PARECERES

No siempre voy a estar de acuerdo con los articulistas a los que considero superiores al que esto escribe, que son muchos. La discrepancia es sana, pues eso es fruto de la pluralidad, sin que eso vaya en menoscabo de ajenas opiniones… Esta vez es con J. Manuel de Prada, al que en otras ocasiones, y en este mismo espacio, he alzado mi chapeau en algunas de sus intervenciones. En esta ocasión no va a ser así. Alaba al cantante Calamaro porque éste, en la ciudad de Cali, donde ha sido prohibido el espectáculo de los toros, fué abucheado por defender la llamada “Fiesta”, al agarrarse a que “todos los toreros, ganaderos y banderilleros, que se quedan sin trabajo…” glosando después que los que le silbaban por ello “eran los causantes de las desgracias de esas personas, porque votaron para dejarlas en la calle”.
La verdad, siento disentir, pero me parece una manipulación de libro, una manifestación maniquea… Que por el hecho de estar contra la violencia taurina se apele a mi conciencia acusándome de que los que viven de ella vayan a pasar hambre, lo veo especulativo y chantajista, y un pelín bochornoso. Para mí, perdónenme los pro-taurinos, no es de recibo… Por la misma regla de tres habrá que respetar las guerras, o los simples abusos de poder (véase Gaza o Ucrania) porque los pobres que fabrican armas se pueden quedar sin curro…
Recuerdo la época en que medio mundo se tiró a la calle – para mí, con razón – cuando aquel trío las vegas: EE.UU., Gran Bretaña y España, invadieron Irak (no por Sadam Hussein y un inexistente arsenal atómico, sino por su petróleo) para protestar por ello; y que aquí, en la región de Murcia, que en la primera convocatoria se petó todo aforo; y en las subsiguientes, tras haberse hecho público que la participación española era en apoyo logístico y el suministro de armas, y muy en concreto balas y explosivos, y la empresa Santa Bárbara comunicar que de un Ere podía pasarse a un aumento de plantilla, el bajón de manifestantes fue de órdago… Nadie se quiere acordar, claro, pero fué tal que así mismo.
Todo esto se mezcla en nuestra trastocada escala de valores, por supuesto. Si lo primero en justificar es el “pecunium vitae” todo vale: los toros, el contrabando, las peleas de gayos, el tráfico de drogas o armas, o la trata de blancas , e incluso la propia guerra si preciso fuera. Siempre hay – y habrá – quiénes empinen la olla con quehaceres de más o menos calidad, o de dudosa cualidad… Todos los sicarios empleados en todas las mafias, y los soldados que se alquilan de fortuna tienen familias a las que mantener, y hasta puede que manden a sus hijos a estudiar a Eton, o a sus hijas a las monjas… Eso es un hecho, sin embargo, dudo que sea de derecho. Y lo dudo porque todo lo que apunte a la violencia y el abuso, sea animal o humano, lo único que alimenta es nuestro neocórtex cerebral, sacia a nuestro cerebro reptiliano, pero frena todo progreso de evolución humana. Y no veo yo mucha empatía con los astados, precisamente… Ese es mi credo, con perdón.
Naturalmente, existen gradaciones, y matices, y escalas, y no es lo mismo (aunque para mí sí lo sea) la caza británica del zorro que la fiesta hispánica de los toros, que ellos critican con toda su graciosa majestad de hipocresía… Ambas se basan en la superioridad intelectual e inequívoca del ser humano sobre cualquier animal, y, amigos, tengo muy queridos y estimados que no opinan lo mismo que yo. Sin embargo, con todos los respetos a todo principio, eso no cambia los hechos.
El admirado Prada lo reviste como un movimiento corrector a lo que él llama “animalismo”; un sentimiento protector hacia todo bicho que se mueva, si bien que no a todos en general. A eso yo lo llamo “mascotismo”. Vale…Puedo entenderlo, pero mire, maestro, no lo comprendo del todo. Una cosa no desmiente la otra. Ni tampoco la justifica en modo alguno. Que un perrito de lanas sea llevado por sus amitos a que le hagan los rulos y la manicura es tan patético como que una cabra sea tirada desde el campanario, o que un toro sea alanceado, o quemado los cuernos, o torturado en una plaza… Ningún extremo justifica el otro extremo.
Efectivamente, los nazis adoraban a sus perros pastores y alsacianos mientras gaseaban a las personas; y Nerón quemó y crucificó a miles de seres humanos mientras ordenaba que su caballo fuera divinizado… Siempre, por desgracia, ha sido así, pero no está relacionado lo uno con lo otro, ni directa ni inversamente. Todos somos capaces de adorar a un gato y odiar al vecino, llegado el caso. O al revés… El amor y el odio no hacen distingos entre animales o personas. Incluso la indiferencia es malsana. Son sentimientos que, aún aparentemente opuestos, conviven en todos y cada uno de nosotros en mayor o menor grado…
La cuestión no es esa, aunque lo disfracemos de eso… La cuestión es otra: La violencia. Ni siquiera es odio. No se ha de odiar a un ser inferior para sacrificarlo por placer, o afición, o lo que se le quiera llamar a eso. Es otra cosa distinta. Un algo diferente que solo anida en lo más atávico del ser humano, ya que un animal mata a otro por supervivencia, pero no por el placer de matarlo… Solo el hombre es capaz en envolver la tortura en arte, o la muerte en premio… Ese regusto por la violencia “ per sé” es patrimonio exclusivamente humano, y se encarna como cultura y/o tradición, porque es lo que mejor nos viene, o nos conviene… Pero no, claro que no es eso.
Al final, el autor suelta una frase que me parece contradictoria: “Bajo su disfraz de refinamiento, el animalismo esconde el fin de la civilización”… Pero, don Juan Manuel, ¿qué “animalismo”, el a favor, el en contra, o ambos dos?..Quizás el no saber andar el camino de en medio; el de ser consecuente entre lo que se dice y lo que se hace… Puede que en no hacer a ningún animal lo que no quieras que te hagan a ti… Puede que…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
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