DEPENDIENTES

 

En mis primeros tiempos, un Dependiente estaba claro lo que era: un empleado de comercio, y amplío aún más la definición: un empleado de mostrador de comercio… Si era dependiente de algo o alguien consistía en estar pendiente del cliente. Era, por supuesto, dependiente de su saber hacer y del conocimiento del género que vendía, y de su colaboración con quién le pagaba el sueldo, que era el que empeñaba hasta el colchón sobre el que dormía para que aquel andador siguiera adelante. El uno dependía del otro tanto como el otro dependía del uno. Tales que esos eran los Dependientes… Y he de añadir que he conocido a muchos y muy dignos dependientes que consumieron toda su vida laboral en su respetable labor, y mantuvieron a sus familias, y dieron estudios a sus hijos con su profesión.

Nada que ver con lo que hoy se entiende por “dependiente”, ni ganas de saberlo tampoco tiene el general del personal, o el pedernal del personal, a lo que cada vez se parece más. Por hacer honor a la Historia (lo sé por el insigne lingüista Martín Caparrós) fue al principio del XX, cuando los madrileños – siempre de sobrados y maleducados – empezaron a llamar “horteras” a los dependientes de farmacia, por algún almiar de sus antiguas boticas, haciendo extensivo el despreciativo a todo servidor de mostrador, o dependiente. Un insulto, gratuito e inmerecido, que en modo alguno corresponde al siempre aconsejador y servicial Dependiente.

Pero peor ha sido la degradación lingüista con la que el término ha sido manchado en la actualidad… Hoy a un dependiente se le conoce como una especie de menoscabado físico o psíquico; una subespecie social que, por alguna razón, depende de los organismos y prójimos próximos que velan por ellos. Y, en puridad, tal calificativo es tremendamente injusto, pues, tal y como está constituida la sociedad humana, todos, absolutamente todos, somos, en algún grado, dependientes del resto de los demás: los trabajadores de las empresas; las empresas de sus clientes; los clientes de los mercados, y así sucesivamente hasta llegar a los más altos, que, además, siempre ha sobrevivido, y muy bien, gracias a los más bajos.

Quizá, es posible, puede ser, acaso esta defensa de hoy se deba a que yo mismo sea un candidato próximo e irreversible a la dependencia entendida hoy, y entonces se explique el por qué y motivo del presente… Tampoco lo voy a negar. En mi actualidad lucho por seguir conservando mi autodependencia, esto es, el seguir dependiendo de mí mismo, que de tal concepto viene el término Independencia, tan usado, abusado y desgastado por los demagogos que viven de la política y de nosotros. Aunque bien sé que el linde de edad que hoy traspasamos gracias a la medicina química que se nos endosa, que nos alarga la vida hasta el anquilosamiento, tarde o temprano nos lleva a ser dependientes de todas, todas…Siempre habrá alguien quien me susurre un “y gracias”, o un “con suerte”, aunque yo, personalmente, claro, piense que eso no sea ninguna suerte ni tenga ninguna gracia. Pero es tan solo que mi opinión, naturalmente…

Mas la Dependencia actual, totalmente despojada de su antiguo significado, casi histórico, se extiende a otras áreas sociales que no son las de la estricta enfermedad o senilidad, como por ejemplo, la de generaciones enteras dependiendo de sus progenitores, o, para ser más precisos, de las jubilaciones de sus progenitores… Esos serían los otros “dependientes”: especies jóvenes, sanos y fuertes, preparados y capaces, que no pueden emancipar sus existencias de las de sus padres como sería deseable, porque el mercado de trabajo actual no les brinda un medio de vida digno para mantenerse por ellos mismos… Podríamos decir, no sin propiedad, que serían los dependientes de los ya cuasidependientes.

Y aquí no cuento la adicción a las múltiples dependencias voluntarias: droga, alcohol, tabaco, juego y/o videojuegos, prostitución, televisión, móviles, consumismo, hedonismos, salidismo, y una muy larga extensión de ismos… En muchos, muchísimos casos, somos más dependientes de todo eso de lo que casi nadie quiere creer. Tanto, que se pueden permitir actuar como solapados parásitos de nosotros mismos con nuestra bobalicona aquiescencia.

Pero de todos ellos, ya digo, al que más terror tengo es a no poder quitarme los calcetines y cortarme las uñas de los pies por mí mismo; el que para comer y cagar – lo más sencillo y último del ser humano – precise uno de portapasos… Es la última y, valga que digna, dependencia humana de la que deberíamos despedirnos con un sereno y agradecido adiós al cuerpo, por los servicios prestados… El apurar hasta las heces ese bebercio es forzar, al menos, un par de cosas: que se haga profesión hacerse dependedor de la dependencia ajena, lo que me parece abominable; u obligar a tus prójimos más próximos a hacer lo que, si no pueden o no quieren, habrían de pagar a sicarios de la caridad ajena para cumplir con sus obligaciones morales y con la conciencia universal.

No estoy preparado para lo que tan cerca me ronda, lo confieso… Así que estaré encantado por alejar mi atención hacia otros caminos. Como el de la semántica, que también le toca… A mí, el cambiar dependiente por empleado, me gusta poco o nada, pues empleado suena a usado, y eso resuena a indignidad. Es más apropiado el antiguo uso de “dependiente de comercio”, puesto que de esa palabra “dependen” precisamente muchas opciones… Yo he conocido y apreciado el depender del buen consejo de un profesional de mostrador de cualquier ramo, esto es, de un Dependiente.

Esa es una de las cosas buenas que hoy se han olvidado, y de la que generaciones ya no van a conocer. Y no es para estar orgullosos de haberlo perdido, ni mucho menos. La ausencia de tal concepto y el cambio de significado no ha podido ser más desgraciado… Ha hecho de la persona una inutilidad en sí misma una vez llegado el caso; nos hace mirar a través del ombligo, y no han podido respetar ni rescatar el honorable oficio de Dependiente, más que de  forma tan deprimente.

        Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com

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