin embargo, el conjunto, que está hecho de individualidades, no aparenta merecer el mundo que tiene: muchos pagan para que muy pocos ganen. Pero es así porque la gran e inmensa mayoría de muchos muchísimos consentimos mirando para otro lado… Y eso ocurre tanto lo queramos ver como si queremos cegarnos a nosotros mismos.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / miguel@galindofi.com / www.escriburgo.com
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